Artículo publicado en La República, domingo 2 de marzo de 2014
Uno de los temas comentados a propósito del nuevo Consejo de Ministros es la importancia que habrían adquirido los “tecnócratas” dentro de éste, y cómo se echa de menos la presencia de personajes con más recorrido y habilidades “políticas”. Es que si bien los tecnócratas tienen ideas fuertes sobre qué debería hacerse, basados en estudios y teorías, no sabrían cómo llevarlas a la práctica. En el “mundo real” hay actores, intereses, percepciones, que hacen viables o no las políticas que se proponen. Los políticos supuestamente cuentan con un expertise en el que el cómo es la clave: generación de consensos, construcción de coaliciones, negociación e intercambio, sensibilidad frente a las mareas de la opinión pública, etc. Algunos han señalado que lo ideal sería contar con “tecnopolíticos”: técnicos con sensibilidad y habilidad política.
Esta discusión tiene cierta tradición; en 1997 Jorge Domínguez publicó Technopols. Freeing Politics and Markets in Latin America in the 1990s. La preocupación era cómo hacer posible la implementación de políticas de ajuste y reforma estructural en sociedades con tradiciones populistas. Sociedades acostumbradas a retóricas en las que el Estado se legitimaba con políticas redistributivas, ¿cómo aceptarían ideas como disciplina fiscal, estímulo a la competitividad y competencia en los mercados? Políticos temerosos de la pérdida de popularidad, ¿cómo iba a atraverse a tomar decisiones audaces? Para Domínguez, la aparición de los technopols resultó crucial. Los ejemplos del libro son Domingo Cavallo en Argentina, Pedro Aspe en México, Fernando Henrique Cardoso en Brazil, y Evelyn Matthei y Alexandro Foxley en Chile.
De ese quinteto, Cardoso y Foxley mantienen su prestigio, aunque ni el “modelo brasileño” ni el chileno despiertan el entusiasmo de antes; las supuestas habilidades políticas de Matthei también están en entredicho. Cavallo, si bien hacia 1997 mantenía la reputación de ser uno de los artífices de la derrota de la hiperinflación argentina, en 2001 ya era visto como corresponsable de la debacle que llevó a la renuncia de De la Rúa. Con Aspe fue peor: ya con el libro publicado era visto como uno de los responsables de la crisis mexicana de finales de 1994. Está también el problema, nada menor, de la asociación de estos personajes con gobiernos con altos niveles de corrupción (y autoritarismo), como los de Menem y Salinas de Gortari. Lo mismo puede decirse de otros personajes vistos en su momento como tecnopolíticos, como Alberto Dahik en Ecuador y nuestro Carlos Boloña.
Por ello, creo que más que esperanzarnos en la aparición de personajes providenciales, deberíamos proponer que cada quien haga bien su trabajo: los políticos deben proponer los proyectos de país, los técnicos deberían trabajar en el diseño e implementación de políticas públicas, y el liderazgo político debería hacerlos posibles. El problema no está en los límites políticos de un técnico como René Cornejo, sino la falta de liderazgo del presidente.
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