Artículo publicado en El Comercio, sábado 8 de febrero de 2020
Si miramos el conjunto de países latinoamericanos, podría pensarse que estaríamos ante el final de una etapa. No solo resulta claro que el ciclo del
boom de los precios de los productos de exportación (2003-2012) terminó, con la declinación de las tasas de crecimiento y sus múltiples efectos; también que ese ciclo generó unas nuevas clases medias y nuevas expectativas y demandas, que reclaman nuevas formas de expresión política. Así, en México el gobierno de López Obrador cierra el ciclo PRI-PAN-PRI, y se presenta como el líder de una “gran transformación”; en Brasil parece haber quedado atrás la lógica de coaliciones de izquierda o socialdemocrátas; en Chile, asistiríamos al final del orden “postpinochetista” y de las coaliciones políticas de izquierda y derecha bajo cuyo manto se desarrollaron. En Bolivia, aparentemente, estaríamos ante el final del ciclo de Evo Morales, así como antes pasamos por el final del ciclo de Rafael Correa en Ecuador, y del Frente Amplio en Uruguay. En nuestro país, con la renuncia del presidente Kuczynski, la disolución del Congreso y la conformación de uno nuevo marcado por una nueva configuración de fuerzas políticas, parecemos también estar viviendo el cierre de una etapa.
En realidad, todavía no queda claro cuánto de continuidad y cambio se terminará produciendo. Donde se presentan discursos refundacionales (México, Chile), se podría terminar con grandes frustraciones y con más continuidad de la que se esperaría; de otro lado, quienes hoy parecen actores fuera de carrera podrían eventualmente volver o continuar gravitando poderosamente en la escena política (Morales, Correa). Lo que no puede negarse es que tenemos un escenario muy volátil, ante sociedades más complejas, con nuevos sectores que no encuentran representación, donde aparecen con cada vez más frecuencia e impacto formas de movilización y acción colectiva espontáneas y fugaces, donde se generaliza el desencanto ciudadano con los partidos y las instituciones democráticas. Salvo unos cuantos países en los que las culturas partidarias y redes clientelísticas siguen estando vigentes (Argentina, Uruguay), surge en toda la región la pregunta por qué nuevas formas de representación política emergerán en el futuro.
Por lo pronto, la inquietante respuesta es que parte de esas formas se expresarán en discursos populistas y formas de acción política signadas por el cortoplacismo por encima de la planeación, la espectacularidad, la manipulación de la imagen y de las formas por encima de los contenidos y de la búsqueda de soluciones de fondo, por la apelación a y el manejo de las emociones. A pesar de todos los reparos que podamos poner, presidentes como Bolsonaro en Brasil o López Obrador en México (y Trump en los Estados Unidos), de identidades políticas contrapuestas, se perfilan como referentes del tipo de liderazgo político en gestación en nuestros países. Urge pensar en alternativas democráticas que puedan competir eficazmente con éstas.
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