Artículo publicado en La República, domingo 3 de abril de 2016
En los últimos años, nos hemos acostumbrado a pensar que el Congreso es un actor poco relevante. ¿Cómo ha ocurrido esto, a pesar de que el ejecutivo no ha tenido mayoría propia en los últimos años? Recordando a los gobiernos de Bustamante (1945-48), Belaunde (1963-68) y Fujimori (1990-92) se constataba que gobiernos sin mayoría fueron muy inestables, y que terminaron con la interrupción del proceso democrático. El académico estadounidense Scott Mainwaring había advertido también que la combinación latinoamericana de presidencialismo con representación proporcional llevaba a gobiernos sin mayoría sumamente precarios.
En otros países, la estabilidad se logró mediante la construcción de grandes acuerdos políticos, dando lugar a los “presidencialismos de coalición”. De manera equivalente a lo que sucede en regímenes parlamentarios, la construcción de acuerdos políticos dio estabilidad a países como Uruguay, Chile y Brasil en los últimos años. En Perú no fue así: salvo el acuerdo entre Perú Posible y el Frente Independiente Moralizador durante el gobierno de Toledo, los presidentes lograron mayoría sin necesidad de grandes pactos.
¿Cómo fue eso posible? Por la existencia de un gran consenso pro statu quo en los útimos tres congresos. Perú Posible armó mayoría con el FIM, con Unidad Nacional y otros grupos menores; el APRA con el fujimorismo y Unidad Nacional; y el Partido Nacionalista con Perú Posible y otros grupos menores. Estas mayorías “pro-sistema”, hicieron que las leyes más importantes surgieran por iniciativa del poder ejecutivo (una de las pocas excepciones importantes a este patrón sería la ley universitaria, empujada desde la Comisión de Educación presidida por Daniel Mora). Esto no cambió aún cuando la indisciplina de los grupos mayoritarios complicó la construcción de mayorías: Perú Posible empezó con 45 parlamentarios pero terminó con 31, y ahora el Partido Nacionalista, que llegó con 47, cuenta solo con 27. Este consenso solo se ve mellado hacia finales de cada gobierno, cuando proliferan iniciativas de tipo populista en el contexto de las nuevas elecciones.
Todo será muy diferente a partir del 28 de julio. Si Kuczynski es presidente, se verá obligado a coordinar estrechamente con la bancada de Fuerza Popular cada paso que dé, al contar ésta con mayoría propia. En este escenario, sería muy importante saber de los congresistas de Fuerza Popular cuáles son los ejes y prioridades de su agenda parlamentaria. Lo mismo para el Frente Amplio; si bien sus votos por sí solos no podrán lograr muchos efectos, sería muy importante que pudiera coordinar acciones con Acción Popular, y sobre todo, con organizaciones sociales, nacionales y regionales; su ventaja está en su mayor contacto con la calle. La posibilidad de esa articulación sería otra gran novedad para el futuro. Finalmente, si K. Fujimori fuera presidenta, tendrá que enfrentar la desconfianza ante un potencial uso autoritario de su mayoría, como ocurrió entre 1995 y 2000. Ella no debe perder de vista que la mayoría de curules no equivalen a mayoría política en un sentido sustantivo. Ya anunció ceder a la oposición algunas comisiones clave. ¿No debería pensarse en mesas directivas multipartidarias? ¿Reflotar el Acuerdo Nacional? En realidad, gane quien gane, está en agenda constuir un gobierno de coalición muy amplio, más que en los gobiernos anteriores, paradójicamente, a pesar de que ahora hay una mayoría parlamentaria clara. Esto evitaría que Kuczynski sea visto como un rehén del fujimorismo, y que K. Fujimori no sea vista como la repetición del segundo gobierno de su padre.
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