sábado, 30 de marzo de 2019

Mesa o Morales


Artículo publicado en El Comercio, sábado 3 de marzo de 2019 

En los últimos meses, el descalabro político y económico en Venezuela y Nicaragua ha sido más que evidente, y la problemática de esos países ha adquirido configuraciones claramente regionales, expresadas en el gran flujo de emigración desde Venezuela hacia Colombia, nuestro país y muchos otros, y desde Nicaragua hacia Costa Rica, entre otras manifestaciones. Algunos señalan que este descalabro sería consecuencia de haber padecido liderazgos “radicales” de izquierda, con discursos refundacionales y prácticas autoritarias, como los de Chávez y Maduro y de Daniel Ortega. En este marco, Evo Morales aparecía hasta hace algún tiempo como contraejemplo, ilustración de estabilidad y prosperidad económica, un mínimo de consistencia institucional, y un importante apoyo popular, en medio de un proceso de profunda transformación del país. Ecuador con Rafael Correa aparecía también como un caso interesante: también implementó cambios muy profundos en el país, tuvo un manejo económico en el que combinó años muy buenos con otros muy mediocres, pero no llegó al descalabro como en los dos primeros casos mencionados. Si bien tuvo un estilo de gobierno abiertamente autoritario, y las instituciones funcionaron muy al compás del gobierno durante los años de Correa, al final tuvo el tino de no forzar una nueva re-re-re elección en 2017, después de las de 2009 y 2013.

Evo Morales pareció seguir el tino de Correa. Elegido por primera vez en 2005, convocó a una Asamblea Constituyente y aprobó una nueva Constitución, que permitió la reelección inmediata por una sola vez. Culminado su primer mandato, fue reelecto en 2009 y también en 2014, gracias a que el Tribunal Constitucional consideró como primer gobierno al de 2010, no al de 2006 (logró imponer una “interpretación auténtica” siguiendo el patrón de Alberto Fujimori). En medio de las controversias por esa re-re elección, era claro que Morales no podría reelegirse en las elecciones de este año; por ello, convocó en 2016 a un referéndum para cambiar la Constitución y establecer la posibilidad de reelegirse por dos periodos consecutivos, pero perdió. El “no” a la reforma obtuvo el 51.3% de los votos, y el “sí” el 48.7%. El “sí” ganó solamente en La Paz, Cochabamba y Oruro, las tres regiones altiplánicas, tres de las nueve regiones del país, expresando el clivaje andes – oriente tan relevante en los últimos años.

Sin embargo, a finales de 2017 Morales logró que el Tribunal Constitucional declarara que el límite a la reelección “viola sus derechos humanos”, amparándose supuestamente en la Convención Americana de Derechos Humanos, con lo que está en competencia para las elecciones que se realizarían en octubre. La oposición boliviana está participando en el proceso electoral, confiando en que cuenta con un candidato competitivo, el expresidente Carlos Mesa, y sabiendo que el abstencionismo y la movilización callejera no son herramientas suficientes para imponer la alternancia. El pasado 27 de enero se realizaron elecciones primarias para elegir a los candidatos presidenciales de los partidos que participarán, y Evo Morales quedó apto para participar. Existe una apariencia de normalidad, pero que en realidad encubre una candidatura abiertamente ilegal e inconstitucional. No estamos como en Venezuela o Nicaragua, pero las aparentes diferencias entre los liderazgos “refundacionales” parecen haberse diluído.

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