viernes, 3 de junio de 2016

El fujimorismo con Keiko

Artículo publicado en La República, domingo 29 de mayo de 2016

¿Qué es el fujimorismo hoy? En un extremo, no habría nada nuevo, y seguiría siendo un movimiento autoritario, antipolítico, marcado por una lógica de imposición, manipulación, violencia, corrupción. Los supuestos signos de renovación lanzados por Keiko F. no serían más que una calculada hipocresía. En el otro extremo, se afirma que Keiko no es su padre, que ha encabezado una importante renovación del fujimorismo, y que el carácter pragmático de éste hace que no esté atado de antemano a ninguna línea de conducta. Así, el interés de Keiko estaría más bien en “limpiar” el apellido, que encabezaría un gobierno de base ancha, guiado por la generación de consensos amplios, y siendo implacable con la corrupción.

¿Cómo evitar que este debate se plantee en términos de puras simpatías y antipatías? Para esto resulta útil mirar la trayectoria de Keiko y del fujimorismo en los últimos años.

Keiko F. tenía 15 años y estudiaba en el colegio cuando su padre ganó la presidencia. Tenía 17 cuando el golpe de Estado, y asumió el papel de primera dama a los 19. Cuando la segunda reelección de 2000, tenía 24, y 25 cuando su padre renunció y se refugió en Japón. Su juventud estuvo claramente marcada por la figura de su padre, y apenas ensayó gestos de mínima distancia cuando el gobierno de este se hundía en la arbitrariedad y la corrupción. Pero también creo que se puede decir que empezó un lento proceso de maduración política en la adultez: la distancia con su padre se dio con el refugio de este en Japón y su nuevo matrimonio, la culminación de sus estudios en los Estados Unidos, y su elección como la congresista con más votación en 2006. Y acaso se acentuó con la ignominiosa postulación de su padre al senado japonés, su absurdo viaje a Chile, su posterior extradición y juicio. Creo que estos últimos episodios hacen ver, a los ojos de Keiko y a los de muchos fujimoristas, que Alberto no solo toma pésimas decisiones políticas, sino también morales, que ha perdido por completo contacto con la realidad, todo lo cual lo descalifica como líder. Progresivamente sectores del fujimorismo, y Keiko misma, asumen que el futuro del movimiento pasa por su liderazgo.

Construir ese liderazgo por supuesto no ha sido fácil. El perfil propio de Keiko recién inicia después de las elecciones de 2011, en las que Alberto todavía jugó un papel central, con el proyecto de Fuerza Popular. Pero su núcleo más leal es todavía pequeño, las viejas estructuras, redes y personajes todavía cuentan, y entre los fujimoristas de nueva generación ciertamente se expresan los sectores que han ganado en los últimos años influencia y poder, político y económico, al compás de una informalidad descontrolada y de un conservadurismo reaccionario. Esas presencias parecen no incomodar demasiado a la candidata, que hemos visto en las últimas semanas como dispuesta a todo para ganar. Esa voluntad férrea se expresó también en sus incesantes viajes por todo el país, en el trabajo de construcción partidaria, y en la ostensible distancia que ha mantenido con su padre últimamente (al punto de que ella es la principal interesada en mantenerlo en prisión).

Con estos antecedentes, creo que a Keiko le interesa erigirse en la líder indiscutida de su partido, y en esa línea, implementar la conversión del fujimorismo en un partido democrático de centro derecha con tintes populistas. Pero le costará mucho, no solo por las resistencias que genera en la sociedad, acaso sobretodo por el acoso de sus propios socios, tanto antiguos como nuevos. En esos tiras y aflojas definirá su identidad y futuro político.

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