Artículo publicado en La República, domingo 9 de marzo de 2014
Vistas las cosas desde Perú, muchos de quienes piensan que el gobierno de Maduro es un gobierno autoritario, creen que avanzar hacia la democratización en Venezuela requiere rechazar la institucionalidad del régimen (cuestionar los resultados de las elecciones de 2013, no aceptar como alternativa un referéndum revocatorio, Asamblea Constituyente, o esperar hasta las próximas elecciones), y más bien apelar a la movilización social y a la presión internacional; la pérdida de legitimidad política llevaría a la fractura del gobierno, a nuevas elecciones y al cambio de régimen. Se toma como referencia la “transición peruana”: se denunció como fraudulentas las elecciones de 2000 y se organizaron grandes movilizaciones (“los cuatro suyos”); el gobierno tuvo que aceptar la instalación de una misión de la OEA; la pérdida de legitimidad política llevó a divisiones internas, a la renuncia del presidente, y a nuevas elecciones. Por ello, se insiste en mantener vivas las protestas, que desnudarían la naturaleza autoritaria y represiva del gobierno, y por ello la decepción reciente por lo que se considera una posición tímida de la OEA en estos asuntos.
Sin embargo, se trata de un recuento muy parcial y distorsionado de los hechos, tanto para Perú como para Venezuela. En realidad, esta mirada obvia varias cosas; primero, que el boicot a la institucionalidad del régimen es muy costoso. Es lo que hizo parte de la oposición peruana en las elecciones de 1995, y la venezolana en 2005, que más bien facilitó la consolidación de Fujimori y Chávez. Segundo, se pasa por alto el significativo apoyo popular que tienen estos gobiernos; puede no ser mayoritario, pero es muy alto. Fujimori en 1999-2000 era muy popular, y también lo es Maduro. Tercero, la presión internacional tiene cierto valor simbólico, pero poco efecto práctico: en Perú, justo antes de la caída de Fujimori, la Mesa de Diálogo de la OEA empezaba a percibirse como un espacio desgastado, que más cumplía la función de legitimar al gobierno, antes que arrinconarlo. La presión internacional difícilmente puede ir más allá de hacer llamados al diálogo y a un respecto mínimo al Estado de derecho. ¿Qué hay más allá? ¿Sanciones económicas? ¿Aislamiento de foros internacionales? En realidad, la creación de un enemigo externo más bien tiende a cohesionar al régimen. Lo contraproducente de las medidas de aislamiento frente a Cuba deberían servir de lección. Finalmente, las manifestaciones callejeras, si no configuran una alternativa clara y viable políticamente, a la larga desgastan y aislan a quienes protestan y generan demandas de orden que favorecen al gobierno.
En suma, el gran reto para la oposición venezolana es configurar claramente cuál es la alternativa, y dentro de ella, cuál es el lugar que ocuparán los chavistas; cómo se asegura no perder lo avanzado dentro de este, cómo no se trata de una simple vuelta al pasado, de una “restauración” reaccionaria.
“Como mi padre, soy muy loco, muy erótico”
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Tiene 20 años y ya carga con la responsabilidad de continuar el legado de
su padre, el muy recordado Pedro Suárez Vértiz. Tomás no se amilana. Usa
como sop...
Hace 1 hora.
1 comentario:
EL AUTORITARISMO ES UNA FUERZA CONTRARIA,SI ESTA ES ILEGITIMA ES DESGASTES Y ANTICREYENTE, LO COMPLICADO ES CUANDO UN PAIS LA DESEA Y NO ASUME QUE UN REGÍMEN DEMOCRÁTICO LO MEJORE.
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