Artículo publicado en La República, domingo 8 de noviembre de 2015
Desde estas páginas, mi colega y amigo Eduardo Dargent está impulsando una necesaria discusión sobre los medios de comunicación y sus políticas informativas.
Como dice Dargent, para empezar habría que distinguir el mundo de Lima de aquel del conjunto del país, en donde los medios locales resultan más influyentes y muestran otro tipo de orientaciones. En cuanto a Lima, habría que registrar algunos cambios significativos; en la radio se han multiplicado emisoras y espacios de conversación y debate sobre temas políticos, conducidos además muchas veces por periodistas que también tienen espacios en la televisión. Se extraña eso sí mucho más pluralismo. En la prensa escrita, está el debate sobre la concentración de la propiedad de los medios; acaso en parte para contrarrestar los cuestionamientos, Perú 21 se esfuerza por desarrollar una línea informativa más transparente, y ha establecido la figura del Defensor del Lector. En El Comercio se ha buscado fortalecer y profesionalizar las direcciones periodísticas, distanciándolas de los intereses de los propietarios. De otro lado está este diario, de cuya conducta juzgarán los lectores, y otros medios con tendencias muy diversas y tirajes menores, en donde acaso la menor lectoría parece eximirlos de presentar líneas periodísticas más formales.
Como dice Dargent, el gran déficit parece estar en la televisión, sobre cuya influencia no es necesario argumentar. Aquí no solo está la limitación de programas de discusión y el escaso tiempo dado a la información política dentro de los espacios noticiosos. El autosometimiento a la dictadura de la sintonía hace además que en ellos prime cada vez más la truculencia y el morbo antes que la información propiamente dicha. Los que pueden escapan al cable o la televisión por internet, quedando el gran público sin oportunidades. El canal del Estado podría ser un contrapeso, pero sufre hasta ahora de su excesiva dependencia del gobierno de turno. Al final los televidentes también resienten estos problemas, que se expresan en la desconfianza que muestran los ciudadanos respecto a la información que les llega de este medio.
Este círculo vicioso se expresa también en el escaso pluralismo televisivo en cuanto a sus orientaciones informativas. El conservadurismo de la sociedad limeña limita la cobertura de visiones que desafíen sus sentidos comunes, lo que termina reforzando el conservadurismo. Esto solo podría enfrentarse con un periodismo televisivo más profesional, que se imponga el deber de informar con un mínimo de objetividad y equidad las visiones y versiones de todas las partes relevantes. La presencia de Clara Elvira Ospina en América Televisión y de Augusto Alvarez en Frecuencia Latina en principio buscan ese propósito, pero estamos muy lejos de donde deberíamos. Urge mucho mayor discusión sobre cómo evitar que los medios terminen contribuyendo involuntariamente al empobrecimiento del espacio público. Los periodistas más concientes tendrían para empezar mucho que decir.
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