Artículo publicado en La República, domingo 7 de enero de 2018
Como en la historia de las monarquías, el análisis político del Perú de hoy requiere referirnos a la familia Fujimori. Quizá sea útil revisar la trayectoria que nos condujo a la situación actual.
Cuando Alberto Fujimori postuló a la presidencia en 1990, Susana Higuchi no solo era cónyuge, también socia política. Esto es importante para entender cuánto gravita la política en toda la familia y sus conflictos. El nuevo presidente, al distanciarse de su núcleo de campaña, lo hizo también de su esposa. Hacia 1992 Higuchi denunció malos manejos gubernamentales, que implicaban a los hermanos del presidente; después denunció maltratos y hasta secuestros y torturas. El divorcio se consumó en 1995, año en el que Higuchi pretendió sin éxito postular al Congreso; postuló y fue electa en 2000 y reelecta en 2001. Llamó la atención el que todos los hijos tomaran partido por el padre, a pesar de la gravedad de las denuncias. Keiko, la mayor, tenía 20 años en 1995, y Kenji, el menor, 15. Un año antes Keiko había asumido las funciones de primera dama. Alberto como presidente no descuidó la relación con los hijos, más bien usufructuó los recursos de la presidencia para ganar su lealtad. Además, en 1995 estaba en su momento más alto de popularidad, lo que le permitió ser reelecto con el 64.4% de los votos.
Keiko acompañó a su padre en la ilegal campaña del 2000, asumiendo el activo y el pasivo de su gobierno. Ahora, cuando Alberto Fujimori huyó a Japón no solo abandonó al país, también a sus hijos, que tuvieron que enfrentar acusaciones de enriquecimiento ilícito. En noviembre de 2005 el prófugo, de manera desconcertante, viajó a Chile, y en julio de 2007 postuló ignominiosamente al senado japonés, intentando impedir el proceso de extradición que se concretó en el mes de septiembre y que culminó con su sentencia a 25 años de prisión en abril de 2009. Paralelamente, Keiko terminó estudios en los Estados Unidos, logró ser elegida congresista en 2006 con la más alta votación, se casó, tuvo dos hijas, y emergió como la heredera de un fujimorismo que su padre resultaba incapaz de liderar. Hasta la elección de 2011 Alberto mantuvo control importante en Fuerza 2011, pero desde la creación de Fuerza Popular, Keiko emergió como la líder indiscutible. Kenji además logró ser elegido en 2011 y luego en 2016 como el congresista más votado, pero sin la credibilidad suficiente como para aspirar a ser propiamente un sucesor.
Puede entenderse que Alberto Fujimori aspirara a su libertad, no tanto que por ella conspirara contra la consolidación de su propia herencia política a través de su hija. El liderazgo de Keiko implicaba necesariamente distanciarse de su padre, y que su liberación no fuera el punto central de la agenda política de FP. El propio Alberto careció de una estrategia clara para lograr su excarcelación, de allí los numerosos cambios de abogados y de posturas al respecto. Cuando en la campaña de 2016 Keiko prometió no usar el poder político para liberar a su padre hacía mucho más que una promesa de campaña. La derrota en la campaña presidencial y la mayoría congresal de FP cambió el escenario: Alberto y Kenji empezaron a presionar para obtener un indulto por vías políticas. Un desafío a la hija y la hermana, y una lidereza que no supo manejar ni su derrota ni el gran poder que adquirió.
En lo inmediato parece que a todos les interesa mantener la familia unida, acaso condición necesaria para triunfos políticos en 2018 y 2021. ¿Aceptará Alberto que su tiempo hace tiempo pasó, o su ambición liquidará a su propia hija y a su propio legado con ella?
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