Artículo publicado en La República, domingo 27 de enero de 2013
En la década de los años setenta, especialmente con la invasión en Pamplona, que dio posteriormente origen al distrito de Villa el Salvador, empezó a hacerse evidente que la Lima “tradicional” quedaba definitivamente atrás. Frente a esta evidencia, fue la izquierda la más entusiasta en presentarse como la representante de los inicialmente invasores, mientras que los partidos de derecha, por el contrario, mostraban preocupación por la migración, la irregular ocupación urbana, la vulneración de la propiedad pública y privada, la extensión de la informalidad. Por su parte el APRA parecía incapaz de ir más allá de los sectores populares “tradicionales” (Chorrillos, Rímac, La Victoria). Los mapas electorales de las elecciones municipales de 1980 y 1983 crearon la imagen de una “Lima popular” orientada hacia la izquierda: al norte, Carabayllo, Comas, Independencia; el este El Agustino, San Juan de Lurigancho, Ate; al sur San Juan de Miraflores, Villa María del Triunfo, Villa el Salvador, dieron pie a la imagen de un “cinturón rojo” que cercaba la Lima tradicional.
Era ciertamente una imagen exajerada, pero daba cuenta de que, en el plano del discurso político, era básicamente la izquierda la que se identificaba con las demandas de reconocimiento, titulación, acceso a servicios básicos, de los “nuevos limeños”. Recién en 1986 Hernando de Soto difundió un discurso liberal dedicado al mundo popular limeño, y habló de una “revolución informal”, demostrando que este no tenía por qué asumirse como izquierdista. En 1989, el inesperado triunfo de Ricardo Belmont mostró que el pueblo limeño era mucho menos ideológico y politizado que lo que se había pensado, y las autoridades políticas descubrieron que la Lima producto de las invasiones no debía verse como una amenaza, sino como una importante fuente de legitimidad política. Por ese mismo camino, esencialmente, transitaron Alberto Andrade y Luis Castañeda. Los tres consolidaron liderazgos legitimados por la reivindicación del orden y la construcción de obras públicas. Y los resultados de las elecciones presidenciales de 2006 y 2011 en Lima más bien sugirieron un carácter “conservador” en los limeños.
El triunfo de Susana Villarán, con una votación asentada básicamente en distritos populares, fue leído equivocadamente por algunos como una nueva “izquierdización” del electorado, cuando se trató de un encuentro circunstancial. También sería equivocado asumir que en Lima el apoyo a Villarán es mayor en los sectores socioeconómicos más altos porque allí estaría la población más educada y más cercana a “valores postmaterialistas”, como ocurre en otras ciudades capitales del mundo. En realidad, las opciones electorales siguen siendo muy volátiles; lo que sigue siendo una constante es la persistencia de importantes diferencias sociales entre nuestras distintas “limas”, entre los distritos tradicionales y las Limas del norte, este y sur, que han aflorado de mala manera en esta campaña.
César Aira - El reverso de las nubes
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