Muchas páginas se han escrito intentando evaluar cuánto cambiará el mundo post Covid-19 o hasta qué punto volveremos a nuestra “normalidad” anterior. En el ámbito político, antes de la pandemia ya discutíamos en el Perú sobre el aparente final del orden “postfujimorista” que podría decirse caracterizó nuestro país entre 2001 y 2019. Ese país era uno en el que un asunto central era lidiar con la herencia del fujimorismo de los noventa, que a su vez buscaba construir una nueva identidad bajo un nuevo liderazgo. Herencia expresada en el predominio de discursos antipartido y antiinstitucionales en la cultura política; el éxito del discurso neoliberal entre las elites sociales y políticas; la extrema debilidad de los partidos y de las instituciones democráticas, que permitieron el paradójico fortalecimiento de una élite tecnocrática en áreas clave del Estado, fundamentales para los logros en crecimiento y reducción de la pobreza.
Con la elección del presidente Kuczynski, cuando parecía que este orden tenía una oportunidad de consolidación, entró en crisis. El final del boom de los precios de los commodities abrió fisuras en el frente neoliberal, llegando a cuestionarse como nunca antes la actuación de los conductores de la política económica; segundo, el caso lava jato afectó gravemente a todos los referentes políticos del orden vigente hasta ese momento, lo que se tradujo en las prisiones preventivas de Ollanta Humala y Keiko Fujimori, el arresto domiciliario de Pedro Pablo Kuczynski, el suicidio de Alan García y el arresto de Alejandro Toledo. Tercero, Fuerza Popular dejó de ser el “garante” de la herencia de la década de los años noventa, recuperó un discurso claramente antipolítico y populista, con un carácter muy conservador, y atentó contra el gobierno más orgánicamente representativo del consenso neoliberal. Al final, con el cierre del Congreso en septiembre del año pasado, y la derrota del fujimorismo, parecía que asistíamos, en muchos sentidos, al cierre de la etapa iniciada en 2001.
El Covid-19 ha acentuado algunas tendencias registradas anteriormente. Lo que era una desaceleración se ha convertido en una de las caídas económicas más grandes de nuestra historia, y los cuestionamientos a las políticas económicas orientadas al mercado se han acentuado. Los políticos ahora se animan a presentar propuestas que no solo desafían abiertamente el consenso ortodoxo, si no que implican una vuelta a épocas en las que la estabilidad en las cuentas fiscales no importaban. La supuesta fortaleza tecnocrática en áreas claves del Estado está fuertemente mellada por los límites en la respuesta a las necesidades de la epidemia. La debilidad política se ha acentuado con mayores niveles volatilidad y fragmentación. Si antes parecía asegurada la continuidad, ahora prima la incertidumbre. Por ello, se juega mucho en las elecciones de 2021; mayor razón para insistir en la importancia de tener un proceso electoral, por lo menos, un poco más ordenado.
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