Artículo publicado en La República, domingo 13 de junio de 2010
El jueves pasado la Pontificia Universidad Católica del Perú distinguió a Julio Cotler como doctor honoris causa en una cálida ceremonia, haciendo justicia a una figura respetada y admirada en todos los sectores del país; lo que se manifiesta elocuentemente en el hecho de que la “Encuesta del poder” del Instituto Apoyo coloca a Cotler como uno de los intelectuales más influyentes del país ininterrumpidamente desde 2000. Creo que la influencia de Cotler se explica por el poder de las imágenes de conjunto del país y la especificación de los mecanismos básicos de su funcionamiento, que se encuentran en su obra; y el reconocimiento que genera en su carácter excepcional, desde posiciones críticas y realistas, en el marco de las ciencias sociales peruanas.
¿Cuál sería “la visión del Perú de Julio Cotler”? Seríamos un país marcado por la continuidad de prácticas coloniales, excluyentes y discriminadoras; por relaciones entre Estado y sociedad que generan fragmentación y desarticulación social; que pasó por profundos procesos de modernización y democratización social, pero parciales y contradictorios; que no llegaron a expresarse en una comunidad democrática por la debilidad de los actores políticos, por la prevalencia de prácticas confrontacionales. Según Cotler, esto es así porque nuestra sociedad está basada en criterios estamentales, con la resultante dificultad para agregar intereses y representarlos políticamente; porque las articulaciones existentes responden a lógicas de cooptación desde intereses locales y desde el Estado, que se constituyen en el vértice de un “triángulo sin base”, que recurren a una “incorporación segmentaria”, que asegura el mantenimiento de lógicas patrimoniales, clientelísticas, corporativas; de allí que el Estado tienda a ser subordinado y dependiente a los intereses dominantes, nacionales y extranjeros. Aún ahora seguimos discutiendo sobre el Perú actual dentro de estos parámetros.
Así, Cotler presenta una visión crítica con el poder, pero también realista respecto a la posibilidades de cambio, lo que lo alejó de propuestas ideológicas, voluntaristas y utópicas. Reivindicó tempranamente la importancia de la democracia y el pluralismo, lo que lo llevó a ser un crítico de los autoritarismos tanto de derecha como de izquierda, a desconfiar de la sacralización del mercado y de la revolución, lo que lo ha convertido en una suerte de “conciencia crítica” en el debate nacional. Fue crítico con la dictadura velasquista (y fue deportado por ella), con los movimientos terroristas y las ambigüedades de parte de la izquierda, con el fujimorismo (fue activo miembro del Foro Democrático), y recientemente denunció los riesgos de un populismo autoritario en las elecciones de 2006. Ha sido abanderado de una manera de entender la política no como “el arte de lo posible”, sino como el ejercicio de “hacer posible lo necesario”. Un homenaje muy merecido.
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