Artículo publicado en El Comercio, sábado 21 de abril de 2019
Más allá de las pasiones que el expresidente desata, no cabe duda de que la historia de nuestro país de los últimos cuarenta años ha estado marcada profundamente por su figura.
1980. Muerto Haya de la Torre, profundamente dividido el APRA, derrotado en las elecciones generales de ese año, percibido como un partido de octogenarios, su sobrevivencia estaba en duda. En este marco, el joven diputado Alan García lidera la sorprendente renovación del partido, siguiendo una orientación socialdemócrata; se le compara con Felipe González. Logró liderar la oposición al segundo belaundismo, y ganó las elecciones generales de 1985. Logró llevar al APRA al gobierno, objetivo que Haya nunca pudo alcanzar.
1985-1990. García pretende erigirse no solo como líder revolucionario nacional, también continental. Tuvo dos años de popularidad excepcional. Hacia 1987, la realidad imponía ajustes, prudencia, moderación; en vez de ello, redobló la apuesta, pretendiendo estatizar la banca. El plan fracasó; nuevamente, en vez de ajustar y abandonar sus pretensiones refundacionales, optó por un manejo político y electoral de la economía. Consecuencia, la hiperinflación, la peor crisis económica del siglo XX; también la capacidad de impedir el triunfo de Mario Vargas Llosa y de lograr para el APRA el 22.5% de los votos. Intentó un populismo radical cuando el mundo viraba hacia la economía de mercado, privilegió sus intereses políticos de corto plazo a lo que necesitaba el país.
1990s y el nuevo siglo. Graves acusaciones de corrupción y violaciones a los derechos humanos. Investigaciones interrumpidas por el golpe de Estado de abril de 1992. García pasa de inculpado a perseguido político. Logra exiliarse y reinventarse. El desgaste y desplome del fujimorismo lo reivindica a la luz de muchos. Increíblemente, estuvo muy cerca de ganar las elecciones de 2001. García se reinventa como candidato con un discurso contrario al neoliberalismo. Pasa a segunda vuelta en 2006 criticando a los ricos y reivindicando a los pobres, pero gana la presidencia invocando la responsabilidad.
2006-2011. García evoca la figura de Nicolás de Piérola: “gran presidente después de un primer gobierno desastroso”. Son los años del “giro a la izquierda” en América Latina. Pudiendo hacerlo, no encabezó un gobierno de centro-izquierda, ni tuvo una práctica republicana. Fue excesivamente conservador (recordar la retórica del “Perro del Hortelano”), y asumió un modelo de gobierno “obrista”, desdeñando la dimensión institucional (aunque algunos logros puede exhibir en este campo). Debilitó a su partido, y no pudo evitar que escándalos de corrupción salpicaran su gobierno. Con todo, se benefició del crecimiento económico regional y mantuvo la continuidad y estabilidad de las políticas económicas, logrando cifras de crecimiento y reducción de la pobreza muy estimables. Y logró evitar que diversas comisiones investigadoras hallaran responsabilidades en su contra.
2011 en adelante. García maltrecho, pero no podía descartarse una nueva reinvención política. Pero desde entonces las estrategias del pasado dejaron de funcionar. Pretendió capitalizar el desgaste del gobierno de Humala, pero terminó siendo perjudicado por el clima de confrontación en el que se vio envuelto: 5.8% en 2016. Después, las revelaciones asociadas al caso lava jato fueron destruyendo su credibilidad. Al respecto, dejemos que las investigaciones y los juicios avancen para poder opinar con fundamento. Solo entonces podremos entender el sentido de su decisión final. Mis condolencias a sus familiares y correligionarios.
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