Artículo publicado en La República, domingo 1 de enero de 2017
En la primera columna de 2016, entrando a la campaña electoral propiamente dicha, veíamos una oferta abundante de candidatos a la derecha, varios con opciones significativas de triunfo, y del centro a la izquierda una diáspora de candidaturas poco viables. Los cinco candidatos que encabezaban las encuestas de intención de voto, y que se presentaron en la CADE de inicios de diciembre de 2015 (K. Fujimori, Kuczynski, García, Toledo y Acuña) no mostraban grandes diferencias en sus propuestas de gobierno, y la incertidumbre y los temores se personalizaban en la figura de Acuña, considerando la distancia que media entre haber sido alcalde y presidente regional, y ser Presidente de la República. Al final, como sabemos, Kuczynski logró ganar la elección ocupando, muy empujado por las circunstancias, una posición de centro; logrando maniobrar entre un fujimorismo muy fuerte y agresivo desde la segunda vuelta, y una izquierda que terminó siendo beneficiada accidentalmente de las contingencias asociadas a la exclusión de las candidaturas de Acuña y Guzmán. Todas estas últimas expresión de la continua búsqueda algo “diferente” en buena parte de los electores.
Desde entonces podía preveerse el rumbo del nuevo gobierno: decíamos el 3 de enero del año pasado que “en general sabemos que tendremos gestiones relativamente parecidas a las que hemos tenido en los últimos tres gobiernos: con cierta orientación general pro mercado, con algunas iniciativas sectoriales destacables, con otras con estancamientos o retrocesos lamentables. Con problemas serios de gestión política, consecuencia de la falta de cuadros suficientes con experiencia necesaria, de la falta de implantación en el conunto del país. Con metidas de pata desconcertantes, con iniciativas que luego son descartadas, algunas de ellas por la movilización y oposición ciudadana. Con muchos ministros independientes, que podrían haber sido ministros con cualquiera de los candidatos perdedores, y que podrían haber sido ministros con cualquiera de los gobiernos anteriores. Con escándalos salpicados por aquí y por allá, involucrando a congresistas del oficialismo y la oposición, a alguno que otro ministro o asesor presidencial”.
Pensando en el 2017, hay también cosas que resultan esperables. Si comparamos la evolución de la aprobación a la gestión presidencial en los últimos tres gobiernos, encontramos que Toledo terminó el 2002 con 24%, García el 2007 con 33%, y Humala el 2012 con 48%. Kuczynski termina el 2016 con 48%: en los próximos doce meses, muy probablemente no caerá tanto como Toledo, pero difícilmente terminará mejor que Humala. El segundo año del gobierno suele ser un año relativamente estable: en cuanto a las expectativas, se han desinflado las ilusiones infundadas iniciales, pero todavía no hay hartazgo con el gobierno; y en cuanto a la gestión, se superan los errores y las novatadas iniciales y la nueva administración empieza a funcionar, de modo que se equilibran algunos logros con los problemas inevitables (las caídas ocurren en el tercer año del gobierno).
Los primeros meses del 2017 el debate estará centrado en la evaluación de los decretos legislativos expedidos por el poder ejecutivo, y por su revisión por parte del Congreso, fuente nuevamente del tenso tira y afloja que ya vimos en las últimas semanas. Afortundamente, ahora hay más conciencia y experiencia respecto a cómo se juega ese juego. Y el inicio del nuevo año escolar será una prueba para evaluar la continuidad del legado de la gestión de Saavedra, y de las lecciones que habría sacado el gobierno después de su censura.
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