Artículo publicado en El Comercio, sábado 14 de marzo de 2020
Las respuestas de los diferentes gobiernos respecto a la expansión del Coronavirus ha sido muy interesante de seguir, por usar una expresión. El problema inicia en Hubei, como se sabe. La enfermedad empieza a manifestarse hacia diciembre, se identifica como tal el 7 de enero, y el 13 empiezan a hacerse las pruebas de descarte. Recién hacia el 21 de enero el número de infectados empieza a aparecer como descontrolado (cien casos en un día); el 23 de enero, la ciudad de Wuhan ordena el cese total de actividades no esenciales, al registrarse 400 nuevos casos. Hoy sabemos que cuando las autoridades chinas tenían registrados 100 casos nuevos, en realidad estaban lidiando con unos 1500 nuevos infectados, solo que no registrados. El día 24, quince ciudades chinas más toman medidas de cese de actividades. Recién el 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud declara una emergencia de salud pública de atención internacional, cuando se estaba llegando a los 2000 casos nuevos diariamente. Como el virus puede tardar hasta 14 días en manifestarse, el número de infectados registrados siguió aumentando hasta más de 3500 casos nuevos el 4 de febrero, cuando en realidad el número de contagios estaba empezando a bajar como consecuencia de las medidas de aislamiento social.
Más allá de China, otros países asiáticos reaccionaron con medidas rápidas de contención: por ello, el problema no ha sido tan grave en Japón, Hong Kong, Singapur, o Tailandia. El manejo de epidemias en años pasados permitieron una reacción rápida. Pero Occidente miró esta dinámica con una suerte de lógica “orientalista”. Los países con mayor número de visitantes extranjeros empezaron a registrar altos números de infectados, como Italia, Francia, Alemania o España. Acá las autoridades enfrentaron un dilema: ¿reaccionan con medidas drásticas como en China, o implementan estrategias graduales? Existía cierto sentido común según el cual medidas de paralización total de actividades “solo podrían ocurrir en China, no en países democráticos”. Ciertamente, el riesgo de “sobrereaccionar” existe, y también la oposición de algunos sectores. El asunto es que Italia, España y otros países tuvieron finalmente que adoptar medidas similares a las de China, pero mucho más tarde, cuando ya tenían más de 4000 ó 5000 casos confirmados. A la fecha, Italia tiene 1016 fallecidos, España 122, Francia 66, y probablemente las cifras aumenten (China registra 3,180).
En América Latina, nuestras condiciones sanitarias son muy malas. La ventaja es que podemos aprender de los demás: en varios de nuestros países estamos tomando medidas intermedias (prohibición de vuelos desde ciertos países, de actividades públicas masivas, postergación de actividades en colegios y universidades, etc.), cuando tenemos casos contados por decenas, no por miles. Si somos responsables y disciplinados, podríamos pasar por esta crisis con costos menores, en vidas y en perjuicios económicos. Tarea para todos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario