Artículo publicado en La República, domingo 28 de julio de 2013
Hoy 28 de julio resulta oportuno recordar la obra de teatro Bolognesi en Arica, de Alonso Alegría, que estuvo en escena en Lima hace unas semanas.
Es fácil caer en la actualidad en una actitud pesimista o cínica respecto al futuro del Perú, y optar por el puro individualismo y el desapego frente a cualquier apelación a la solidaridad o a la identidad colectiva. A vivir en el presente, desinteresados por una historia que no sentimos como nuestra, o que creemos conocer, y que pensamos como una simple suma de frustraciones, derrotas, traiciones.
En Bolognesi en Arica una estudiante escéptica se enfrenta a una clase de historia sobre los acontecimientos de junio de 1880. La profesora evita caer en una inútil lección de patriotismo, y simplemente relata los hechos. Ellos nos hablan, como espera la estudiante, de una guerra en la que caímos por la irresponsabilidad y el triunfalismo de nuestra elite política. Llegamos a junio de 1880 después de perder la campaña marítima, en la que nuestro barco más importante, el Independencia, encalló por la inexperiencia e indisciplina de su tripulación; de que el presidente Prado viajara irresponsablemente fuera del país para intentar comprar armamento, situación que produjo un golpe de Estado que llevó a Piérola al poder, cuyo liderazgo estuvo marcado por la ineficacia y las disputas internas; y después de perder el control de Tarapacá y Tacna y gran parte de nuestro ejército. Así, la resistencia de Arica se percibe como inútil, encabezada por un oficial viejo que sacrifica a sus tropas, compuestas además no tanto por soldados profesionales, sino por ciudadanos armados, reclutados improvisadamente.
En la obra sin embargo la estudiante va descubriendo poco a poco lo que sabemos, pero que ya casi habíamos olvidado: que Bolognesi, siendo un oficial retirado, se enroló y peleó en San Francisco y Tarapacá; que sus hijos siguieron su ejemplo, y dos de ellos murieron en la defensa de Lima. Que no quiso tomar solo la decisión de defender Arica, que ella resultó de la decisión unánime de una junta de jefes, en donde estuvieron Juan Guillermo More, el comandante del Independencia, que intentaba resarcir el error cometido en Iquique; el comandante argentino Roque Sáenz Peña, motivado por la solidaridad latinoamericana, quien luego sería presidente de su país; Ramón Zavala y Alfonso Ugarte, ricos industriales salitreros, entre otros. Este último, al estallar la guerra, canceló un viaje a Europa, aplazó su matrimonio, hizo su testamento, se enlistó y formó un batallón con sus propios recursos, y luchó en San Francisco y Tarapacá, donde fue herido. Pudiendo viajar a Arequipa para atenderse, decidió quedarse en Arica.
Los defensores de Arica rechazon una rendición honrosa ofrecida por el enemigo, y decidieron morir en combate para dejarnos a todos los peruanos una lección de dignidad, disciplina, sacrificio y amor a la patria, un referente moral para orientarnos cuando perdamos el camino. Haríamos bien hoy en recordarlos.
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Sobre héroes y tumbas
Patricia del Río
El Comercio, 20 de junio de 2013
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