Artículo publicado en La República, domingo 4 de enero de 2015
La imagen de la juramentación del nuevo alcalde de Lima Luis Castañeda acompañado por el Cardenal y Arzobispo de Lima Juan Luis Cipriani y un disminuído presidente Humala resulta muy poderosa. Más todavía imaginar a los dos primeros personajes en ceremonias oficiales el próximo año junto a Keiko Fujimori, Alan García o Pedro Pablo Kuczynski, por mencionar a quienes por el momento lideran las encuestas de intención de voto.
Desde inicios de siglo, en casi toda América Latina se registró el llamado “giro a la izquierda”; Perú no lo tuvo en 2000-2001. Ni Alberto Andrade, ni Luis Castañeda, ni Alejandro Toledo, tenían un discurso contrario al neoliberalismo. En 2006 sí se dio un giro parcial hacia la izquierda, con la presencia de un contestatario Ollanta Humala en la segunda vuelta. La importante votación de Humala expresaba un descontento con el neoliberalismo, pero su derrota también la relativa fortaleza y legitimidad de este. Ella no solo permitió el triunfo de García, también marcó su conversión ideológica. En 2011 el neoliberalismo podía proclamar que no solo había generado crecimiento, también reducción de la pobreza, a diferencia de 2006; por ello en esa elección el propio Humala entendió que para ganar era necesario un desplazamiento hacia el centro político en su enfrentamiento con Keiko Fujimori.
Esta vez, nos aproximamos a las elecciones de 2016 bajo las sombras de la desaceleración económica: sin embargo, el cambio de modelo no parece estar en agenda como tema central. Sí asuntos como la inseguridad ciudadana o la recuperación del orden público, agendas más propiamente conservadoras (no olvidemos que Elidio Espinoza ganó la alcaldía de Trujillo y Daniel Urresti empieza a aparecer como un candidato creíble). Por su lado, la izquierda llega muy desgastada por el fracaso de su apuesta inicial en Ollanta Humala y en Susana Villarán; y con un reelecto, pero en prisión Gregorio Santos, y sin mayores posibilidades de trascender el espacio regional.
Para un país como en nuestro, tan desigual, diverso, y con tantas fuentes potenciales de conflictividad, la posibilidad de una aún mayor derechización del país, esta vez más “orgánica”, si se quiere, no es en absoluto una perspectiva promisoria. Frente a un congestionado espacio de derecha, un espacio de centro-izquierda parecería relativamente desatendido; el problema es que por el momento no tiene discurso, ni rostro reconocible. Aunque suene contrario al sentido común de estos días, en los que prosperan retóricas fuertemente confrontacionales con el gobierno, acaso una suerte de recomposición de la alianza que llevó a Humala a la presidencia (alrededor de la “Hoja de Ruta”) sea la base para empezar a construir una alternativa, lo que por supuesto incluye al Partido Nacionalista, o cuando menos a una buena parte de este. Pero para esto quienes hoy se ven como adversarios deberían ser capaces de empezar a reconocerse como aliados, y de darse cuenta de en qué sentido se mueven las mareas.
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