Artículo publicado en La República, domingo 18 de mayo de 2014
En las últimas dos semanas en esta columna he señalado que gran parte de las decisiones políticas y de políticas públicas descansan en actores que escapan relativamente al debate y escrutinio público: jueces, fiscales, firmas de abogados, empresas de consultoría empresarial y de comunicaciones. A esta lista habría que añadir a diversos organismos internacionales, de los que intentaré comentar algo más adelante.
En este contexto, ¿a qué se dedican los políticos? La respuesta parecería tener una respuesta obvia, pero no la tiene. En este momento actual, en el que los actores políticos empiezan a entrar en el frenesí preelectoral, es oportuno ensayar respuestas.
Para ser justos, conviene empezar diciendo que sí hay políticos que toman decisiones, y que pueden marcar grandes diferencias en la orientación de los gobiernos: pero se trata un grupo cada vez más pequeño. En otros contextos, un presidente, por ejemplo, toma decisiones consultando a los líderes de su partido, a una Comisión Política, a un Gabinete de asesores políticos. Hoy ni siquiera eso, como lo atestiguan los gobiernos de Humala o García, por ejemplo.
Luego tenemos a la gran masa de postulantes a elecciones, que pasan indistintamente por diferentes partidos nacionales, movimientos regionales, organizaciones locales y cualquier entidad capaz de postular candidatos, en todas las combinaciones de colores y niveles imaginables. Salvo una ínfima minoría que postula motivado por consideraciones ideológicas, podría decirse que la gran mayoría busca, simplemente, ser elegido y desarrollar una carrera política. Ser político no implica como en el pasado luchar por un programa, sino convertirse en un intermediario mínimamente eficaz. Una suerte de broker. Ciertamente, esto es consecuencia de las lógicas antiideológicas y antipolíticas que se han impuesto es nuestra cultura política. Esto prácticamente empuja a una dinámica de representación con tintes clientelísticos: obras o cargos públicos o tramitación de pedidos a cambio de apoyo político. En un contexto en el que el presupuesto público se ha prácticamente triplicado entre 2003 y 2013 el frenesí electoral cobra sentido.
Así, para los partidos nacionales, sin cuadros políticos, las elecciones regionales y municipales son apenas vitrinas en los cuales buscar posicionar sus “marcas”, y prepararse para las elecciones de 2016; y para los postulantes a presidencias y consejos regionales, alcaldías y regidurías, la esperanza de ser reconocidos en algunos bolsones electorales como mediadores eficaces y desarrollar una carrera política como tales.
En este contexto, creer que se fortalecerá a los partidos nacionales mediante una reforma política con regulaciones más exigentes o el rediseño de distritos electorales suena bastante ingenuo. Sin negar que algo habría que hacerse, el problema de fondo es que la política se ha vaciado de contenido. Habría que empezar por ahí para pensar en qué hacer.
César Aira - El reverso de las nubes
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