domingo, 13 de agosto de 2017

Cambiar el Perú

Artículo publicado en La República, domingo 6 de agosto de 2017 

Creo que la 22ª Feria Internacional del Libro de Lima ha evidenciado una importante renovación en curso en muy distintos ámbitos, entre ellos el de las ciencias sociales. A propósito es pertinente comentar un nuevo volumen de entrevistas editado por Luis Pásara, La ilusión de un país distinto. Cambiar el Perú: de una generación a otra (Lima, Fondo Editorial PUCP, 2017).

Se trata de un libro con entrevistas convertidas en testimonios que contrapone a “la generación de la utopía” con lo que podríamos llamar la “generación reciente”, y que tiene como tema central las posibilidades, límites, formas, que adquiere la “ilusión de un país distinto”, la aspiración de cambiar el Perú. Los entrevistados son un grupo muy disímil, de figuras públicas, intelectuales, activistas, y “emprendedores”. De “la generación de la utopía” podemos leer a Abelardo Oquendo, José Alvarado, Héctor Béjar, Jaime Montoya, Max Hernández, Victoria Villanueva, Alberto Gonzales, Inés Claux, Fernando Rospigliosi, Paloma Valdeavellano, Farid Matuk Cecilia Oviedo, Fernando Eguren, Diana Avila, Baltazar Caravedo, Julia Cuadros, Pedro Brito, y Cecilia Tovar. Esta “generación” cubre un arco temporal muy amplio de influencias, contextos y apuestas políticas, que empiezan con la revolución cubana y las guerrillas de la década de los años sesenta, pasan por el velasquismo y terminan con la militancia de izquierda. En cuanto a la generación reciente, podemos leer los testimonios de Gerardo Saravia, Natalia Iguíñiz, Salvador del Solar, Alvaro Henzler, Tania Pariona, Alberto de Belaunde, Vania Masías, Joseph Zárate, Mariana Costa, Mauricio Delgado, Indira Huilca y Jimena Ledgard, todos ellos marcados por la experiencia del fujimorismo de la década de los años noventa, y la posterior y decepcionante etapa democrática.

Podría decirse que el primer grupo estuvo marcado por la noción de que hacer cambios sustantivos en la sociedad en su conjunto era algo factible, y que el medio era la acción política organizada, la militancia en la fuerza política de izquierda que conduciría la revolución. Militancia que exigía una devoción absoluta, que subordinaba consideraciones personales y familiares. No todos fueron militantes comprometidos y algunos se distanciaron de esto más rápido que otros, pero todos estuvieron marcados por este horizonte. Si bien todas las opciones fueron personales y se explican por razones idiosincráticas, se siente que el contexto de la época fue clave para explicar las opciones que tomaron.

Por el contrario, la nueva generación enfrenta un ambiente claramente adverso, y sus opciones parecen yendo a contracorriente de la tendencia general. Ni la idea del cambio sustantivo global alcanzable en el corto plazo es creíble, ni el camino parece ser la acción política organizada, tampoco la izquierda aparece como la única opción de cambio, y la noción de sacrificio personal y familiar en nombre de una causa suena como una contradicción insalvable. La generación reciente tiene también un compromiso con el cambio en el país y con el espacio público, pero la apuesta es más acotada; cada quien aporta desde su propio espacio, más social que político, donde no hay definiciones ideológicas tan claras, donde hay más espacio para el pluralismo y la diversidad, y donde el mundo de la vida resulta esencial.

Acaso la clave del cambio hoy sea contar con un Estado y una sociedad civil que permitan coordinar y potenciar las múltiples iniciativas de cambio dispersas en curso en todo el país, que suelen estar por debajo del radar de la política y de los medios masivos.

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