miércoles, 15 de noviembre de 2006

Los cien primeros días del segundo gobierno de Alan García

Hola, acaba de aparecer el séptimo número del boletín electrónico Argumentos, del Instituto de Estudios Peruanos; Se puede descargar de la página web Cholonautas, en la siguiente dirección:
http://cholonautas.edu.pe/argumentos07.pdf

Argumentos, año 1, nº7, Noviembre, 2006Martín Tanaka, LOS 100 PRIMEROS DÍAS DEL SEGUNDO GOBIERNO DE ALAN GARCÍA. / María Isabel Remy, FRÍOS ELECTORALES. / Rodrigo Barrenechea y Sofía Vera, LA(S) IZQUIERDA(S) EN EL CONTEXTO ELECTORAL LATINOAMERICANO. / Roxana Barrantes, ¡CLARO QUE NO HAY COMPETENCIA EN MÓVILES. / Roberto Bustamante, EL JUEGO DE MÁSCARAS DE MADEINUSA.

Aprovecho para invitarlos a visitar la renovada página web del instituto, en www.iep.org.pe

A continuación, mi artículo del boletín.


Se supone que los primeros cien días de un gobierno son claves, porque es durante esta etapa que disfruta de una “luna de miel” en la que priman los buenos deseos, las ilusiones, la paciencia, el beneficio de la duda, la idea de que “se le tiene que dejar hacer” y no “poner piedras en el camino”. Idealmente, si se tiene un paquete ambicioso de reformas, ellas deberían lanzarse durante los primeros cien días, aprovechando esta “buena voluntad” ciudadana y el hecho de que la oposición está “desprevenida”. Más adelante las cosas serán crecientemente difíciles, las exigencias de la población serán más altas, y la oposición estará mejor preparada. Precisamente, una de las grandes limitaciones que tuvo el gobierno de Alejandro Toledo fue el haber desaprovechado sus primeros cien días de gestión, como consecuencia de la improvisación con la que se gestó su primer gabinete, de su falta de coherencia, de la ausencia de una conducción política firme, lo que se tradujo en una rápida caída en los índices de aprobación a su gestión.

Sin embargo, pese a que en estos primeros cien días del segundo gobierno de García no ha habido grandes iniciativas, la aceptación a la gestión del presidente es bastante alta. ¿Por qué la diferencia? La respuesta es que Toledo ganó despertando expectativas de cambios grandes y rápidos; mientras que García ganó para evitar los cambios radicales que prometía Ollanta Humala, para lo cual tuvo que conjurar los temores que despertaba su triunfo entre los sectores medios y altos. Recordemos que García quedó segundo en la primera vuelta de la elección presidencial con el 24.3% de los votos, y llegó hasta el 52.6% en la segunda; los 28.3 puntos porcentuales de diferencia eran “prestados”, y provinieron mayoritariamente de los votantes por Unidad Nacional.

En suma, la alta popularidad del gobierno se debe a la felicidad de los votantes apristas por llegar al poder, contra todo pronóstico que pudo haberse hecho hace apenas unos años, y al alivio de un electorado conservador, que aprecia precisamente la ausencia de grandes iniciativas por parte del gobierno, y valora la continuidad con el modelo económico, que alejaría los riesgos de la inflación, estatizaciones, o “paquetazos”, del pasado. Al mismo tiempo, todos valoran positivamente también los cambios, en cuanto al estilo político, entre los gobiernos de García y Toledo: la austeridad, la sobriedad, el discurso con énfasis en los deberes, frente al despilfarro, la frivolidad, la irresponsabilidad.

Así, en lo interno, García optó por un modelo de centro derecha, el “cambio responsable”; de otro lado, la oposición a Humala generó, en el plano internacional, una confrontación con Hugo Chávez, que llevó a García a erigirse en una figura de contrapeso a éste, camino que condujo rápidamente a la búsqueda de una relación privilegiada con los Estados Unidos, apuesta que el gobierno espera pueda concretarse en la ratificación del Tratado de Libre Comercio por el congreso de ese país.

Con estos parámetros, García conformó el Consejo de Ministros presidido por Jorge del Castillo. Formó un gabinete plural, encabezado por la figura con mayor credibilidad “hacia fuera” que tiene el APRA, convocando a figuras independientes y de reconocimiento técnico y profesional ajenas al partido para áreas críticas de la economía (MEF, comercio exterior, transportes y comunicaciones); a personalidades independientes y también reconocidos profesionales, pero cercanas a García, para otras áreas importantes (Cancillería, Defensa, Trabajo, Vivienda); mientras que los “hombres de confianza” del presidente cubrieron básicamente las carteras sociales: educación, salud, desarrollo social, agricultura. El problema es que estos últimos, en general, muestran un manejo de su sector mucho menor que los otros, y esto ha determinado que en estos primeros cien días haya primado la continuidad en lo económico, algunas iniciativas de reforma importantes en defensa y otros sectores, pero un relativo estancamiento en las áreas sociales, supuestamente prioritarias para el nuevo gobierno.

Parece que el presidente se hubiera empeñado en cubrir el vacío dejado por la falta de iniciativas sociales significativas con reiteradas “cortinas de humo”, propuestas llamativas y polémicas, pero de escasa viabilidad y sin resultados prácticos: empezando por la rebaja de sueldos a los funcionarios públicos, pasando por la propuesta de establecer la pena de muerte a los violadores de menores y a los terroristas, pasando por la propuesta del retorno a la bicameralidad, entre muchas otras. Al mismo tiempo, el gobierno ha forzado negociaciones con el sector privado para, sin romper los contratos vigentes, conseguir algunas concesiones que amplíen sus márgenes de maniobra (Telefónica, Cerro Verde, aporte voluntario de empresas mineras).

Hasta el momento las cosas han sido favorables para el gobierno, en términos de alineamientos políticos. Con la orientación de centro derecha, logró la colaboración de Unidad Nacional, que no podría por lo demás hacer oposición aunque quisiera, al quedar gravemente resquebrajada después de las elecciones generales. La oposición humalista se desinfló sola, con la división entre la Unión por el Perú (UPP) y el Partido Nacionalista Peruano (PNP), así como con el transfuguismo dentro del PNP. Finalmente, la falta de decisión en cuanto a hacer del combate a la corrupción un tema central del gobierno ha permitido un acercamiento preocupante con las fuerzas del fujimorismo.

En medio del desconcierto de las fuerzas supuestamente llamadas a erigirse en la oposición, y de la debilidad de los partidos políticos nacionales existentes, las elecciones regionales y municipales han tenido un “perfil bajo”, dado por la despolitización de las mismas, con lo que éstas no se convirtieron en una “tercera vuelta”, escenario considerado probable inmediatamente después de las elecciones de junio. Las campañas han tenido un cariz regional y local y poco político, por lo que el gobierno apuesta a que, a pesar de no ganar las elecciones, podrá fácilmente cooptar a las nuevas autoridades, y así desactivar la posibilidad de construir una oposición desde las regiones.

Estando las cosas así, el único nubarrón que aparece en el horizonte es el del riesgo de la protesta social en espacios locales, como se vio en los sucesos de Combayo. Allí los opositores no serían los partidos representados en el congreso, tampoco las autoridades regionales o municipales, sino una conjunción de operadores políticos locales articulados por medio de algunas ONGs y ciertas redes transnacionales. Según este diagnóstico, que parecen compartir amplios sectores del gobierno y del empresariado, desactivar la protesta social que pondría en riesgo la paz social y política necesaria tanto para el gobierno como para el sector privado, pasaría por controlar a las ONGs que “azuzan” la protesta, así como arrinconar a la “izquierda caviar” que estaría también agazapada en esos espacios. De allí la aprobación de la ley que modifica la ley de la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI), que contó con el apoyo del APRA, Unidad Nacional y el fujimorismo.

¿Qué se viene en el futuro? Considero que una clave para seguir la evolución del gobierno pasa por dilucidar el desenlace de las pugnas entre los distintos sectores del APRA, encabezados por Jorge Del Castillo (poder ejecutivo), Mercedes Cabanillas (congreso) y Mauricio Mulder (partido). Hasta el momento, a mi parecer, García juega a ser árbitro en última instancia de juegos iniciados por cada uno de ellos de manera descentralizada. Creo que el gobierno se entiende mejor desde esta perspectiva, antes que asumiendo que todo está fríamente calculado por García, y que sus segundos desempeñan pantomimas con disciplinada precisión. Antes que “escopeta de dos cañones”, considero más acertado pensar en simples contradicciones y pugnas al interior de un partido complejo.

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