Artículo publicado en El Comercio, martes 23 de febrero de 2021
La semana pasada escribí un artículo sobre cómo las recientes revelaciones acerca de la existencia y distribución de “vacunas adicionales” a las que eran parte de los ensayos clínicos de Sinopharm impactaban sobre la confianza en el país: entre nosotros como ciudadanos, y entre nosotros y nuestras autoridades. Sin embargo, el texto lo escribí antes de conocerse la información más impactante, que se ha ido conociendo a lo largo de los días.
No es novedad que en nuestro país hay corrupción, y serios problemas de
justicia distributiva; problemas de exclusión y discriminación, y diferentes formas
de “argollas” o redes a través de las cuales se preservan privilegios de manera
indebida. Sabemos también que existe una amplia cultura de irrespeto a las
normas, y la crítica a la “viveza criolla”, es ya un lugar común. Sabemos
además que hay áreas del Estado percibidas como especialmente corruptas
(Congreso, Poder Judicial); además, desde el caso lava jato confirmamos
y desnudamos lo que también intuíamos: que empresas privadas financiaban
campañas clandestinamente, que compraban favores e influencias en las altas
esferas políticas, de las que obtenían grandes beneficios. Digamos que lo
escandaloso del asunto era la impudicia del asunto, no tanto la novedad. Poco a
poco asumimos la decepción por las promesas incumplidas de la “transición”
posterior a la década del fujimorismo. Martín Vizcarra terminó siendo una
decepción más dentro de una larga cadena; especialmente amarga porque, al igual
que Alejandro Toledo, levantó explícitamente banderas de combate a la
corrupción, de fortalecimiento de las instituciones democráticas, y pretendió
presentarse como la encarnación de una nueva forma de hacer política. Sin
embargo, ambos eran creaciones de la política sin partidos, sin instituciones,
liderazgos personalistas e improvisados, por lo que, en el fondo, sus
trayectorias no son tan inesperadas.
El problema a mi juicio con el escándalo suscitado con la existencia y distribución de las “vacunas adicionales” es que involucra a instituciones supuestamente “inoculadas” frente al mal general del manejo patrimonial del Estado y la falta de solidaridad y compromiso social. La Cancillería, áreas “de excelencia” del Ministerio de Salud, la Universidad Cayetano Heredia, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y también a personalidades, investigadores, científicos, académicos, de larga trayectoria, prestigio y reconocimiento; está incluso el nuncio apostólico, “consultor en temas éticos”. Instituciones y personalidades formadas y habituadas en principio a seguir procedimientos y prácticas que aseguren una correcta ética profesional, un desempeño ético en la función pública. Todo esto dentro de un gobierno supuestamente dedicado a atender la emergencia sanitaria con la mayor diligencia y sacrificio. Si ellos nos fallan, ¿qué nos queda? Por ello es que este golpe ha sido tan duro.
Frente a este mazazo, no corresponde la respuesta cínica: en tanto todos serían corruptos, en tanto la ética, los principios y los valores no garantizarían nada, se legitimaría el “sálvese quien pueda, como pueda”. Nos igualamos todos hacia abajo. No: lo que corresponde es redoblar la apuesta por la transparencia, los controles, los protocolos, la formación en ética y valores. La moraleja es que se trata de una tarea difícil, permanente, que tiene que estar sujeta a constante revisión autocrítica. En un reciente sondeo preliminar de In Target, resulta que un 23% de los encuestados declara que se habría vacunado antes que los demás si le hubieran ofrecido esa posibilidad. La lección es que la ética profesional y la ética en la función pública no “se resuelven” de una vez y para siempre, sino que deben revisarse siempre a la luz de los nuevos desafíos que aparecen.
A todos los que tenemos responsabilidades en diferentes instituciones y espacios nos toca también actuar, y promover una discusión en nuestros ámbitos sobre cómo evitar caer en las prácticas que con energía condenamos. En contextos críticos y tan difíciles como los que nos ha tocado vivir, aquello que repudiamos podría estar más cerca y dentro de nosotros de lo que quisiéramos admitir.
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