Artículo publicado en La República, domingo 27 de mayo de 2018
No hace mucho, parecía haber en nuestros países una variedad de modelos disponibles. Para la derecha, Perú, México, Colombia eran modelos de continuidad neoliberal, cuyos éxitos eran capaces de sortear amenazas “populistas”; en la otra orilla, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Nicaragua Cuba, con sus diferencias, encarnaban la reivindicación de la soberanía, el control nacional de los recursos naturales, pero también el protagonismo de sectores sociales tradicionalmente excluídos, inspiradores incluso de “nuevas formas de vivir”. En el centro, otros países proponían una buena combinación de políticas de mercado y políticas redistributivas: Chile de la Concertación, Brasil con el PT, Uruguay con el Frente Amplio, ilustraban las virtudes de la moderación, la búsqueda de consensos y el gradualismo. Hoy, ninguno de los tres grupos se ve bien.
Empecemos por la izquierda. Cuba inició en 1959 la construcción de una alternativa socialista en el continente; durante los años sesenta la reforma agraria, la universalización del acceso a la educación y a la salud, eran reivindicados con orgullo. Sin embargo, el establecimiento de un régimen de partido único, cada vez más notoriamente personalista y autoritario hicieron que Cuba no pudiera presentarse más como modelo. En 1973 la Unidad Popular propuso la ruta chilena al socialismo, llegar al poder no por medio de una insurrección armada, sino por medio de elecciones, y desde el gobierno cambiar la esencia del Estado. Pero la UP fracasó no solo por el golpe de Pinochet, sino por el extremo desarreglo económico y político previo al mismo. En 1979 en Nicaragua, el sandinismo llegó al poder también por medio de una insurrección armada, pero conscientes de los límites del modelo cubano, se comprometió con el pluralismo político y con el respecto a las instituciones de la democracia liberal. En 1990 la oposición ganó las elecciones, y la debacle del sandinismo inició precisamente con su salida: el personalismo extremo, la pérdida de principios, la extensión de prácticas corruptas, empezaron a caracterizar el sandinismo en los años posteriores.
Las décadas de los años ochenta y noventa parecieron cerrar el espacio para alternativas de izquierda. Intentos de reedición de políticas nacionalistas y estatistas habían llevado a crisis profundas en el México de López Portillo y en el Perú de Alan García; en Bolivia con Paz Estenssoro se había ya optado por una reforma neoliberal, y uno a uno la mayoría de nuestros países empezaron a seguir el nuevo credo de las políticas de promoción de mecanismos de mercado. Cuba en los años noventa vivía el “período especial” y parecía no haber alternativa. Hasta que se dio el “giro a la izquierda”, con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en 1999.
Con el “giro…” podría decirse que se buscó una alternativa que mantuviera las instituciones liberales representativas, pero con el complemento de instituciones participativas, abriendo espacios para sectores tradicionalmente excluídos, en particular la población indígena. En lo económico hubo un fuerte énfasis en lo redistributivo, pero sin alterar demasiado la estructura económica. Hoy la evidencia muestra de un lado una gran fragilidad económica: terminado el boom de precios altos de los commodities, las posibilidades distributivas parecen acabarse. Y del otro, la promesa de la participación, la inclusión y formas alternativas de representación, así como el respeto a las instituciones democráticas, parecen haber naufragado debajo de crecientes niveles de personalismo, autoritarismo y prácticas clientelísticas.
“Las drogas están sobrelegalizadas, necesitamos mejor regulación”: Ricardo
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