martes, 3 de julio de 2018

Sin modelo: la socialdemocracia

Artículo publicado en La República, domingo 10 de junio de 2018

En las últimas semanas comenté que la izquierda se ha quedado sin modelos. La insurrección armada, la economía planificada y el régimen de partido único resultan inviables; la alternativa fue la construcción partidaria, la relación con los movimientos sociales; la aceptación de la democracia liberal pero su complemento con medidas participacionistas; la aceptación de mecanismos de mercado pero con fuertes medidas impositivas con fines redistributivos. Sin embargo, diferentes gobiernos de izquierda en los últimos años derraparon hacia formas personalistas y autoritarias de ejercicio de poder, prácticas clientelísticas y fuertes desequilibrios económicos. Por el lado de la derecha las cosas no han ido mejor: la crisis 1998-2002 acabó con la “era dorada” neoliberal, que dio origen al “giro a la izquierda”; y la crisis 2008-2009 instaló la idea de que el mercado sin regulación tiene terribles consecuencias para el mundo entero. Entre nuestros países, gobiernos de derecha que propusieron iniciativas ambiciosas en la línea de relanzar una “segunda generación” de reformas terminaron encallando en el descrédito, dejando la impresión de complicidad entre intereses privados y autoridad pública, ineficacia tecnocrática, incapacidad política.

En medio de la izquierda revolucionaria y de la derecha neoliberal, emergió la alternativa socialdemócrata. En Chile, Brasil, Uruguay de los últimos años se buscó construir una opción que combinara las virtudes y evitara los defectos de ambos modelos. Se abrazó la economía de mercado y la inversión privada, al mismo tiempo que se promovió la distribución mediante políticas sociales eficaces. En lo político se puso en el centro de la identidad política a una democracia republicana. El problema de la inestabilidad de gobiernos sin mayoría en el parlamento en contextos presidencialistas se resolvió mediante la construcción de coaliciones; y la orientación al cambio se obtuvo apelando al convencimiento ante la opinión pública.

Por varios años la alternativa socialdemócrata pareció funcionar. En Chile, los partidos de la Concertación, adversarios en la década de los años setenta, pactaron y construyeron mayorías sólidas que le dieron estabilidad a sus gobiernos, mantuvieron altas tasas de crecimiento económico, redistribuyeron la riqueza y redujeron notablemente la pobreza. Se fortalecieron las instituciones democráticas, se amplió el espacio público y se ganó en la promoción de valores más igualitarios. En Brasil la apertura hacia políticas de mercado la inició un líder socialdemócrata como Fernando Henrique Cardoso; el PT moderó progresivamente su plataforma política, y al llegar Lula por primera vez al poder cuidó de transmitir señales de continuidad en materia económica. El PT se esforzó en establecer como marca distintiva un programa ambicioso y agresivo de políticas sociales, que tuvo logros muy importantes, que cambiaron el mapa político brasileño. Y el PT construyó coaliciones amplias que le dieron sostenimiento legislativo. Y le fue muy bien, fue reelecto en dos ocasiones, y en algún momento Brasil parecía firmemente encaminado como potencia mundial emergente.

En los últimos años, sin embargo, vemos ahora que los compromisos asumidos en aras de la gobernabilidad y de ganar la confianza de los mercados llevaron a postergar reformas fundamentales, y a soslayar la búsqueda de mayores niveles de bienestar para la población, sectores populares y también sectores medios. Peor aún, la cercanía con intereses privados y la presión por sostener coaliciones, llevó a caer en muy serios problemas de corrupción.

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