Artículo publicado en La República, domingo 18 de enero de 2015
Los últimos días están marcados por el protagonismo del Ministro del Interior Daniel Urresti como avanzada política del gobierno: no solo lanzando iniciativas impresionistas en materia de seguridad ciudadana, también como vocero político justificando decisiones, atacando opositores, definiendo los temas de agenda y discusión ante la opinión pública. Esto le ha valido ser por el momento el ministro mejor evaluado y potencial candidato presidencial oficialista con mayor intención de voto.
A mi juicio, entender la cultura política en el Perú implica reconocer que hay dos grandes clivajes o líneas de división que rayan la arena política: uno es ideológico-programático y va de la derecha a la izquierda; el otro separa a “los de arriba y los de abajo”, y más cultural y de sensibilidades. El estilo de Urresti resulta chocante para los estándares políticamente correctos, pero ha sido eficaz en ubicarse en el espacio ideal: en el centro ideológico (con sus críticas simultáneas a los activistas de izquierda, al fujimorismo y al APRA) y en representante de “los de abajo”, con sus modales desprolijos y estilo campechano, por decirlo de algún modo. A un gobierno que empieza el año arrinconado, aislado, desconcertado, Urresti le proporciona oxígeno e iniciativa. La apuesta por la tecnocracia reformista ha quedado arrinconada con las protestas de los jóvenes y la desaceleración económica (Ghezzi y Segura) y sus buenos modales y razones han sido desplazados por las “pechadas” de Urresti.
Pero el Presidente debe darse cuenta de que las ganancias de corto plazo pueden ser grandes pérdidas a mediano y largo plazo. Las mismas razones que explican la popularidad de Urresti llevan al declive en la aprobación del Presidente; el activismo y achoramiento antipolítico que hace popular a Urresti son los mismos que hacer ver al presidente débil y arrinconado. La apuesta por Urresti resultaría altamente beneficiosa para él, pero muy mala para el gobierno y el nacionalismo. Para el primero porque ha desdibujado el funcionamiento del Consejo de Ministros, y porque de él no saldrá ninguna inicitiva de política pública relevante y no se puede mantener la atención del público solo con fuegos artificiales; para el segundo porque no es posible que represente los variados intereses del humalismo. Urresti construye una carrera personal, no un proyecto partidario. Se parece más a Edwin Donayre que a Oscar Valdés, por decirlo de alguna manera. Seguir por este camino de confrontación inútil solo llevará a liquidar las posibilidades del nacionalismo en 2016.
Urge un cambio de rumbo, porque el actual lleva tarde o temprano a un callejón sin salida. Es difícil para el gobierno retroceder, pero todavía está a tiempo: para esto se necesita abrir espacios de diálogo, tender puentes, hacer gestos significativos: la salida de Urresti, la derogatoria de la ley de promoción del empleo juvenil, el fortalecimiento del papel de Ana Jara, fijar una nueva agenda, serían parte del camino a seguir.
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