Artículo publicado en El Comercio, martes 4 de agosto de 2020
A mediados de junio me preguntaba en esta columna cómo entender las variaciones en el impacto de la pandemia en los países de la región. Los datos cambian mucho y seguirán cambiando, pero a inicios de agosto, lamentablemente, nuestro país aparece dramáticamente mal. Al 3 de agosto, Perú aparece como el quinto país en el mundo con más muertes por 100,000 habitantes, detrás de San Marino, Bélgica, Reino Unido y Andorra. Lamentablemente pasamos a ya a España, Italia, Suecia y los Estados Unidos. En la región nos siguen los pasos Chile, Brasil y México. En junio comentaba además cómo un informe del Banco Mundial señalaba que nuestro país tendría este año la caída del producto más grande del mundo (-12%), después de Belice y las islas Maldivas; en la región, las caídas más fuertes serían las de Brasil (-8.0), México (-7.5), Ecuador (-7.4) y Argentina (-7.3).
Antes de la pandemia, si uno hubiera tenido que pronosticar a qué países les iría mejor, seguramente hubiera elegido a los países con los Estados más fuertes, que según diferentes mediciones serían Uruguay, Costa Rica, Brasil, Cuba y Chile. En efecto, a los dos primeros les ha ido relativamente bien, pero Chile es el país al que peor le ha ido, después de nosotros. En el otro extremo, nos habría sorprendido saber que a Jamaica, Paraguay, Haití, Nicaragua o El Salvador les ha ido relativamente mejor, a pesar de la debilidad de sus Estados. Al parecer, el menor tamaño y un mayor porcentaje de población rural ayudan a manejar las cosas; en efecto, los porcentajes mayores de población rural están en Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Ecuador, países a los que les ha ido un poco mejor. A Ecuador le fue muy mal al inicio, aparentemente porque los contagios se focalizaron en Guayaquil, ciudad impactada por el alto flujo migratorio con España.
Chile aparece como un caso enigmático, y la explicación parece residir en un mal manejo político. Subestimación inicial del problema, resistencia a adoptar medidas de confinamiento que impacten negativamente sobre la economía, relaciones tensas con la comunidad científica, con autoridades subnacionales, con grupos de oposición, hicieron que un país al que parecía irle relativamente bien al inicio, termine siendo duramente golpeado como nosotros. Al menos Chile logró reducir en parte el impacto económico, y la caída prevista de su producto no es de las más altas de la región; este país también lanzó un ambicioso paquete de medidas económicas para combatir la recesión, al igual que Perú, Brasil y Colombia.
Siguiendo con las paradojas, no solo Chile, también México y Brasil se resistieron a implementar medidas de confinamiento por temor a profundizar la recesión, pero tienen las caídas del producto más grandes después de la nuestra. Tienen además las tasas más altas de fallecidos por 100,000 habitantes. Al igual que en Chile, deficiencias en el manejo político de la epidemia parecen explicar los malos resultados; no llegan a ser catastróficos porque son países que, en el momento previo, estaban mejor equipados que nosotros para enfrentar la emergencia.
¿Por qué a los peruanos nos ha ido tan mal, a pesar de que implementamos tempranamente medidas de confinamiento muy radicales, como en Argentina y Colombia (con mejores resultados) y que implementamos políticas fiscales antirecesivas más ambiciosas que en Chile (a quien le fue mejor en ese terreno). Intuimos la explicación: nuestro gasto en salud como porcentaje del producto está entre los más bajos de América Latina (por debajo del de Bolivia, Ecuador o El Salvador), con lo que nuestro rezago era muy grande; nuestros niveles de informalidad (entre los más grandes de la región, junto a Guatemala, Honduras y El Salvador), conspiraron contra el cumplimiento de las medidas de cuarentena; y pese a los esfuerzos fiscales (posibles gracias a nuestros ahorros pasados), serios problemas de implementación de nuestro Estado impidieron tanto evitar contagios como una recesión tan profunda.
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