domingo, 2 de enero de 2011

El 31 de diciembre de 2011

.
Artículo publicado en La República, domingo 2 de enero de 2011

Suele despedirse el año que se va haciendo balances de lo ocurrido e iniciar el siguiente haciendo propósitos y previsiones de lo que vendrá. Los inventarios del 2010 ya han sido hechos, y respecto a qué ocurrirá este año, marcado por el inicio de un nuevo gobierno nacional, con nuevo Congreso (acompañados de nuevos presidentes regionales y alcaldes), los analistas sensatos responden que nuestra política se caracteriza por ser volátil e imprevisible, por lo que los pronósticos en materia electoral resultan un ejercicio puramente especulativo.

Pero si bien la política electoral es incierta, de otro lado tenemos que las políticas públicas se caracterizan por una notable continuidad. Y esa continuidad está marcada por la inercia, antes que por una decisión conciente; una inercia marcada por el predominio del mercado como asignador de recursos, con un Estado minimizado. Lo curioso es que, después de la caída del fujimorismo, la gran mayoría de actores políticos y sociales coinciden en que es necesario reformar el Estado y fortalecer las instituciones (ya sea para pasar a otra etapa del mismo modelo como para cambiarlo por otro) y, sin embargo, las cosas siguen prácticamente iguales, para bien y para mal. Esta estabilidad explica en gran medida el crecimiento económico, pero también explica el mal funcionamiento y la escasa legitimidad de las instituciones. En la base de todo esto está, a mi juicio, la debilidad de los actores políticos. Para que las cosas cambien de manera sustantiva, más allá de esfuerzos aislados y excepcionales, se requiere de una gran voluntad y de una gran fuerza política, que ninguno de los partidos o alianzas que postulan a la presidencia puede exhibir.

Tenemos candidatos que podrían proponerse reformas para mejorar el funcionamiento del modelo actual (¿Toledo, Kuczynski, Araoz?), pero no cuentan con un respaldo suficiente de cuadros, operadores políticos, técnicos calificados, que les permitan implementar metas ambiciosas. Otros pueden proponerse un cambio de modelo (¿Humala, Rodríguez?), pero tampoco encabezan alianzas suficientemente coherentes y consolidadas como para hacerlo; y no olvidemos que hacer algo diferente es mucho más difícil que hacer mejor lo mismo que se ha estado haciendo. Finalmente, tenemos candidatos que no parecen interesados en proponerse hacer nada sustantivo, más allá de seguir con una lógica cortoplacista (¿Castañeda, K.Fujimori?).

Así, lo más probable es que el 31 de diciembre de 2011, al hacer un balance de los primeros cinco meses del próximo gobierno, comentemos ya sea sobre la ausencia de propuestas ambiciosas de reforma, o sobre cómo esos intentos se empantanan en la etapa de implementación. Evitar ese futuro probable exige gran responsabilidad de los candidatos, pero también de nosotros, los votantes. De lo que se trata es de premiar los esfuerzos más serios de construcción de alternativas de gobierno.

No hay comentarios.: