Artículo publicado en La República, domingo 20 de enero de 2013
Esta semana Lima celebró el 478 aniversario de su fundación española, en medio del proceso de revocatoria a la alcaldesa Villarán. Para analizar ambos temas contamos con los resultados de la última encuesta “Lima cómo vamos 2012”, aplicada por tercer año consecutivo, esta vez en noviembre del año pasado, y varias encuestas de opinión recientes sobre la revocatoria.
En cuanto a las percepciones ciudadanas sobre la marcha de la capital, podría decirse que Lima muestra las mismas ambigüedades y paradojas que el país en general. Es decir, hay un ligero aumento en la satisfacción por vivir en Lima, una percepción de mejora en cuanto a los principales problemas de la ciudad, un mayor optimismo respecto a la situación de la familia en el año que empieza, una reducción en el número de personas que se perciben como pobres, una mejora en la evaluación de la gestión municipal y de la alcaldesa frente al año pasado; pero al mismo tiempo tenemos descontento, una percepción de empeoramiento de la calidad de vida, especialmente entre los más pobres. Al mismo tiempo, la brecha en las percepciones de bienestar entre el grupo de distritos más consolidados y los menos se hace más grande, especialmente en los distritos al sur. Es decir, a la ciudad le va mejor en general, pero algunos se sienten estancados o incluso peor.
Esto es coherente con los datos que muestran las encuestas de opinión sobre la desaprobación a la gestión de la alcaldesa, más baja en sectores altos, más alta en sectores populares. Es decir, a las percepciones existentes sobre la marcha de la ciudad se ha sumado un estilo de conducción política que lejos de contrarrestar esa brecha, tiende a ahondarla. Podría decirse que, sin proponérselo e inadvertidamente, la gestión de Villarán se identificó con iniciativas (reforma del transporte, mercado mayorista, impulso a la cultura) y estilos (resaltando la transparencia, nuevas formas de gestión), que sintonizan mejor con los sectores más acomodados que con los populares, con lo que estos se sienten desatendidos. Paradójico tratándose de una gestión de izquierda, que tiene como eje de su discurso la noción de una Lima diversa, plural, popular. Ocurre que esa Lima no tiene voceros ni representación propia, y el liderazgo de Villarán, percibido inicialmente durante la campaña como cercano, pasó luego a ser visto como ajeno, como un liderazgo politizado e ideológico, en una ciudad más bien pragmática y antipolítica.
La Lima actual, a la que se busca apelar desde el discurso de la diversidad, no tiene una identidad definida todavía (aunque esté en construcción), por lo que resulta difícil sintonizar con ella políticamente. Debe considerarse que incluso el voto por el “sí” en la revocatoria no es un apoyo en absoluto a ningún promotor de la misma, ni a ninguna propuesta alternativa en particular, sino una nueva apuesta, un nuevo “salto al vacío”, una expresión más la crisis de representación política nacional.
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