martes, 23 de septiembre de 2014

Las imágenes de lo popular

Artículo publicado en La República, domingo 21 de setiembre de 2014

En la política, las imágenes de la racionalidad popular suelen variar en función de que coincidan o no con las opiniones de cada uno: si son las mismas, el pueblo es poseedor de una sabiduría natural y capaz de certeras intuiciones; si son contrarias, es ignorante y manipulable.

Gruesamente hablando, desde la izquierda y desde la derecha se ha oscilado entre ambos extremos. La tradición marxista-leninista llevó inevitablemente al “vanguardismo”: una elite esclarecida debía llevar “la verdad” a las masas “alienadas”, hacerles “tomar conciencia” de sus genuinos intereses, incapaces de hacerlo por sí mismos. En el otro extremo, siempre hubo una derecha aristocrática que despreció al pueblo, visto como inmerso en un mundo atrasado, premoderno, lleno de “malas costumbres” y “supersticiones”. Solo podría ser redimido mediante la educación, que implicaba erradicar sus hábitos, “civilizarlo” con la cultura occidental, racional, moderna.

Al mismo tiempo, hubo también tradiciones de cierta inspiración populista en ambos sectores políticos. Desde la izquierda se planteó también el rescate y valoración de la cultura popular, de modo que aquella solo tendría sentido si surgía de los anhelos de justicia del pueblo, y compartía sus valores y prácticas, precisamente rechazados por el aristocratismo de la derecha. Esto implicaba ir más allá de las consideraciones de clase y considerar el mundo de la cultura. Los planteamientos “nacional-populares” de socialistas italianos como Gramsci serían emblemáticos de esta postura. En la otra orilla, hubo también un populismo de derecha, que se asentaba precisamente en el hecho de que los valores populares tradicionales serían más bien conservadores: el respeto a la familia, a la autoridad, las demandas de estabilidad y seguridad, el rechazo a lo “foráneo”. El catolicismo conservador ha sido tradicionalmente una fuente de inspiración para estas posturas.

En las últimas décadas, el Senderismo fue el extremo delirante de las concepciones vanguardistas de izquierda. La conciencia debía ser “inculcada” mediante el terror y la violencia. El aristocratismo de derecha ha sido arrinconado por su incorrección política, no tiene expresiones partidarias, aunque subsiste en el sentido común de sectores altos. El populismo de izquierda encontró en Barrantes su mejor expresión (provinciana, empática); el de derecha tuvo acaso en el segundo belaundismo su último gran referente. En el medio se ubicó el populismo más convencional, menos ideológico, representado por el APRA, con más libertad para adaptarse en función de sus intereses electorales.

Lo nuevo en las elecciones de octubre próximo es que ha prosperado como no lo hacía desde hace mucho una derecha populista; que el viejo discurso de la derecha aristocrática parece haber sido asumido en parte por un sector reformista de izquierda, que sustituye sin resolver el viejo vanguardismo marxista-leninista. El populismo de izquierda está fuerte en algunas regiones, pero ausente en Lima.

Ana Jara y el Consejo de Ministros

Artículo publicado en La República, domingo 14 de setiembre de 2014

No habíamos comentado en esta columna sobre el Consejo de Ministros presidido por Ana Jara. Su naturaleza resulta paradójica. De un lado, parece débil: apenas logró obtener el voto de confianza por parte del Congreso, y varios de sus ministros son fuertemente cuestionados, incluyendo al poderoso ministro de Economía, y al ministro más popular, el del Interior. En las próximas semanas, el ministro de Energía y Minas podría ser censurado por el Congreso. Sin embargo, al mismo tiempo, tenemos un gobierno que sube en los niveles de aprobación a su gestión por parte de la ciudadanía y una opinión pública concentrada en las elecciones regionales y municipales, al punto que lo que ocurre con el poder ejecutivo resulta de poco interés. El hemiciclo semi vacío al final de la sesión de interpelación al ministro Mayorga, suspendida por falta de quórum, es una muestra elocuente de ello. Todo esto a pesar la existencia de problemas serios en la conducta de este y otros ministros, que Ana Jara debe ser capaz de controlar.

Lo que ocurre es que los problemas que tiene el Consejo de Ministros de Ana Jara no son consecuencia de cuestionamientos realmente de fondo, por más aspavientosos que parezcan algunos. Se trata de objeciones precisas a personajes puntuales que no ponen en debate las orientaciones generales de las políticas: cuestionamientos por un mal manejo de situaciones que exponen conflictos de interés (Mayorga), molestia por estilos y falta de modales (Urresti) o la necesidad de encontrar alguien a quien culpar por la desaceleración del crecimiento económico (Castilla). La aprobación a la gestión del gobierno está subiendo en la opinión pública, pese a la desaceleración, el ministro Urresti sigue siendo popular, y en realidad Mayorga es una pieza menor dentro del gobierno, que podría perfectamente caer sin mayores consecuencias. Del lado del Congreso, la aparente beligerancia opositora reside en realidad en la deserción de algunos miembros de la bancada nacionalista resultado de problemas de coordinación, no de pedidos de cambio sustantivos. Así, las eventuales interpelaciones y censuras no afectan en el fondo a la estabilidad del gobierno.

En realidad, la pregunta que podría resultar interesante es si Ana Jara podría convertirse en una candidata mínimamente eficaz representando al Partido Nacionalista en 2016, que no repita la historia de Mercedes Araoz con el APRA en 2011 o de Jeannete Enmanuel y Rafael Belaunde con Perú Posible en 2006. Por el momento, ha optado por un conveniente perfil bajo en los ataques que reciben los ministros cuestionados en el Congreso y en la prensa, que también se esmeran en precisar que no están dirigidos contra ella. ¿El presidente y la primera dama le darán espacio aportando a tener una mínima representación parlamentaria en 2016? Tal vez sí, en tanto Nadine Heredia podría encabezar la lista parlamentaria nacionalista en Lima. Pero para ello se requiere más que dejarse llevar por la pequeña marea ascendente del momento.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Representar a la mayoría

Artículo publicado en La República, domingo 7 de setiembre de 2014

Hace unas décadas, lo que podríamos llamar gruesamente la “sociedad informal” era vista con gran simpatía y esperanza. Desde las ciencias sociales, los migrantes que se asentaron en la periferia de las ciudades eran vistos como el germen de una nueva ciudadanía, más nacional, más integrada, que superaría las viejas divisiones y exclusiones del país. Esta visión cuestionaba una originada en la vieja oligarquía, la cual se veía víctima de la “invasión” de clases “peligrosas”, que habían terminado con la idílica Lima “del puente a la alameda”, por así decirlo. Desde la izquierda se pensaba que de allí saldrían los movimientos de protesta que serían la base del socialismo, y desde la derecha empezó a verse allí el germen de una revolución capitalista, pequeños empresarios y emprendedores enfrentados al intervencionismo estatal.

Ese entusiasmo general se trocó en decepción en la década de los años noventa. Desde el triunfo de Ricardo Belmont en la alcaldía de Lima en 1989 y con el fujimorismo en toda la década de los noventa, la sociedad informal empezó a ser vista como el mundo del pragmatismo egoísta, del clientelismo, del populismo de derecha. En esos mismos años Alberto Andrade encarnó el sueño de la recuperación de la Lima criolla, expresado en un centro sin vendedores ambulantes. Desde entonces, se consolidó en Lima una suerte de divorcio en el que el populismo de derecha estuvo más cerca del mundo popular, mientras que la izquierda quedaba del lado de las demandas de orden y recuperación de las tradiciones perdidas. En la década siguiente, Luis Castañeda consolidó esa configuración política, oponiendo como estrategia las “Escaleras Solidarias” a la Vía Expresa de la Avenida Javier Prado.

Cuán lejos y sin referentes terminó la izquierda de la sociedad popular se expresa en la gestión de Villarán, que tiene en los sectores altos su principal fuente de apoyo. Villarán abandonó en la práctica la pretensión de tener como centro de su gestión a planes de desarrollo social o de atención a la pobreza, o al programa Barrio Mío. Centró como emblemática a la reforma del transporte, cuya accidentada implementación ha favorecido por el momento a los autos particulares y a los usuarios de Miraflores, pero perjudicado a los del Rímac. Todo esto, por supuesto, favorece a Luis Castañeda y sus maniobras.

Está todavía pendiente construir una representación política de esos sectores “emergentes”, hoy mayoritarios en Lima. Ni el populismo de derecha ni el paradójico izquierdismo elitizado parecen ser opción. El reto de la formalización es ineludible, pero para ello debe resultar “racional” para la ciudadanía, por lo menos a mediano plazo, sobre la base de señales claras y confiables, no de una modernización tecnocrática. No existe todavía una oferta política que represente a la mayoría de limeños, la distancia entre la élite política y la sociedad que aspira a representar es enorme. Y en ese vacío prosperan los oportunistas, corsarios y piratas de la política.

lunes, 1 de septiembre de 2014

El humor de Zileri

Artículo publicado en La República, domingo 31 de agosto de 2014

Se ha escrito mucho sobre Enrique Zileri (1931-2014), legendario director de la revista Caretas. Se ha resaltado con justicia su lucha contra las dictaduras, su tarea fundacional y pedagógica en el periodismo; se ha comentado sobre su particular personalidad y carácter. Yo quisiera añadir algo sobre el humor en Zileri y en Caretas.

Seguir semana a semana los muy a menudo dramáticos o trágicos sucesos que ocurrieron en el Perú de las últimas décadas harían pensar que el tono de una revista política tendría que ser necesariamente grave y solemne. Y que la injusticia y la impunidad llevan inexorablemente a un tono rabioso e indignado. Recuerdo que en algún aniversario del excelente suplemento El Caballo Rojo de El Diario de Marka se publicó en las dos páginas centrales el poema “A nuestros sucesores” de Bertold Brecht, que en cierta forma expresaba ese talante: “Realmente, vivo en una época sombría / La palabra inofensiva es estúpida. Una frente lisa / es signo de insensibilidad. El hombre que ríe / no se ha enterado aún, simplemente, de / la terrible noticia (…) Y, sin embargo, sabemos: / el odio, hasta contra la degradación, / deforma las facciones. / La ira, hasta contra la injusticia, / enronquece la voz. Oh, nosotros, / que queríamos preparar el terreno para la amabilidad / no pudimos ser amables”.

A pesar de esto, el propio Caballo Rojo, bajo la conducción de Antonio Cisneros, expresó una sensibilidad muy lejana a lo que este poema sugiere. Y más adelante, dentro del mundo de izquierda, la revista y el suplemento No eran magnífica demostración de que había otras maneras de vivir consecuentemente esa “época sombría”. Acaso Caretas fue siempre la revista que mejor y más constantemente sintetizó otra actitud, otra filosofía ante las cosas que nos tocó vivir, que impuso el talante de Zileri: el humor, la ironía, como armas de la crítica; la argumentación y la persuación antes que la prédica rutinaria a los conversos; la disposición a reconocer validez en los puntos de vista de los adversarios.

No sé si Zileri haya leído al filósofo Richard Rorty, pero recordé alguno de sus escritos en estos días. Me atrevo a pensar que Zileri tenía el talante de lo que Rorty llamaba un “ironista liberal”. Alguien sin un “gran sistema” de creencias, que busca la verdad en el debate y la argumentación, siempre contingente, mucho más en los tiempos tan confusos e imprevisibles como los que nos tocó vivir. Alguien así difícilmente puede ser solemne, tomarse muy en serio a sí mismo, de allí su peculiar sentido del humor, expresado elocuentemente en el recordado “piletazo” de abril de 1995. Y su actuación pública no está motivada por una tarea de salvación llevando una verdad revelada, sino por la solidaridad, por la preocupación por un “nosotros”.

Vistas las cosas asi, creo que el humor de Zileri y de Caretas no solo son parte de un legado periodístico; son en el fondo parte de un ideario demócrata y republicano. ¿Firme y feliz por la unión? Pálidos pero serenos.


Perú, país de ingreso medio

Artículo publicado en La República, domingo 24 de agosto de 2014

Por los cincuenta años del Instituto de Estudios Peruanos organizamos un seminario en el que participó Alejandro Foxley, emblemático “tecnopolítico” latinoamericano: economista, académico, luego Ministro de Hacienda, senador y Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, luego funcionario de organismos internacionales multilaterales.

Foxley planteó la necesidad de estudiar la problemática y desafíos de la “trampa” que enfrentan los países de ingreso medio. Según las estadísticas, Perú dejó de ser “pobre” en los últimos años, al llegar a unos 10,000 dólares de ingreso promedio per cápita. ¿Solo una ilusión estadística? Según Foxley, esta situación nos pone retos diferentes de los que hemos estado habituados a pensar hasta el momento, y abre oportunidades antes inexistentes. Vista la cosa internacionalmente, Perú sería parte de un grupo de países que corre el riesgo de quedarse indefinidamente en una situación en la que se combinan razgos de país pobre con uno de país desarrollado: países como Malasia, Tailandia, Rumania, Bulgaria, Argentina, Brasil, Colombia, Chile, México y Uruguay. Esta combinación, como sabemos, no es novedad para nosotros; llevamos décadas hablando sobre el “dualismo” o la fragementación del país, entre la coexistencia de un polo moderno-desarrollado y otro tradicional, con una mayoría empobrecida. Lo nuevo sería que la pobreza se ha reducido, los sectores medios han crecido, y el dinamismo económico estaría generando oportunidades que permitirían seguir un camino que podría llevarnos al desarrollo.

En las últimas décadas, muchos países han caído en esa trampa; los que la lograron sortear no están en América Latina: Finlandia, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelandia, Irlanda, España, Portugal, aunque estos tres últimos enfrentan en los últimos años serias deficultades. ¿Qué podemos aprender de esas experiencias? La necesidad de implementar políticas de crecimiento contracíclicas, con una regulación financiera eficiente; evitar una rigidez laboral y cambiaria, que nos haga vulnerables a situaciones de crisis; realizar una fuerte inversión en educación e innovación; construir un gran consenso social y político, que sostenga políticas de largo plazo.

En particular, para los países latinoamericanos, las tareas principales pasarían por avanzar en la diversificación de nuestra producción y exportaciones; para ello, una clave sería utilizar los recursos de la actual etapa de abundancia para defendernos de situaciones de crisis; el combatir las desigualdades, para lo cual se tiene que continuar con el combate a la pobreza, atender la extrema vulnerablidad de las “nuevas” clases medias; y atender la calidad de vida en las grandes ciudades, entre otras cosas. En el Perú en particular, diría que la absorción o integración (antes que “combate”) del mundo “informal” es una prioridad evidente.

Como puede verse, no se trata de hacer más de lo mismo que hemos hecho hasta ahora, sino de pasar a otra etapa, enfrentar otra agenda.