Artículo publicado en La República, domingo 10 de abril de 2016
El proceso electoral cuya primera etapa concluye hoy ha estado marcado por eventos inesperados y sorprendentes, que generaron incertidumbre, nerviosismo, indignación, suspicacias. En el tramo final los miedos, los rechazos, la intolerancia, salieron a relucir con fuerza. Sin embargo, el clima de crispación, a mi juicio, no se corresponde con la situación que vivimos, y espero que cuando pase la humareda seamos capaces de verlo.
Parece haber terminado un ciclo, iniciado con la reinstitucionalización democrática del país en 2001. Un ciclo que deja un legado en parte positivo, de crecimiento económico y reducción de la pobreza, con uno de los mejores desempeños en la región. Tanto así que para algunos parecía que esto podía seguir sin fortalecer el Estado y sus instituciones, sin una política más ordenada y decente. Un ciclo en donde parecía que poner a debate temas como la mejor redistribución de los beneficios del crecimiento, los derechos de las comunidades campesinas y pueblos indígenas, entre muchos otros, resultaban una blasfemia.
Hoy terminó el ciclo de crecimiento basado en los precios altos de las exportaciones de materias primas, y surge legítimamente la pregunta por buscar otras opciones, complementarias. Es cada vez mayor la conciencia de que requerimos un mejor Estado y mejores instituciones, y mejores líderes políticos. Esta campaña electoral ha dejado constancia además de que los años de crecimiento y modernización han generado una nueva ciudadanía, más consciente y demandante, con nuevas reivindicaciones, no solo las convencionales que aspiran a “obras”. Aparecen también demandas “postmaterialistas”: hoy discutimos también sobre el matrimonio igualitario, los derechos reproductivos, y los derechos de la población LGTB. También temas de memoria, justicia y reparación a las víctimas de la violencia política y de violaciones a los derechos humanos. La lucha contra la corrupción, la demanda por integridad en los políticos y servidores públicos resultan también fundamentales, y se muestran capaces de movilizar a segmentos importantes de la población, en especial a los jóvenes, como en otros países de la región. Por fin parece que, al igual que en el conjunto de América Latina y Europa, la presencia de la izquierda volverá a ser parte del paisaje político.
Creo que hay plena conciencia de que estas novedades no pueden ser desatendidas. Y que quienes critican el manejo del país en los últimos años no pretenden una vuelta al pasado, sino correcciones importantes que resultan imprescindibles. Confío en que el Perú que emergerá de este domingo pueda ser mejor que el que hemos tenido en los últimos quince años. Al menos, la oportunidad existe.
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