Artículo publicado en Perú 21, martes 26 de setiembre de 2006.
En el mes de abril, todos fuimos a votar con la esperanza de mejorar nuestra representación política; tuvimos partidos de todo tipo, de derecha e izquierda, tradicionales y antisistema, viejos y nuevos, y candidatos de todo tipo, con y sin experiencia, viejos y jóvenes, discretos o escandalosos, en fin. Sin embargo, por las primeras semanas de funcionamiento del Congreso, así como por lo visto en la inscripción de candidatos a las elecciones regionales y municipales de noviembre, el panorama no es muy alentador. Considérense los problemas de disciplina, incoherencia y falta de preparación adecuada al interior de las bancadas en el Parlamento, o la debilidad de los partidos para poder presentar buenos candidatos en las regiones y municipios.
¿Qué pasó? Creo que debemos tener claro el diagnóstico del origen de nuestros males para poder pensar en una prescripción adecuada. ¿Es que los peruanos tenemos la representación de lo que somos, aunque no nos guste? Es decir, somos indisciplinados, incoherentes, "aventados" (sentimos que podemos enfrentar problemas sin habernos preparado previamente), y por eso el Congreso refleja nuestra idiosincracia? ¿O es que simplemente hemos tenido mala suerte, y de lo que se trata es de intentar con nuevas elecciones otra vez (por ejemplo, con revocatorias de mandato o renovación por tercios o mitadas a la mitad del mandato)?
En realidad, no se trata de un problema de la idiosincracia nacional o de mala suerte. Lo que ocurre es que, tal como están las cosas, el sistema electoral y político promueve, implícitamente, todos los males reseñados, y desincentiva iniciativas en sentido contrario. Podemos tener mil y una elecciones, pero con las reglas e incentivos actuales el resultado tenderá a ser el mismo. Hasta el momento, sigue siendo demasiado fácil armar un partido, un movimiento regional o una organización política local; por eso hay tantos candidatos. No parece necesitarse ningún tipo de experiencia previa para tener éxito, por lo que la improvisación campea; la incoherencia, indisciplina y falta de propuestas son consecuencia de aquella.
Por el contrario, debemos construir un sistema político que castigue a los que actúan de esa manera, y que premie los esfuerzos más serios de construir partidos. Deberíamos aprovechar el debate sobre la reforma constitucional y la reforma del Estado para debatir también, en serio, una reforma política. Hay que poner requisitos más exigentes para la inscripción y el mantenimiento de la inscripción de los partidos, democracia interna, condiciones mínimas dentro de los partidos para poder postular a cargos públicos, supervisión y control para que se cumplan las disposiciones existentes, financiamiento público, eliminación del voto preferencial, bicameralismo, incentivos para que tengamos una carrera política equivalente a la necesidad de una carrera pública al interior del Estado. Todos son elementos que deberían estar presentes. Si no hacemos esto ahora, no nos quejemos después.
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