Artículo publicado en La República, domingo 26 de junio de 2016
Apareció hace unas semanas La palabra del tucán. Conversaciones con Luis Bedoya Reyes (Lima, Planeta, 2016) de Harold Forsyth, con prólogo de Hugo Neira. Un libro fascinante, como el itinerario del entrevistado, a través de quien podemos seguir la historia del Perú desde el leguiísmo hasta el fujimorismo. Mucho se puede comentar de este libro, yo quiero llamar la atención sobre la revelancia del testimonio de Bedoya para entender mejor algunos asuntos centrales de la vida política peruana del siglo XX.
Primero, el peculiar camino que siguió el socialcristianismo como doctrina en el Perú. A diferencia de Chile y Venezuela, en donde esta corriente llegó al poder en la década de los años sesenta (y también en Ecuador a finales de siglo) en el ámbito sudamericano, en Perú, pese a su importancia, nunca logró concitar un respaldo suficiente. Bedoya nos habla de los conflictos y tensiones al interior de la Democracia Cristiana, así como de las distancias entre diferentes liderazgos. Queda abierta la pregunta de qué habría pasado en las elecciones de 1969, que habrían enfrentado a Bedoya con Haya de la Torre. Como sabemos, el velasquismo impidió que se concrete ese escenario.
Segundo, el velasquismo. Bedoya retrata desde un testimonio muy cercano a la figura de Velasco el perfil de un movimiento que va definiéndose conforme avanza, moldeado por el escenario de un eventual conflicto con Chile, por los cambios en los intereses de los Estados Unidos en la relación bilateral, y por las difusas preferencias personales de Velasco, antes que resultado de una planificación cuidadosa. Creo que esto plantea revisar un poco algunas imágenes convencionales del velasquismo, tanto por parte de sus apologistas como de sus detractores.
Tercero, detalles muy relevantes sobre la incertidumbre y el papel de los liderazgos en el contexto de la Asamblea Constituyente y de la transición democrática. El papel de Bedoya y del PPC permitió que Haya ocupara la presidencia de la Asamblea Constituyente, en una muestra de lo que podríamos calificar como el ejercicio de una “oposición leal”, mostrado también en la defensa de sus fueros frente a presiones del gobierno militar. Damos por sentado que las cosas estaban destinadas a ocurrir como ocurrieron, cuando el realidad la Constituyente podría haber sido una experiencia fallida.
Cuarto, acaso la década para Bedoya pudo haber sido la de la sesenta; la de los ochenta está marcada por los profundos cambios abiertos por el velasquismo. Al otrora exitoso alcalde de Lima le resultaba difícil sintonizar con el Perú del “desborde popular”, que lo hacía ver acaso más conservador y de derecha de lo que en realidad era. El velasquismo primero, y el fujimorismo después, fueron vendavales que impusieron una política más plebeya, chúcara, alejada de los códigos de caballerosidad, admirables pero crecientemente anacrónicos, en los que se formó Bedoya.
Quinto, después de la derrota en la elección presidencial de 1985, Bedoya muestra una lucidez y un valor que me parece podría haberse destacado en el libro: su papel en la renovación de su partido. Bedoya supo reconcer que sus mejores años habían pasado, y que debía poner su figura a favor de la construccipón de nuevos liderazgos. Producto de ello es la aparición de Lourdes Flores, que como candidata presidencial del PPC logró incluso obtener más votos que el propio Bedoya, y que le permitió a este partido mantener vigencia hasta el nuevo siglo.
Todo esto y más ayuda a entender el respecto y admiración unánimes que despierta hoy “el tucán”. Esperamos leer pronto sus anunciadas memorias.
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