lunes, 18 de enero de 2016

50 años pensando el Perú, en línea


Estimados, acaba de salir publicado en línea el libro que publicamos en el Instituto de Estudios Peruanos por nuestro 50 aniversario, del cual soy editor y coautor. El texto puede ser descargado desde nuestra Biblioteca Virtual, dentro de la Serie "Perú Problema", también desde aquí. Saludos.

Transfuguismo y carreras políticas

Artículo publicado en La República, domingo 17 de enero de 2016

En nuestro país tenemos partidos sin políticos, pero también políticos sin partido. Es decir, no se consolidan organizaciones partidarias, reducidas a poco más que etiquetas que sirven para postular a elecciones, pero sí hay muchos esfuerzos individuales por construir carreras políticas. Si uno mira los espacios regionales, provinciales y locales, encontraremos una suerte de protoelite política, un conjunto de personajes que intentan construir una carrera de elección en elección o de cargo en cargo, en un contexto de altísima mortalidad. Como ha señalado Steve Levitsky hace unas semanas, a estos políticos casi les resulta inevitable postular a lo largo del tiempo a través de diferentes etiquetas. Algo de eso ocurre también en el ámbito limeño – nacional.

Sin embargo, necesitamos profundizar en el análisis del desarrollo de estas carreras. Para empezar, para estar en política se necesita, mínimamente, representar “algo”. Ya sea algún grupo de interés, alguna causa, perfiles, valores. Dependiendo de qué sea, algunos vehículos resultan mejores que otros, o indiferentes, o contraproducentes. Así por ejemplo, Humberto Lay y su partido representa a los evangélicos, y no resulta extraño verlo en 2011 en alianza con Pedro Pablo Kuczynski, y ahora con César Acuña. Mercedes Aráoz representa a una tecnócrata liberal eficiente, y no extraña que siendo ministra de Alan García, hoy postule con Kuczynski.

La imagen construída resulta entonces el principal activo de un político. El atractivo de la misma te permite entrar al mercado político y acceder a mejores posiciones dentro de grupos con mejores opciones. Anel Townsend con César Acuña o Vladimiro Huaroc con Keiko Fujimori hacen una suerte de upgrade desde Perú Posible y Fuerza Social, respectivamente, huyendo de la desaparición que tendrían si postularan con esos grupos. Son convocados porque resultan útiles para las estrategias de quienes los llaman; hacen giros que ciertamente comprometen sus trayectorias, pero confían en que siendo congresistas o teniendo algún cargo público podrán seguir siendo figuras atractivas. La alianza entre el APRA y el PPC junta elementos en principio contradictorios, pero para el PPC resulta una manera de asegurar su sobrevivencia, y para el APRA el intento de dar impulso a una candidatura estancada.

Finalmente, están quienes incineran su capital político en aventuras sin mayor sentido, tanto para los políticos como para los partidos. Susana Villarán al lado de Urresti mancha casi irremediablemente una larga trayectoria a cambio de nada; y el Partido Nacionalista pierde, no gana votos (digamos que la desorientación de Villarán es compartida por Nadine Heredia). Nano Guerra destruye como candidato de Solidaridad Nacional cualquier asomo de credibilidad que podría haber tenido. Y a Luis Castañeda esto no le preocupa, porque Solidaridad Nacional es solo una etiqueta que en algún momento le sirvió, y ahora le resulta casi una carga. Seguro encontrará otra etiqueta más adelante.

El octavo ensayo

Artículo publicado en La República, domingo 10 de enero de 2016

El libro de Aldo Mariátegui (considerado por la última “Encuesta del Poder” uno de los “analistas políticos” más influyentes del país) fue el más vendido en la Feria Ricardo Palma en diciembre pasado. Se trata de El octavo ensayo (Lima, Planeta, 2015).

El autor declara en la introducción que escribió el libro porque “aborrece” y “detesta” a la izquierda; el propósito del mismo sería denunciar su responsabilidad en los grandes males que han asolado al país en las últimas décadas. En estas páginas encontramos al desaforado Mariátegui que solemos leer en Perú 21. Sin embargo, el grueso del libro tiene otro tono y sentido: consiste en una suerte de crónica de la historia de la izquierda en el Perú. El primer capítulo se centra en José Carlos Mariátegui como fundador de las ideas socialistas, y los dos siguientes en la “desmariateguización” del Partido Comunista, en el surgimiento de la “nueva izquierda” y las experiencias guerrilleras. El cuarto, el más extenso, trata centralmente sobre el gobierno militar. La crónica de Mariátegui está marcada por supuesto por su particular punto de vista y estilo, pero me atrevería a decir que no está demasiado alejada del “estado de la cuestión” construido desde las ciencias sociales sobre esos temas. Digamos que estamos ante un Mariátegui más serio y profesional, en donde su aporte está acaso en las anécdotas y chismes que sazonan el relato. Este último capítulo termina con unas páginas sobre el devenir de la izquierda desde la transición democrática hasta la actualidad, en las que reaparece el pugnaz columnista diario.

La contradicción central del libro a mi juicio es que el odio de Mariátegui hacia la izquierda no se deduce en realidad de la crónica que él mismo hace. El origen del problema está en el uso impreciso del término “izquierda”. En la introducción ella engloba un conjunto muy amplio e impreciso de ideas que van desde el marxismo al nacionalismo y al intervencionismo estatal, desde ideas liberales asociadas a la defensa de los derechos humanos y a la contemporánea “corrección política” hasta el ecologismo radical. De allí que la izquierda peruana aparezca como una entidad con enorme poder e influencia, responsable de las crisis económicas, políticas y de la violencia política que sufrió el país (y padeció el autor) en los últimos años.

Sin embargo, la propia crónica del autor sigue un relato más preciso, que define a la izquierda desde su relación con la tradición marxista. Desde este ángulo, la izquierda peruana es más bien marginal, subordinada al APRA primero y al velasquismo después. Y en la década de los años ochenta no llegó al gobierno nacional. El principal causante de la mayoría de los males que denuncia Mariátegui es en realidad el populismo, del que se ocupa en su crítica al velasquismo, pero del que llamativamente poco dice en cuanto a su manifestación en el primer gobierno de Alan García.

Aunque tarde, me sumo a la campaña: ¡libertad para los presos políticos en Venezuela!

2016 – Desdramatizar

Artículo publicado en La República, domingo 3 de enero de 2016

En la última columna del 2014 especulábamos sobre un 2015 que se nos haría largo, atrapados entre un gobierno de salida sin mayores iniciativas, y la postergación del inicio propiamente dicho de la campaña electoral de 2016. En cuanto a lo primero, resultó que el gobierno sí tuvo cierto impulso reformista; en educación, interior, ambiente, producción, transportes y otras áreas los ministros respectivos empujaron iniciativas relevantes, pero que no marcaron la agenda pública, tomada excesivamente por las agendas de la primera dama. Una lástima. En cuanto a lo segundo, en efecto, el panorama preelectoral no tuvo muchas sorpresas, salvo la aparición de César Acuña como serio aspirante a ganar la presidencia.

¿Qué se podría preveer del 2016? Después de la presentación de las primeras 17 “planchas” presidenciales ha cundido en algunos sectores un profundo desánimo. Mientras que del centro a la derecha la oferta es abundante y con candidaturas con opciones significativas de triunfo, del centro a la izquierda hay más bien una diáspora de candidaturas poco viables. A diferencia de las elecciones de 2011, 2006 y 2001, en las que la candidatura de Ollanta Humala y antes la de Alejandro Toledo de alguna manera representaron a estos sectores, esta vez hay un notorio vacío que explica esa sensación.

A pesar de esto, habría que desdramatizar un poco. En realidad, si uno considera los cinco candidatos que aparecen encabezando las encuestas, hay relativa certeza de qué es lo que pasaría con sus eventuales gobiernos. Solo con César Acuña existe un margen preocupante de imprevisibilidad, aunque también acotada. En general sabemos que tendremos gestiones relativamente parecidas a las que hemos tenido en los últimos tres gobiernos: con cierta orientación general pro mercado, con algunas iniciativas sectoriales destacables, con otras con estancamientos o retrocesos lamentables. Con problemas serios de gestión política, consecuencia de la falta de cuadros suficientes con experiencia necesaria, de la falta de implantación en el conunto del país. Con metidas de pata desconcertantes, con iniciativas que luego son descartadas, algunas de ellas por la movilización y oposición ciudadana. Con muchos ministros independientes, que podrían haber sido ministros con cualquiera de los candidatos perdedores, y que podrían haber sido ministros con cualquiera de los gobiernos anteriores. Con escándalos salpicados por aquí y por allá, involucrando a congresistas del oficialismo y la oposición, a alguno que otro ministro o asesor presidencial.

El juego electoral ha devenido en los últimos años en un juego de apariencias, que no define en el fondo el rumbo de las políticas públicas y de las decisiones de Estado, para bien y para mal. En realidad, me parece que interesa menos quién gane, mucho más cuánta capacidad tendrá la sociedad de vigilar, presionar, incidir, controlar, movilizarse. En los últimos años, esto es lo que en realidad ha funcionado para limitar los excesos del poder.

Sobre las “planchas”

Artículo publicado en La República, domingo 27 de diciembre de 2015

Mucho que comentar sobre la reciente inscripción de “planchas” presidenciales.

De un lado, distinguiría las alianzas partidarias de los “jales” individuales. Las primeras, por basarse en lógicas colectivas, tienen un carácter ligeramente más institucional. Digo ligeramente porque algunas son puramente oportunistas, como la de Solidaridad Nacional con Unión por el Perú, o la de Restauración Nacional con Alianza para el Progreso. Otras son fruto de un interés entendible, pero difícil de justificar, como la del APRA y el PPC. García busca relanzar una candidatura que no despega apoyándose en el aura de republicanismo que vagamente puede reconocerse todavía en el PPC, mientras que para este de lo que se trata es de simplemente subsistir, en un contexto en el que otros (Pedro Pablo Kuczynski) no quisieron recibirlos. Lo que es desconcertante es que Lourdes Flores haya aceptado ser la abanderada de esto, en una suerte de autosacrificio ritual digno de mejor causa. Es necesario destacar la actitud de Marisol Pérez y Alberto Beingolea: es posible discrepar con una decisión partidaria, ponerse al margen, pero no terminar como tránsfuga en alguna otra agrupación.

Respecto a los “jales”, en principio buscan equilibrar o compensar limitaciones de la figura presidencial; y del lado de los acompañantes, la ganancia es vincularse al poder, por supuesto. Las “planchas” de K. Fujimori, Kuczynski, Acuña y García siguen claramente esa lógica. Toledo, por el contrario, elocuentemente, se encerró dentro de su entorno más inmediato. En cuanto a las candidaturas menores, ellas pueden tener sentido como intentos de posicionamiento para proyectos de largo plazo, o dentro de lógicas no electorales. Pero algunas han seguido lógicas muy extravagantes: por ejemplo, ¿qué gana Solidaridad Nacional con Nano Guerra? Y ¿cómo así Guerra podría consolidar una carrera política intentando primero ser candidato presidencial de Fuerza Social, luego candidato de la izquierda, luego del partido de Yehude Simon, para terminar del brazo de la “revocadora” Patricia Juárez? De otro lado, en cuanto al Partido Nacionalista, la candidatura de Urresti es claramente favorable para él en función a sus intereses de defensa judicial, así como su asociación con Villarán (no así para sus intereses electorales), pero no es para nada evidente que esto le sirva de alguna manera al nacionalismo o a Villarán. El discurso del presidente Humala tiene poco o nada que ver con el de Urresti, y en cuanto a Villarán, es patética su desorientación política, que la lleva a destruir su muy escasa credibilidad política a cambio de nada (¿realmente cree que entrará al Congreso?).

Finalmente, la izquierda. La diáspora la afecta colectivamente. Un día asistimos al anuncio de una amplia unidad (¿se acuerdan del CPUFI?) y otro día tenemos la diáspora total. En medio de esto la candidatura de Verónika Mendoza sufre un poco menos, pero su plancha es buena para reafirmar a los conversos, no para ganar los votos que necesita.

¿Una nueva derecha en América Latina?

Artículo publicado en La República, domingo 20 de diciembre de 2015

En las últimas semanas se ha comentado mucho sobre los resultados de las recientes elecciones en Argentina y Venezuela. En este artículo quiero explorar si estamos ante la posibilidad del surgimiento de una “nueva derecha” en algunos de nuestros países.

Históricamente, uno de los grandes problemas para la democracia en algunos de nuestros países ha sido la ausencia de partidos de derecha con capacidad de competir eficazmente en el terreno electoral. Partidos identificados con intereses elitistas y excluyentes no son por supuesto capaces de ganar muchos votos, y terminaban subordinados ante partidos populistas o de izquierda. Para los sectores conservadores, el juego democrático aparecía como amenazante para sus intereses, por lo que solían recurrir a la promoción de golpes militares. El caso peruano durante gran parte del siglo XX es emblemático de esta situación: la derecha no podía competir eficazmente como contrapeso al APRA, lo que terminaba en gobiernos militares o en la exclusión del APRA y de los partidos de izquierda. En Argentina y Bolivia podría decirse algo similar, con el predominio del peronismo y del nacionalismo revolucionario. Por el contrario, lo que tienen en común países con más tradición democrática como Chile, Uruguay, Colombia o Costa Roca es contar con partidos de derecha capaces de ganar elecciones (partidos como el Nacional, Blanco, Conservador o Social Cristiano en esos países). Para ello, sintonizar de alguna manera con los intereses populares resulta imprescindible, con una combinación de políticas asistencialistas y de defensa de valores tradicionales.

En Argentina, históricamente, la derecha no ha sido significativa electoralmente, en medio de una tradición con cierto perfil bipartidista peronista – radical. La derecha aparecía más bien como extremadamente conservadora y excluyente. En Venezuela, la oposición al chavismo tuvo importantes sectores que optaron por el camino de la pura confrontación, el boicot y la búsqueda de un golpe de Estado. En las recientes elecciones encontramos sin embargo un nuevo discurso: en el que no solo se habla de respeto a las libertades y la promoción del mercado, también uno en el que se reconocen como problemas centrales la desigualdad y la injusticia social, y en donde la inclusión y los programas sociales resultan fundamentales, donde los nuevos grupos aseguran no solo que no se perderán los avances registrados en los últimos años bajo gobiernos de izquierda, sino que se avanzará aún más. Si estas derechas han triunfado no es por la hegemonía de ideas libertarias, sino porque en medio de la crisis aparecen mejor preparadas para asegurar el bienestar de la población.

¿Y en nuestro país? ¿Cuánto ha calado un nuevo sentido común más social entre nuestros grupos de derecha? El fujimorismo parecería mejor perfilado para intentar convertirse en esa “nueva derecha” pero para ello tendría que reinventar su identidad y dejar de ser la simple proyección del pasado.