Artículo publicado en La República, domingo 4 de octubre de 2015
Hasta ahora, Keiko Fujimori carece de un perfil propio, más allá de ser proyectada como una imagen más amable del rostro de su padre. Fue primera dama desde 1994, a los 19 años, y al inicio era solo la acompañante de su padre. Intentó marcar alguna distancia de Vladimiro Montesinos hacia el final del fujimorismo, pero Keiko no tenía entonces mayor peso político. Fue la congresista más votada en 2006, pero bajo la candidatura presidencial de Martha Chávez; y como líder de bancada, no marcó tampoco diferencias. Acaso no había necesidad, porque el gobierno de García asumió y legitimó gran parte de los sentidos comunes del fujimorismo. En 2011 Keiko F. como candidata obtuvo el 23.6% de los votos, quizá no a pesar, sino precisamente por, la candidatura de su padre al senado japonés en 2007 y su extradición y condena a 25 de prisión en 2009. Además, al enfrentarse a Humala en segunda vuelta, Keiko F. quedó muy naturalmente alineada con los sectores conservadores con lo cual tampoco tenía cómo destacar un perfil distintivo. En esa campaña pudo registrarse una lucha faccional de baja intensidad entre “albertistas” y “keikistas” que ha continuado hasta ahora, pero es claro que en esa elección el primero tuvo un peso decisivo.
Desde entonces Keiko F. ha estado muy activa haciendo una campaña de bajo perfil construyendo la candidatura de 2016. La inercia del apoyo del fujimorismo como identidad política difusa la pone encabezando cómodamente las encuestas de intención de voto, sin necesidad de desarrollar grandes iniciativas. Desde esta perspectiva, acaso lo que más le convendría sería seguir dejándose llevar, y solo encender motores cuando quede claro con quién se enfrentaría en segunda vuelta. En otras palabras, no habría ninguna “necesidad” de aceptar una riesgosa invitación a hacer una presentación pública en la Universidad de Harvard. Acaso la necesidad se ubique a un nivel psicológico, por fin mostrar independencia frente al entorno que la rodea; y responda a la necesidad de Keiko F. de imponer términos más propios en la lucha al interior del fujimorismo, en un momento en el cual se empieza a negociar la lista de candidatos a las vicepresidencias y al Congreso. Definir cuál sería la ubicación de alguien como Julio Rosas, por así decirlo, que terminó con su salida. El objetivo sería ganar espacio en la interna, a pesar de correr riesgos en lo electoral. La ventaja que lleva le da margen para ello, aunque ciertamente resulta evidente que el fujimorismo no estaba para nada preparado para el cambio en la orientación discursiva.
La movida es riesgosa, por lo que habría que reconocerle algún mérito. Mover el barco para asumir una identidad de derecha más moderna y liberal hace crujir estructuras más afines a la “democracia delegativa kenjista” y la complica frente a su elector típico que, como muestra la última encuesta de GFK, está en un 78% de acuerdo con la campaña “chapa tu choro” y en un 60% no está interesado en estas sutilezas político-ideológicas.
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