El martes 19 pasado, mi estimado colega Nelson Manrique, en un artículo titulado "
Democracia: quién la califica", decía que "la reelección de Rafael Correa a la presidencia del Ecuador, con un contundente 56% en primera vuelta, vuelve a plantear una cuestión incómoda para los politólogos: cómo a pesar de su apetito reeleccionista Chávez, Kirchner y Correa gozan del apoyo mayoritario de sus ciudadanos. Esto suele atribuirse al atraso político, pero la evidencia empírica muestra otro panorama". Más adelante señala que ".. al parecer la opinión de los ciudadanos de esos países no cuenta a la hora de juzgar si viven una democracia o no; quienes lo dictaminan finalmente son los medios de comunicación y un grupo de politólogos, por lo general alineados políticamente con los EEUU, y al diablo con la opinión de los directamente interesados".
Eduardo Dargent y
Steven Levitsky han respondido muy bien llamando la atención sobre las inconsistencias del artículo de Manrique y el problema irresoluble de definir el carácter democrático de un régimen por su nivel de apoyo popular, tema sobre el cual tengo poco que añadir. Yo quiero aquí expresar mi extrañeza por la imagen equivocada que parece manejar Manrique de la ciencia política y de los politólogos.
Primero, no veo por qué el hecho de que gobernantes como Correa gocen del apoyo mayoritario de sus ciudadanos sea en algún sentido "incómodo" para los politólogos. Más bien diría que el absolutamente previsible y normal, dadas las circunstancias. Recomiendo ver el reciente trabajo de la politóloga Flavia Freidenberg, un referente importante dentro de la disciplina, precisamente dedicado a explicar "
las claves del éxito de la revolución ciudadana", sin atribuirlo en
absoluto al "atraso político". Las razones que Freidenberg menciona son la evaluación positiva de la gestión de Correa, la estabilidad de las variables económicas, las políticas sociales impulsadas gracias al uso focalizado de los recursos petroleros, el discurso de inclusión, la agresiva política de comunicación gubernamental y la inexistencia de un candidato opositor que pudiera articular a la oposición. Flavia es una colega y amiga extraordinariamente capaz, pero la verdad no creo que al escribir ese texto se haya sentido particularmente desafiada intelectualmente, y sostiene que el triunfo de Correa era totalmente previsible. Al parecer, para Manrique los politólogos solo entenderíamos la legitimidad política como resultado del respeto a las reglas institucionales, por lo que nos resultaría "incómodo" entender la existencia de otras fuentes de legitimidad. Totalmente falso.
Segundo, está aquello del "grupo de politólogos" que "dictaminan" qué países son democráticos, "por lo general alineados políticamente con los EEUU", y que mandarían "al diablo" la opinión de los directamente interesados (los ciudadanos). En primer lugar, sobre los "dictámenes". Me parece totalmente natural que, cuando se discute sobre las características de los regímenes políticos, los politólogos tengamos algo que decir, en especial los que trabajan esos temas. Eso lo decimos en diversas publicaciones y espacios, que no veo por qué Manrique considera "dictámenes". Y cualquiera que quiera ver las cosas con un mínimo de objetividad, tendrá que reconocer que las opiniones de los politólogos sobre estos temas son muy dispares. En la ciencia no hay "dictámenes", en el sentido de sentencias inapelables dadas por alguna autoridad superior, solo planteamientos provisionales sujetos a debate, y vigentes hasta que más investigación y evidencia los supere. Segundo, sobre el "alineamiento" con los EEUU.: ¿en quién estará pensando? Solo me puede venir a la cabeza el nombre de Arturo Valenzuela, politólogo chileno-norteamericano que ha trabajado temas referidos a regímenes políticos y que ocupó cargos importantes en el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Aún en ese caso, dentro de la disciplina, la opinión de Valenzuela es una opinión más, de ninguna manera un "dictamen".
Si lo que le preocupa a Manrique es que haya entidades de monitoreo y observación de elecciones y de la estabilidad democrática, pues lo que encontramos es que quienes hacen esas tareas son entidades internacionales gubernamentales y privadas, que siguen lógicas políticas, y poco académicas, en las que los politólogos participamos muy parcialmente. Ver al respecto
este texto de Gerardo Munck. Precisamente, una de sus recomendaciones es fortalecer el diálogo entre políticos y académicos.
Sería bueno que Manrique aclare a qué politólogos se refiere, pero yo sospecho que ha caído en la vieja falacia retórica de construir un muñeco de paja para destruirlo cómodamente. Así, los politólogos solo concebiríamos como fuente de legitimidad el respeto a las instituciones (esa sería la razón por la cual las definiciones de democracia son procedimentales); no podríamos entender otras fuentes de legitimidad (ambos supuestos falsos, como hemos visto); los datos muestran que gobernantes como Kirchner, Correa y Chávez son muy populares, a pesar de su apetito reeleccionista; ergo, a los politólogos nos resulta difícil entender algo como la reelección de Correa, y nos veríamos obligados a hablar del "atraso político" (conclusión falsa también). Y encima, algunos "dictaminan" cuál país es democrático y cuál no, "mandando al diablo" la opinión de los ciudadanos, gracias a, me imagino, la influencia y tribuna en los medios de comunicación que les daría su alineamiento político con los EEUU. Razonamiento un tanto conspirativo; en todo caso, aquí cabe preguntar: ¿quiénes?, ¿cuándo?, ¿dónde?
Tercero, precisamente creo que el gran error de Manrique es desconocer nuestra disciplina, o tener una visión tremendamente distorsionada de ella. Si bien los politólogos solemos considerar que en la
definición de qué es la democracia como régimen político lo mejor es manejar criterios minimalistas, anclados en aspectos institucionales, porque así se evitan precisamente las confusiones e inconsistencias en las que cae Manrique; también consideramos que para entender la
dinámica política de un país es necesario ir mucho más allá de concepciones minimalistas-institucionalistas, y tomar en cuenta cuestiones como la legitimidad de los regímenes políticos de cara a sus ciudadanos, que entiendo es su preocupación de fondo. En esto estamos totalmente de acuerdo. Piénsese por ejemplo en el libro
La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos (Nueva York, PNUD, 2004), investigación liderada por Guillermo O'Donnell y en la que participaron muchos colegas politólogos, y que es un referente en la disciplina. De hecho, uno de los temas de más desarrollo en la ciencia política de los últimos años es el de la
calidad de la democracia en nuestros países, tema que parte del ámbito electoral-institucional para ir mucho más allá de este, recogiendo temas como los niveles de
accountability, de rendición de cuentas de los políticos ante la ciudadanía, tema en torno a cuya importancia coincido totalmente con Manrique. Ver al respecto este otro texto de
Gerardo Munck, por ejemplo, entre muchos otros.
Otra ilustración de cómo son en realidad las discusiones dentro de la disciplina: tomemos como ejemplo la caracterización del gobierno de Hugo Chávez. Acá encontraremos un gran debate, donde colegas como
Steven Levitsky,
Javier Corrales,
Luis Gómez,
yo mismo y muchos otros tendrán una posición, pero
Maxwell Cameron,
Daniel Levine y José Molina,
Steve Ellner y muchos otros tienen otra, y se cubren todos los matices del espectro en cuanto a si en Venezuela el régimen de Chávez es autoritario o democrático. Y todos somos politólogos, y todas las posiciones son igualmente importantes e influyentes. En lo que a mí respecta, todos los mencionados son colegas y amigos que respeto y aprecio mucho.
Quisiera decir finalmente que me parece normal y saludable la discrepancia, la crítica y el debate, y al final no tenemos por qué ponernos de acuerdo. La academia es y debe ser pluralista. Pero si me tomé el trabajo de escribir este comentario es porque el artículo de Manrique me parece muy injusto, en tanto parece dirigirse contra una disciplina y contra quienes la practican. Estoy seguro de que esta no es la intención de Nelson, pero igual algún lector puede llevarse esa impresión; me preocupa especialmente que estudiantes potencialmente interesados en estudiar la carrera de ciencia política se forman una imagen equivocada de la profesión, así como los lectores en general, en tanto la ciencia política es en el Perú una carrera nueva y todavía en proceso de consolidación.
No me parece casualidad que Dargent y Levitsky hayan tenido el gesto de responder a Manrique desde la página web de
Politai, una asociación de estudiantes de Ciencia Política y Gobierno de la Pontificia Universidad Católica. De cara a los estudiantes de ciencia política, habría que decir que convengamos con Manrique en que de lo que se trata es de siempre mejorar los estándares de la disciplina, revisar siempre críticamente nuestros conceptos, supuestos y definiciones, metodologías, ejercicio profesional, etc. Pero también en que, como disciplina, estamos más concientes de nuestras limitaciones de lo que algunos suponen, por lo que deberíamos evitar caer en discusiones estériles y concentrarnos en las importantes; en esas, seguramente, estaremos de acuerdo con Nelson. Y si no, estaremos en desacuerdo, pero serían desacuerdos reales, no fruto de miradas distorsionadas de las cosas.
[ NOTA: recién veo el
artículo de hoy de Manrique, en el que responde a Levitsky, en su columna de
La República. Me parece que su respuesta no altera los comentarios arriba expuestos ]
[ ACTUALIZACIÓN, 27 DE FEBRERO:
LQQD: lean el artículo de Maxwell Cameron, quien también se animó a participar en este debate, confirmando la amplitud de posiciones dentro de la disciplina en lo que respecta a las caracterizaciones de la naturaleza democrática de nuestros países.
Max Cameron
Delegative vs. Liberal Democracy in Latin America ]
Todo esto me hizo recordar un texto todavía inédito, que puede resultar de interés. Es un trabajo que en principio aparecerá en el segundo volumen de la colección
Cartas a los estudiantes de ciencia política, y que espero lo encuentren pertinente. Saludos.
Cartas a un estudiante de ciencia política1 by
Martin Tanaka
1 comentario:
Hola Martín, sobre este debate, me queda la pregunta sobre hasta qué punto la opinión ciudadana es relativa o definitiva. Dargent y un artículo de la revista dedo medio, la presentan como una fuente de la que debemos desconfiar, dado que muchos gobiernos autoritarios han gozado de respaldo popular. Pero ¿qué sucede cuando no desconfiamos tanto de esa opinión o voluntad?. Más allá de las eternas encuestas del estado de ánimo de la gente, acaso no fue el voto popular el que forzó a Fujimori a realizar un fraude electoral el año 2000 en el Perú. No pretendo ser ingenuo con una defensa dura de la expresión popular, pero no sería igualmente ingenuo minimizarla, por el principio de que el pueblo es manipulable.
Si los ciudadanos de Argentina, Venezuela y Ecuador consideran sus países más democráticos que el promedio de América Latina, no nos dice algo sobre las prioridades de la democracia en nuestro continente: los derechos sociales y económicos. Levistky menciona los requisitos básicos de un democracia para el análisis formal: (1) elecciones libres y justas; (2) pleno sufragio; (3) amplia protección de las libertades básicas (de asociación, expresión, prensa); y (4) control civil sobre las fuerzas armadas. Sin duda imprescindibles. Pero, el respeto de la voluntad ciudadana (al que alude Manrique) no es igualmente significativo (aunque sea un mayor desafío como variable teórica para la academia).
América Latina, quizás apuesta por una cultura democrática donde su voluntad es la esencia de lo que considera democracia. Un escenario actual donde ser elector tiene un sentido mecánico, donde la institucionalidad es burocrática e ineficaz, donde prensa se confunde con selva, y donde el orden tutelar es pan común. Quizás la gente asigne mayor relevancia al respeto que siente que existe sobre su voluntad de cambio, de parte de los gobiernos.
Finalmente, si dejamos de lado la democracia como formula teórica, y la observamos como expresión cultural del día a día, no es válido creer que la cultura ciudadana se expresa también en los niveles de satisfacción de la gente, la cual debe ser juzgada desde su propio sentir y no solo desde criterios externos, determinados y fijos.
No creo en Chávez, pero tampoco en Obama, la formalidad institucional no evidencia la calidad de una democracia, los niveles de satisfacción de los sectores sociales (los sentires), son valiosas fuentes para conocer más de los Estados y sus sistemas democráticos.
Creo que la voz solitaria de Manrique en este debate, puede aprovecharse bajo esta óptica.
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