miércoles, 26 de julio de 2017

Sobre el fujimorismo


Artículo publicado en La República, domingo 9 de julio de 2017 

En las últimas tres semanas hemos aprendido más sobre el fujimorismo que en los últimos tres años, solo que no logramos descifrar bien la evidencia, ya sea porque vemos en el fujimorismo la pura encarnación del mal, o la esperanza de solución a todos los problemas, mediante la formalización de una megacoalición de derechas. En medio de todo esto está la discusión sobre las consecuencias que tendría un eventual indulto al expresidente Fujimori. El problema es que malas decisiones ahondarán la crispación y la conflictividad política y complicarían mucho la gestión gubernamental, precisamente cuando se vislumbra un camino que podría, al menos por un tiempo, reducir los choques entre el poder ejecutivo y el Congreso.

Veamos. Entre 2011 y 2016, con la construcción de Fuerza Popular, Keiko Fujimori erigió un partido bajo su mando, en el que el papel de Alberto Fujimori quedó claramente subordinado, a diferencia de la campaña de 2010-2011; bajo su liderazgo, el indulto a su padre quedó claramente relegado como bandera política. Reclutó a una amplia camada de fujimoristas de “nueva generación”, basada en una gran diversidad de intereses regionales, y articuló un núcleo dirigente de su confianza. El trabajo de base rindió abundantes frutos, que se expresaron en el logro de la mayoría parlamentaria. Keiko intentó también una estrategia de moderación que le funcionó hasta cierto punto, pero en algún momento habría llegado a la conclusión de que no valía la pena seguir por ese camino, y reculó a posturas tradicionales, duras y conservadoras, que en última instancia le hicieron perder la segunda vuelta electoral. Esas mismas posiciones tiñeron la relación con el gobierno del presidente Kuczynski.

El manejo de la bancada mayoritaria ha sido ciertamente complicado. Según 50+1, hacia finales de 2016 encontramos que la mayoría de proyectos de ley de Fuerza Popular consistían en diversos pedidos de “declaratorias de interés”. Desde entonces Keiko impuso un manejo más centralizado y estratégico de las iniciativas legislativas, en las que el núcleo central, el del mototaxi, tuvo el protagonismo. Así se fue generando una tensión con un grupo importante de congresistas provincianos, de muy variados intereses. En este marco Kenji Fujimori actuó con gran astucia: cosechó el descontento de los congresistas provincianos, levantó el pedido del indulto para su padre como parte de una estrategia de negociación en la que se ofrecía la moderación de un sector del fujimorismo, afirmaba su presencia y liderazgo cuestionando el manejo vertical y conservador de Keiko, levantaba su imagen apelando a la estrategia más liberal y moderada que Keiko abandonó.

Sin embargo, Keiko reaccionó. Consciente de la imagen de intransigencia y obstruccionismo, pidió un diálogo directo con el Presidente de la República. Reunió a la bancada y sometió a Kenji a un proceso disciplinario. Logró que los congresistas fujimoristas provincianos firmen una declaración en la que reafirman su identificación con la bancada. Así, el tema del indulto se ha desinflado por ahora, porque se ha hecho evidente de que éste no solo es incorrecto, si no también inconveniente tanto para el gobierno como para FP. Kenji no cuenta, por ahora, como un interlocutor creíble dentro de una estrategia de negociación con el ejecutivo. Lo que nos lleva a la reunión del martes entre el Presidente y la líder de FP. Seguramente nada muy concreto saldrá de esa reunión, pero ojalá fuera el inicio de una nueva forma de hacer oposición por parte de FP, y de un gobierno más claro en sus prioridades.

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