Artículo publicado en Perú21, martes 8 de mayo de 2007
De la dinámica política en los Estados Unidos se suele decir que "all (national) politics is local politics": la política es, esencialmente, política local; la política nacional se juega en las relaciones entre actores que negocian las agendas de sus circunscripciones. Del Perú, durante las décadas de los años setenta y ochenta, se podría decir lo contrario: "All local politics is national politics". Es decir, la dinámica local era determinada por las agendas de los actores nacionales. Cualquier sindicato u organización popular en el campo o en la ciudad rápidamente se alineaba siguiendo las agendas de actores nacionales. A inicios de la década de los años noventa, el dirigente de la CGTP Valentín Pacho atribuía a esto la crisis del sindicalismo: en el nivel de las bases podía haber unión, pero las lógicas partidistas nacionales creaban las divisiones.
Hoy, podría decirse que "all local politics is local politics". La política local responde, esencialmente, a dinámicas locales. El colapso de los sistemas de representación e intermediación y la fragmentación resultante han determinado que las lógicas que explican las conductas de los actores locales, sus estrategias, intereses, reclamos, se puedan entender sin necesidad de salir del ámbito local. Es cierto que por allí aparece alguno que otro militante de alguno de los humalismos, o de Patria Roja, o de algún otro grupo: sin embargo, en realidad se trata de actores locales que utilizan los logos nacionales (sería mejor decir limeños) con una lógica meramente instrumental. No es que las organizaciones nacionales, a través de operadores locales, dirijan las acciones; son los actores locales los que utilizan los logos nacionales para sus propósitos particulares. Por ello, quien hoy aparece como humalista, por ejemplo, antes puede haber sido de Somos Perú; quien hoy es de UPP, antes puede haber sido de Unidad Nacional o de Vamos Vecino.
Otra cuestión que no debemos perder de vista es que estos operadores locales enfrentan, respecto a la población en nombre de la cual actúan, los mismos problemas de representación (en su escala) que tienen los actores nacionales. No existen, propiamente hablando, élites o dirigencias locales suficientemente legitimadas. Si la población las sigue es porque también le resultan circunstancialmente útiles para sus propósitos reivindicativos. Por ello, para el Gobierno, estas protestas son difíciles de prevenir y, luego, relativamente fáciles de desactivar, aunque después de una sucesión de negociaciones ad-hoc muy desgastantes. Al menos hasta ahora...
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