sábado, 1 de enero de 2022

Sobre la derecha extremista




En mi artículo de la semana pasada intenté llamar la atención sobre el grado de deterioro de nuestra representación política, lo que constituye una serie amenaza para nuestra democracia. Otro de los asuntos, entre varios que me parecen preocupantes, era “el desarrollo de una derecha extremista que amenaza los procesos democráticos, los avances en derechos, y que parece subordinar a sectores más moderados y liberales”. Al colega Jaime de Althaus esta preocupación le parece exagerada, y más bien le preocupa la amenaza de una izquierda extremista. Vale la pena discutir un poco más sobre este asunto.

¿Existe la amenaza de una izquierda extremista en América Latina? Creo que podríamos convenir con el hecho de que la “ola izquierdista” está en franca retirada, no en ascenso. Hace poco más de diez años, teníamos a Hugo Chávez en el poder, en la cima de su popularidad, iniciando la etapa de construcción del socialismo, contando con una abundancia de dólares que le permitía tener un importante protagonismo en entidades como la ALBA y la UNASUR; teníamos a Evo Morales y a Rafael Correa aprobando nuevas Constituciones bajo la hegemonía de sus partidos, y reeligiéndose con mayorías abrumadoras; y a Daniel Ortega iniciando lo que terminaría siendo un periodo de gobierno ininterrumpido hasta el momento. Además, teníamos en otros países izquierdas más moderadas en el poder como Brasil con Lula, Argentina con Cristina Fernández, Chile con Michelle Bachelet, Uruguay con Tabaré Vásquez, Paraguay con Fernando Lugo, líderes a la cabeza de partidos que tendían a manejarse con criterios de solidaridad con la izquierda continental en instancias como el Foro de São Paulo. Hoy, Venezuela vive un desastre humanitario, busca una salida institucional, y ya no más un modelo para nadie, Ortega encabeza una dictadura desembozada, Correa está sentenciado por delitos de corrupción e inhabilitado políticamente, Morales se vio forzado a renunciar y tiene mucha menor influencia sobre los sucesos en Bolivia, y en general la correlación de fuerzas políticas en la región se ha inclinado claramente hacia la derecha.

En la orilla opuesta, por el contrario, a diferencia de hace diez años, tenemos en la región una nueva derecha extremista movilizada, motivada, y actuando “sin complejos”, con discursos abiertamente populistas, contra la lógica de ampliación de derechos y contra principios de la democracia liberal representativa. Una expresión de este cambio es la “Carta de Madrid”, en la que se habla desde una “iberósfera”, y se denuncia que “una parte de la región está secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por el narcotráfico y terceros países (…) el proyecto ideológico y criminal que está subyugando las libertades y derechos de las naciones tiene como objetivo introducirse en otros países y continentes con la finalidad de desestabilizar las democracias liberales y el Estado de Derecho”. Así, en realidad, la novedad no está tanto en la amenaza de la izquierda, sino en un nuevo discurso macartista de un sector de la derecha. Se trata de una red con un importante liderazgo del partido Vox español y su presidente Santiago Abascal, en la que participan personajes como Eduardo Bolsonaro de Brasil, José Antonio Kast de Chile, María Corina Machado de Venezuela, Javier Milei de Argentina, y Rafael López Aliaga de Perú, que ilustran bien sus coordenadas políticas.

Nuestro país tiene una ubicación muy singular: en nuestras últimas elecciones ganó inesperadamente una candidatura de izquierda ciertamente radical pero muy precaria, de modo que su gestión está marcada por la falta de capacidad de gestión y la improvisación en la toma de decisiones. Y que enfrenta una oposición en la que un sector de la derecha empezó cuestionando sin evidencia la limpieza del proceso electoral, y que inmediatamente después pasó a promover una declaratoria de vacancia presidencial. Nuestro problema es que esa derecha está logrando desplazar a la que legítimamente se opone al gobierno, pero que al mismo tiempo respeta los procedimientos democráticos.

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