Artículo publicado en La República, domingo 14 de mayo de 2012
Mario Vargas Llosa como ensayista es siempre polémico, y su último libro, La civilización del espectáculo (Lima, Alfaguara, 2012) propone temas de debate de carácter contemporáneo, universal, que justifican su dimensión de premio nobel. El libro sostiene que, después de la segunda guerra mundial, el mundo occidental gozó de una prosperidad y libertad que democratizó la cultura, pero también abrió un inédito espacio para el ocio y el desarrollo de una industria masiva de la diversión. Así llegamos a la “civilización del espectáculo”, marcada por el escape al aburrimiento como principio supremo; esto afecta el arte y la cultura, los libros y los medios de comunicación, que se banalizan y pervierten, erosiona los valores y la disciplina sociales, con lo que la acción política deviene en la mera conservación de la imagen, la metafísica en religiosidad superflua, el erotismo en pornografía, y desaparece la preocupación por lo trascendente, por cualquier ideal de compromiso social.
Mario Vargas Llosa como ensayista es siempre polémico, y su último libro, La civilización del espectáculo (Lima, Alfaguara, 2012) propone temas de debate de carácter contemporáneo, universal, que justifican su dimensión de premio nobel. El libro sostiene que, después de la segunda guerra mundial, el mundo occidental gozó de una prosperidad y libertad que democratizó la cultura, pero también abrió un inédito espacio para el ocio y el desarrollo de una industria masiva de la diversión. Así llegamos a la “civilización del espectáculo”, marcada por el escape al aburrimiento como principio supremo; esto afecta el arte y la cultura, los libros y los medios de comunicación, que se banalizan y pervierten, erosiona los valores y la disciplina sociales, con lo que la acción política deviene en la mera conservación de la imagen, la metafísica en religiosidad superflua, el erotismo en pornografía, y desaparece la preocupación por lo trascendente, por cualquier ideal de compromiso social.
Por el contrario, hasta hace algunas décadas habría existido
una “alta cultura”, cultivada por una élite de intelectuales y artistas, que
permitía reconocerla claramente como algo diferente y superior al mero
entretenimiento, un humanismo que imponía un cuestionamiento al status quo que se expresaban en el
compromiso político, en la exploración artística, en la transgresión del
erotismo, en la búsqueda de alguna forma de trascendencia. Esto sería consecuencia,
de un lado, de una expansión sin límites del mercado capitalista, de la lógica
de la mercantilización, que confunde valor con precio y consumo; al mismo tiempo,
de la desaparición de la “elite cultural”, consecuencia no intencional de la
democratización y masificación de la cultura.
Seguramente el lector estará en desacuerdo con más de una de
las opiniones planteadas en el libro, o con su nostalgia conservadora por la
pérdida de reconocimiento de la elite de la “alta cultura”. Lo que a mí me
parece rescatable es la figura del intelectual crítico con las realidades de su
tiempo, y del liberal que cuestiona la lógica de mercado desprovista de
sentido. Para que el capitalismo no sea destructivo, debe tener algún límite:
Max Weber hablaba del espíritu religioso protestante; Adam Smith de la empatía;
Octavio Paz del espíritu crítico de la modernidad; Vargas Llosa de la “alta
cultura”.
Una buena lección de liberalismo para nuestros libertarios
locales. Alfredo Bullard sostenía hace poco que criticar el comercialismo en el
cine era expresión del anticapitalismo de izquierdistas frustrados, y defendía
una “soberanía del consumidor” extrema. Vargas Llosa, por el contrario,
sostiene que “todos los grandes pensadores liberales (…) señalaron que la
libertad económica y política sólo cumpliría a cabalidad su función
civilizadora (…) cuando la vida espiritual de la sociedad era intensa y
mantenía viva e inspiraba una jerarquía de valores” (p. 182), caracterizada
precisamente por un cuestionamiento a la frivolidad consumista y una apelación
a valores más trascendentes.
VER TAMBIÉN:
ALFREDO BULLARD
El Comercio, SÁBADO 31 DE MARZO DEL 2012
Intelectualidad anticapitalista
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