Artículo publicado en La República, domingo 17 de enero de 2016
En nuestro país tenemos partidos sin políticos, pero también políticos sin partido. Es decir, no se consolidan organizaciones partidarias, reducidas a poco más que etiquetas que sirven para postular a elecciones, pero sí hay muchos esfuerzos individuales por construir carreras políticas. Si uno mira los espacios regionales, provinciales y locales, encontraremos una suerte de protoelite política, un conjunto de personajes que intentan construir una carrera de elección en elección o de cargo en cargo, en un contexto de altísima mortalidad. Como ha señalado Steve Levitsky hace unas semanas, a estos políticos casi les resulta inevitable postular a lo largo del tiempo a través de diferentes etiquetas. Algo de eso ocurre también en el ámbito limeño – nacional.
Sin embargo, necesitamos profundizar en el análisis del desarrollo de estas carreras. Para empezar, para estar en política se necesita, mínimamente, representar “algo”. Ya sea algún grupo de interés, alguna causa, perfiles, valores. Dependiendo de qué sea, algunos vehículos resultan mejores que otros, o indiferentes, o contraproducentes. Así por ejemplo, Humberto Lay y su partido representa a los evangélicos, y no resulta extraño verlo en 2011 en alianza con Pedro Pablo Kuczynski, y ahora con César Acuña. Mercedes Aráoz representa a una tecnócrata liberal eficiente, y no extraña que siendo ministra de Alan García, hoy postule con Kuczynski.
La imagen construída resulta entonces el principal activo de un político. El atractivo de la misma te permite entrar al mercado político y acceder a mejores posiciones dentro de grupos con mejores opciones. Anel Townsend con César Acuña o Vladimiro Huaroc con Keiko Fujimori hacen una suerte de upgrade desde Perú Posible y Fuerza Social, respectivamente, huyendo de la desaparición que tendrían si postularan con esos grupos. Son convocados porque resultan útiles para las estrategias de quienes los llaman; hacen giros que ciertamente comprometen sus trayectorias, pero confían en que siendo congresistas o teniendo algún cargo público podrán seguir siendo figuras atractivas. La alianza entre el APRA y el PPC junta elementos en principio contradictorios, pero para el PPC resulta una manera de asegurar su sobrevivencia, y para el APRA el intento de dar impulso a una candidatura estancada.
Finalmente, están quienes incineran su capital político en aventuras sin mayor sentido, tanto para los políticos como para los partidos. Susana Villarán al lado de Urresti mancha casi irremediablemente una larga trayectoria a cambio de nada; y el Partido Nacionalista pierde, no gana votos (digamos que la desorientación de Villarán es compartida por Nadine Heredia). Nano Guerra destruye como candidato de Solidaridad Nacional cualquier asomo de credibilidad que podría haber tenido. Y a Luis Castañeda esto no le preocupa, porque Solidaridad Nacional es solo una etiqueta que en algún momento le sirvió, y ahora le resulta casi una carga. Seguro encontrará otra etiqueta más adelante.
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