Artículo publicado en La República, domingo 4 de agosto de 2013
Varios analistas políticos han llamado correctamente la atención sobre la “falta de rumbo”, la “falta de liderazgo” y sobre el “aislamiento” del gobierno. Falta también, me parece, intentar explicarlos, más allá de señalar las limitaciones del presidente, la no existencia de su partido, etc.
A mí me parece que estos problemas son consecuencia de que el presidente no está gobernando por ninguna de las rutas por las que se imaginó que discurriría su gobierno, y ha terminado en una en la que no se reconoce en absoluto. Asumir eso le está costando tiempo. Me explico. Ollanta Humala hizo campaña y ganó las elecciones con un esquema de gobierno de centro-izquierda, en el que la idea central era negociar nuevos términos de relación con el capital privado, impulsar el desarrollo de algunas “industrias estratégicas”, intentar una reorientación del modelo de crecimiento. En este esquema, eran claves Salomón Lerner, Kurt Burneo (Producción), Ricardo Giesecke (Ambiente), y Carlos Herrera (Energía). Por razones conocidas, ese camino fue descartado antes de llegar a los cinco meses, y se optó por otro de centro-derecha, en el que más bien la promoción de la inversión privada, nacional y extranjera era el motor de un crecimiento que generaría ingresos tributarios que permitirían la implementación de programas sociales que harían realidad la promesa de la inclusión; el desafío allí era contener la protesta social, con lo cual los ministros clave pasaron a ser Valdés, Castilla y Trivelli. Ese esquema duró poco también (siete meses), y se recompuso ligeramente con Juan Jiménez, quien mantuvo como piezas claves a Castilla y Trivelli, y optó por un camino de diálogo y concertación.
Estamos asistiendo al agotamiento de este modelo. La economía se enfría, los programas sociales focalizados no pueden construir legitimidad política por sí mismos, el gobierno acusa señales de cansancio, lo que lleva a conflictos innecesarios, a contradicciones cada vez mayores. ¿Qué hacer? No es que el gobierno no tenga opciones, ocurre que el presidente no sabe cómo tomarlas. Lo que ocurre es que, como consecuencia de la acción de bajo perfil de ministros y de tecnócratas en diferentes áreas del Estado, resulta que las iniciativas principales del gobierno son la ley del servicio civil, la reforma de la educación (carrera pública y reforma curricular), de la salud (actualmente en gestación) y otras en diferentes sectores. Es decir, el gobierno se perfila como el de la reforma estructural del Estado. El problema es que el presidente jamás se imaginó que las cosas serían así, y no termina de asumir que esa será la clave para sostener su tercer año de gobierno, con lo que no respalda suficientemente las reformas en curso ni las utiliza para construir un nuevo discurso, ni para articular nuevas alianzas políticas.
Paradójicamente, el presidente que temíamos debilitaría las instituciones del Estado ahora su cifra su sobrevivencia política en fortalecerlas.
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