Artículo publicado en La República, domingo 20 de mayo de 2018
En una célebre carta de 1890, Federico Engels comenta años después del fallecimiento de Marx (1818-1883, de quien conmemoramos los doscientos años de su nacimiento), que éste habría dicho hacia finales de 1870 que “todo lo que sé es que no soy marxista” al criticar a algunos de sus seguidores, para quienes “la concepción materialista de la historia (…) no es más que un pretexto para no estudiar la historia”. Con los años los conflictos entre Marx y sus supuestos seguidores se harían mayores, porque gran parte de la obra de Marx, incluyendo muchos de sus textos considerados fundamentales, fueron publicados póstumamente, editados por Engels. No es un asunto menor: por ejemplo, la teoría de las clases sociales, que todos consideraríamos central en el análisis marxista, nunca fue expuesta propiamente por Marx, por lo que es deducida a partir del análisis de textos dedicados a otros temas y escritos con otros propósitos. Es más, importantes textos de Marx continuaron apareciendo hasta incluso la década de los años sesenta del siglo pasado, como por ejemplo su correspondencia con diversos personajes rusos (que a su vez recién se traduce al español a inicios de la década de los ochenta). La correspondencia con los rusos no es un asunto menor, más todavía para América Latina, porque en ella Marx discute los desafíos de la lucha política y las posibilidades de que ocurra una revolución en sociedades de capitalismos menos desarrollados, como los de nuestros países.
En suma, la definición de cuáles son las “verdaderas” ideas centrales de Marx es un asunto controversial. Conforme fueron apariendo más textos, se desarrollaron corrientes que consideraron diferentes textos “la clave” de la comprensión del marxismo: para unos se trata del primer volumen de El Capital, para otros el Manifiesto Comunista, para otros los Manuscritos económico-filosóficos, por mencionar algunos. Los primeros enfatizan al Marx de la crítica económica al capitalismo, los segundos al activista sindical denunciando los intereses antagónicos de burgueses y proletarios, los últimos rescatan a un Marx humanista, para el cual el problema del capitalismo es la alienación, y el comunismo una suerte de utopía anarquista. Si esto se puede decir de los escritos de Marx, imagínense cuánto más podría decirse de la relación entre Marx y sus supuestos seguidores en el siglo XX. Lenin, Stalin, Mao Tse-Tung, Fidel Castro y hasta Abimael Guzmán se reclamaron marxistas, en realidad más como reivindicando un legado, antes que por la “aplicación” o “puesta en práctica” de sus ideas. Marx se dedicó a criticar al capitalismo y promover el socialismo como alternativa abstracta (“socialización de los medios de producción”), pero ninguna página en sus textos nos dice cómo hacer la transición de uno al otro, más allá de referencias muy generales, y nada nos dice de qué tipo de régimen político debería erigir un país que se considerara marxista.
Hacer un balance es muy difícil, pero uno podría arriesgarse y decir que, doscientos años después, la teoría económica marxista parece que poco puede aportar a la teoría económica actual; en cambio, su crítica el señalamiento de las contradicciones, tensiones y voracidad al extremo autodestructivo del capitalismo parece vigente, a la luz de las recurrentes crisis financieras y de los desastres ecológicos, por ejemplo. Su visión de la historia parece hoy simplista y su propuesta política anacrónica e impracticable, pero sigue vigente la denuncia de la alienación y de la explotación del ser humano, y de la reivindicación de la dignidad de los trabajadores.
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