Artículo publicado en La República, domingo 19 de julio de 2015
Ambos nacidos alrededor de 1975, cuando caía el gobierno de Velasco y alcanzaba el poder Morales Bermúdez. El padre de uno era dirigente sindical de izquierda; el padre del otro, Ministro del Interior, cara visible del ala más dura y represiva de la dictadura. El primero participó en las protestas del paro nacional de 1977; el segundo implementó la ley que despidió a todos los líderes sindicales involucrados. La familia del primero quedó condenada a la pobreza, la del segundo era parte del círculo de poder más alto del país.
A inicios de la década de los años ochenta, los padres del primero ingresaron a Sendero Luminoso. El padre del segundo fue nombrado Ministro de Guerra del gobierno de Belaunde. Mientras los primeros eran parte de un movimiento que embosca y asesina policías y militares, el segundo dirige operaciones contrasubversivas (en una de ellas, cabe abatida la líder senderista Edith Lagos). Los primeros son parte de un movimiento que quiere inducir un genocidio, propiciando el involucramiento de las Fuerzas Armadas; el segundo piensa que los militares son “profesionales de la guerra preparados para matar”. El padre del primero es detenido y asesinado extrajudicialmente en el Frontón durante el gobierno de García; el padre del segundo aplaude la represión. La madre del primero es secuestrada y asesinada extrajudicialmente durante el gobierno de Fujimori; el padre del segundo, respecto a casos como este, comentaría, “bien muertos, mal matados”.
El primero de estos patas, de niño, ve pasar por su casa a senderistas, documentos clandestinos, hasta cartuchos de dinamita. El segundo torturadores y asesinos del ejército argentino. Ambos crecen con el temor de que los otros asesinen a sus padres, a sus familias, a ellos mismos; ambos ven a sus padres encarnando retorcidas ideas de integridad y justicia. Van creciendo, y se van distanciando de sus padres: el primero deviene en historiador, activista de derechos humanos. El segundo parece distanciarse más por razones generacionales que políticas, y deviene en periodista y escritor. Con el tiempo, ambos necesitan revisar sus historias, con honestidad brutal, con valentía, con sus inevitables limitaciones. El primero es José Carlos Agüero, su libro es Los rendidos. Sobre el don de perdonar (Lima, IEP, 2015), que ya comenté en esta columna. El otro es Renato Cisneros, quien escribió La distancia que nos separa (Lima, Planeta, 2015).
Hace unas semanas el primero fue entrevistado por el segundo, a propósito de la publicación del libro de aquél. De ese día Cisneros escribió que allí estaban “los hijos de hombres que fueron enemigos declarados, que desearon la muerte del otro sin conocerlo (…) tratando de urdir una conversación que a la generación anterior sencillamente le fue imposible tener”. No sé cuán concientes eran los dos de lo significativo de ese encuentro. Hablaron del libro, apenas de quiénes eran ellos. Pero ese tipo de conversación, abierta, honesta, es la que necesitamos como país.
Foto tomada de Letras en el Tiempo.
El diálogo hacia la paz siempre será el camino
-
Las personas merecemos espacios seguros desde nuestros hogares
Hace 7 horas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario