Artículo publicado en La República, domingo 18 de setiembre de 2012
Esta semana celebramos los veinte años de la admirable operación de inteligencia policial que permitió la captura de Abimael Guzmán. Se ha hablado, con razón, de la injusticia que implica el no haber reconocido como héroes nacionales a los miembros del Grupo Especial de Inteligencia, los artífices de la captura. No es el único caso, lamentablemente: los Comandos de la Operación Chavín de Huántar, los combatientes del Cenepa, por ejemplo, tampoco han tenido el trato que merecen; y cada cierto tiempo sabemos de situaciones penosas por las que pasan miembros de las fuerzas armadas o policiales protagonistas de acciones valerosas en defensa de la sociedad, para tener atención médica, o sus familiares para poder acceder a pensiones o beneficios. ¿Por qué?
En parte esto es consecuencia simplemente del mal funcionamiento del Estado, de la proverbial ineficiencia a la que nos tiene acostumbrados. Pero también, me parece, es consecuencia de lo difícil que es para un país como el nuestro tener figuras, referentes, que despierten unánimemente adhesión, admiración, identificación. En otras palabras, también es consecuencia de nuestra precariedad como sociedad.
Hay quienes llegan a ser héroes como consecuencia de algunas circunstancias; la persona normal que hace acciones extraordinarias en momentos extraordinarios, pero cuyo reconocimiento se ve mellado por su trayectoria previa, que no resulta tan admirable, por así decirlo. Eso se traduce posteriormente en disputas, rencillas o denuncias, resultado de celos, conflictos, agravios, equivocaciones o malas acciones que suelen tienen una historia larga. De otro lado, es muy excepcional que quienes resultan siendo héroes o personajes dignos de admiración o consideración especial, mantengan esa condición. Para que ello sea posible estos personajes deberían en efecto mantenerse en otra situación, que los saque de las vicisitudes cotidianas. En otros contextos esto implicaría una pensión vitalicia, un escenso significativo y la dedicación a asuntos menos controversiales. Así, algunos expresidentes se dedican a construir bibliotecas, grandes personajes se dedican a dar conferencias o integrar consejos consultivos de diversas instituciones o proyectos. En nuestro país, nuestros héroes o personajes dignos de admiración están o se sienten obligados a seguir en la lucha cotidiana: así, Ketín Vidal intenta infructuosamente hacer una carrera política, Marco Miyashiro aparece como asesor de Keiko Fujimori, Benedicto Jiménez como candidato del APRA a la alcaldía de Lima, por ejemplo. Mario Vargas Llosa, nuestro premio nobel, o Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de las Naciones Unidas, se sintieron obligados a protagonizar o participar activamente en campañas electorales o a intervenir más de una vez en asuntos políticos altamente controversiales.
Siendo así las cosas, nuestros héroes o referentes morales escasean, y suelen ser personalidades semiretiradas, de edad avanzada.
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