Artículo publicado en El Comercio, sábado 9 de marzo de 2019
Crecí, como muchos de mi generación, sospecho, en una familia en la que las mamás se ocupaban de sus casas, y en las que los padres eran las figuras de autoridad; y en un barrio en el que era parte de una
collera de chicos en la que veíamos a las chicas desde una gran lejanía. No era poco frecuente ver que chicas o mujeres caminando por las calles recibieran “piropos” de los hombres, o que incluso alguno “manoseara” a alguna de ellas. Tuve mi educación escolar en un colegio de varones en el que lo que hoy llamaríamos
bullying, homofobia, y diversas formas de abuso tanto de profesores contra estudiantes como de estudiantes contra profesores eran parte de la normalidad. Fue recién en la universidad, confieso con vergüenza, siguiendo una carrera asociada a las letras, que al ingresar a un universo con una presencia de mujeres casi paritaria es que pude tomar plena consciencia de lo terrible que había sido mi socialización en cuanto a temas de género.
Pero incluso en la universidad diversas formas de acoso y violencia sexual de profesores a estudiantes y entre estudiantes eran percibidas entonces como parte de cierta normalidad, que no ameritaban un escándalo público. Algunas involucraban a amigos muy cercanos. Luego me formé en un ambiente político de izquierda, estudié una carrera que me asoció al mundo de las ONGs y al mundo académico. Mundo en el que se rechazaba el conservadurismo de los valores tradicionales y se reivindicaban las banderas igualitarias y feministas. Poco a poco fuimos descubriendo también que el sexismo, el acoso y la violencia de género no tienen bandera política, y que son males más profundos, nuevamente, ubicados en una manera de entender los roles de género.
Los años han pasado, felizmente muchas cosas han cambiado para bien. Pero estamos sufriendo los dolores y males de una transición en la que los patrones tradicionales se resisten a desaparecer en un entorno que los evidencia como cada vez más anacrónicos. En los casos de los congresistas Mamani o Lescano, por ejemplo, pareciera que ni ellos ni quienes argumentan a favor de ellos son conscientes de que en la actualidad tenemos que vivir con otros estándares, y que lo que antes era considerado una “picardía” hoy es una conducta abominable. Hoy, donde trabajo, en la PUCP, tenemos una Comisión para la Intervención frente al Hostigamiento Sexual, que hace un gran trabajo, en medio de sus grandes limitaciones. Toca apoyar decididamente estos espacios. Una vez que se generan espacios seguros para hacer denuncias, pareciera que se destapara una olla a presión.
Algo así está pasando también en nuestra sociedad, y en ocasiones, lamentablemente, las reacciones son violentas. Es por ello que urge que nuestro Estado avance en la implementación de un enfoque de género en las políticas públicas. En sentencia reciente del Tribunal Constitucional, se señala que “el enfoque o perspectiva de género debe ser incorporado y practicado en el ejercicio de la función judicial y fiscal”. De lo que se trata, simplemente, es de buscar “la equidad entre hombres y mujeres”. Un paso más adelante.
Vuelvo a recordar mi formación, y aún hoy me encuentro en los
chats de la promoción de mi colegio una profusa circulación de videos pornográficos, comentarios y chistes homofóbicos. Converso sobre esto con un amigo, padre como yo de una hija pequeña, y creo que nos aliviamos al pensar que esto resulta una ridiculez patética a estas alturas, y confiamos en que el futuro resultará mejor para nuestras hijas. Pero tenemos que poner mucho más de nuestra parte.