sábado, 1 de enero de 2022

¿Cuál es la racionalidad de Pedro Castillo?



Uno de los temas que más atormenta a los analistas de la política y a la ciudadanía en general es descifrar la lógica e intenciones del presidente Castillo. Hasta el momento, el presidente parece mostrar una conducta errática o abiertamente contradictoria; así, en un extremo tenemos a un Castillo sin personalidad, incapaz de tomar decisiones o definir un rumbo, un Zelig que asume la identidad de quien tiene al frente; y en el otro, a un político astuto que tiene un plan sofisticado para implementar un proyecto autoritario, en el que las aparentes contradicciones serían una hábil estrategia de distracción.

Para resolver este enigma, un punto de partida es recordar al Castillo dirigente de la huelga magisterial de 2017. En ella encontramos a un líder sindical que no tuvo ningún problema en hacer carrera en bases magisteriales en las que convivía con activistas de los remanentes de Sendero Luminoso; pero al mismo tiempo, para avanzar en su estrategia de confrontación con el gobierno de Kuczynski, no dudó en establecer acuerdos o apoyarse en el fujimorismo. Como negociador, fracasó en lograr que sus demandas fueran atendidas por el Estado, pero sí tuvo un triunfo en imagen: lograr establecerse como un referente “consecuente”, que le permitió convertirse en candidato presidencial, con los resultados que ya conocemos.

Como candidato, Castillo apostó por crecer en el nicho del radicalismo, la opción “consecuente” frente a Verónica Mendoza, y al mismo tiempo, en ese nicho, presentarse como la única viable, frente al desgaste parlamentario del Frente Amplio o la UPP. Tuvo la habilidad y la suerte para, caminando por esa línea, llegar inesperadamente a la segunda vuelta. En ella, Castillo tuvo, aunque tardíamente, la mínima lucidez para reconocer que necesitaba incorporar aliados que le permitieran tener un mínimo de consistencia (recordemos el debate electoral entre equipos técnicos del 23 de mayo), requisito necesario para ganar. Y una vez que ganó, tuvo el instinto para darse cuenta de que no era realista gobernar solo con Perú Libre.

Pero se trató de una apertura a regañadientes. No debe haber sido fácil para Castillo constatar que buena parte de las ideas en las que había creído y con las que había hecho su carrera sindical y política no le servían para gobernar, tomar consciencia de los serios límites de sus compañeros y aliados, y aceptar que muchos de aquellos de los que denostaba resultaban ahora apoyos imprescindibles. Con el paso del tiempo, mi impresión es que Castillo está actuando con el pragmatismo que mostró en su liderazgo sindical: sin abandonar a sus bases, siendo capaz de pactar con quien fuera necesario; consciente de que no le alcanza estar con la gente en la que confía, pero sin confiar en absoluto ni sentirse cómodo con sus nuevos apoyos. Su lógica ha sido entonces la de hacer competir a los diferentes grupos en torno suyo, sin “contaminarse”, evaluar la viabilidad de cada uno, y decidir en última instancia, convirtiéndose en un árbitro final según la coyuntura. Así, lo que desde fuera puede percibirse como contradicciones, deslealtades o cuestionamientos inaceptables de los diferentes grupos serían más bien la expresión de la lucha de tendencias como forma de decisión. Hasta el momento podría decirse que esto tiene terribles consecuencias sobre las decisiones de gobierno y las políticas públicas, marcadas por la parálisis y la falta de rumbo, pero sí le ha funcionado a Castillo para evitar la caída en sus niveles de aprobación y mantener adhesiones fuera de Lima.

Mao habló en un discurso de 1957 “sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, en el que explicó el origen de la consigna “que se abran cien flores y que compitan cien escuelas de pensamiento”, basadas en el principio de la “coexistencia duradera y supervisión mutua”. Aunque no olvidemos que después de esta experiencia, efímera, vino la nefasta etapa de la revolución cultural.

No hay comentarios.: