Ultimamente tengo mucho menos tiempo para comentar desde el blog, pese a que hay mucho que provoca decir. Pero no me aguanté las ganas de comentar algo sobre los debates actuales en torno al tema de la "unidad de las izquierdas" y los dilemas de Fuerza Social. ¿Deben todas las corrientes de izquierda unirse y participar juntas en las elecciones de 2011? ¿O deberían asumir que en realidad estamos ante proyectos diferentes, y por lo tanto deberían diferenciarse?
Obviamente, una manera de responder estas preguntas nos lleva a un terreno de preferencias y valores, al que no me meteré. Lo que haré es plantear algunas ideas sobre cuál es la lógica que lleva a las izquierdas a unirse o no en términos generales, y explorar qué implicancias y dilemas se presentan para nuestro caso.
El mundo de la izquierda es tremendamente diverso: hay tradiciones leninistas, trotskistas, estalinistas, maoístas, gramscianas, socialdemócratas, castristas, por mencionar algunas de las principales, a las que habría que añadir otras de origen nacional, que encuentran inspiración en el pensamiento de José Carlos Mariátegui u otros. Todas estas corrientes son parte de lo que podríamos llamar una tradición político-intelectual de izquierda "clásica", asociada a proyectos comunistas y socialistas. A esto habría que añadir variantes cercanas, aunque diferentes, que también han sido parte de proyectos colectivos de izquierda, como corrientes populistas o nacionalistas, como el velasquismo, por ejemplo. Cada corriente tiene una ideología que marca claramente diferencias, establece líneas de pureza revolucionaria y bastardía, de allí que este mundo tienda a ser dogmático, intolerante, y que tiendan a darse descalificaciones, excomuniones, divisiones.
Si las cosas son así, ¿cómo es que las izquierdas se unen, históricamente? En general, diría que el principal incentivo para la unidad es la posibilidad de un éxito electoral no alcanzable por separado, y la consiguiente llegada al poder político. Lo ideal para la izquierda es el éxito electoral con una plataforma revolucionaria: lo más cercano a ello lo veríamos en Bolivia con Morales, y antes, con Allende y la Unidad Popular en Chile. Si no se puede, lo segundo mejor sería el éxito electoral siguiendo caudillos populistas, como lo que se ve en la Venezuela de Chávez o en Ecuador con Correa. O como ocurre con sectores de izquierda que viven bajo el alero del peronismo en Argentina. El otro camino es el del éxito electoral con una plataforma reformista, que justifica asumir los costos de entrar al juego democrático, que exige tolerancia, pluralismo, apertura, convocatorias amplias, negociación con otros grupos, pragmatismo, programas políticos más de centro, menos puristas y revolucionarios y más definidos en función de la atención a problemas concretos. Este sería el caso de las izquierdas en Chile, Uruguay o Brasil, de corte socialdemócrata.
En el Perú de la década de los años ochenta, la izquierda se unió en torno al éxito electoral de un líder moderado para el contexto de la época, Alfonso Barrantes. La experiencia de finales de los años setenta e inicios de los ochenta fue muy aleccionadora: en la elección de Asamblea Constituyente de 1978 la suma de los votos obtenidos por las cinco listas de izquierda llegó al 29.4%, pero la lista más votada, la del FOCEP, obtuvo el 12.3%; separados eran débiles, unidos hacían a la izquierda la segunda fuerza política del país, con posibilidades de triunfo en 1980. Sin embargo, en la elección presidencial de abril de ese año no hubo unidad, primaron criterios particularistas, se frustró el proyecto ARI, y la suma de los votos de los cinco candidatos de izquierda alcanzó sólo el 14.4%, donde el candidato más votado, Hugo Blanco, obtuvo apenas el 3.9% de los votos. Una vez creada Izquierda Unida, en noviembre de 1980 la IU obtuvo el 23.3% de los votos en las elecciones municipales provinciales, y en noviembre de 1983 el 29%, lo que incluyó la elección de Barrantes como alcalde de Lima. Así se consolidó el mito de la unidad, por el cual "la izquierda unida jamás será vencida".
Lo interesante es preguntarse por qué, ante la posibilidad de ganar la elección de 1990, la IU se dividió, yendo en contra del argumento del éxito electoral como incentivo de la unidad. Creo que hubo una ideologización extrema que se impuso al pragmatismo electoral, resultado de los desafíos simultáneos que impuso desde fuera el sistema la acción de Sendero Luminoso (y el tipo de represión del Estado), y desde dentro tanto la retórica revolucionaria de Alan García como la retórica refundacional liberal de Vargas Llosa. Todo esto junto fortaleció las opciones más extremas dentro de la izquierda, debilitó su centro, y la división resultó inevitable. El mito de la unidad se confirmaría con los resultados de la elección presidencial de 1990: la izquierda dividida obtuvo 12.9% (Pease 8.2 y Barrantes 4.7%), y en los años siguientes desapareció, perdió su registro electoral y pasó a una suerte de estado de hibernación desde entonces, hasta 2006, para todo efecto práctico.
En 2006 la izquierda intentó resucitar, alentada por la caída del fujimorismo y cierta acumulación de fuerzas durante los gobiernos de Paniagua y Toledo. Sin embargo, diferencias en la evaluación del legado que dejaron estos gobiernos, la persistencia de diferencias ideólógicas del pasado y cierta ilusión de que el "giro a la izquierda" que se producía en la región también se diera aquí y que podría ser capitalizado, para lo cual era importante "perfilarse" mejor, llevó a optar por seguir caminos separados. Los tres candidatos (Villarán, Diez Canseco y Moreno) obtuvieron juntos apenas el 1.38%. ¿Nuevamente la lección fue que la unidad era el camino? Podría haber sido, pero no fue, porque en 2006 Ollanta Humala obtuvo el 30.6% en primera vuelta y 47.37% en la segunda vuelta.
La lección no fue que había que unir a la izquierda. Para unos la lección fue que había que unirse con Humala, optar por un programa radical liderado por un caudillo populista (como en Venezuela o Ecuador), a pesar de que, si bien este se ubica a la izquierda del espectro político, no es un hombre de izquierda en términos doctrinarios. Es decir, aquí primó una consideración pragmática y electoral, revestida de un discurso radical. De allí que el paso al humalismo haya llevado a la radicalización de antiguos moderados (como algunos "zorros" de la década de los años ochenta). De otro lado, para otros la conclusión fue que había que persistir en la construcción de un camino propio, no tanto con la intención de ganar elecciones, sino simplemente de sobrevivir y acumular fuerzas, para lo cual contar con una inscripción
propia ante el JNE resultaba imprescindible. En este campo se ubicaron Fuerza Social, Tierra y Libertad y en cierta medida el MNI.
En este marco, para las elecciones del 3 de octubre pasado los distintos grupos de izquierda tuvieron estrategias diferentes entre sí, y diferentes a su interior según las regiones. En Lima el sector socialdemócrata de la izquierda, FS, planeó inicialmente consolidar una mínima presencia propia (la figura de Villarán en particular), que hiciera viable su candidatura presidencial, y así poder superar la valla electoral, no perder la inscripción ante el JNE y lograr una modesta representación parlamentaria el próximo año, para plantearse después metas más ambiciosas. La alianza con Tierra y Libertad, Lima para Todos y MNI fue un acuerdo puntual, no necesariamente un compromiso de construir una relación de largo plazo.
Inesperadamente, como sabemos, Susana Villarán se convirtió en una candidata competitiva y terminó ganando las elecciones en Lima. ¿Qué hacer ahora? FS tiene un gran problema: tiene un enorme capital político
potencial con Villarán, pero una gran debilidad en el corto plazo, al no tener un candidato presidencial aparente. En la política personalista en la que vivimos esto significa estar muy mal posicionado. FS ha sido víctima de su éxito. Al frente está Ollanta Humala, cuarto en las encuestas, que no tendría problema en superar la valla electoral y conseguir una representación importante en el Congreso, en principio. Ir con Humala es jugar a seguro para los distintos grupos de izquierda tradicional: se afirman en un discurso radical, se cohesionan ideológicamente, y al mismo tiempo se aseguran un mínimo éxito electoral. Radicalismo y pragmatismo juntos. Esto haría que sectores de izquierda más tradicional y pragmáticos terminen siendo subsumidos por el criterio de la unidad en el humalismo. Desde allí resulta muy cómodo llamar a la unidad de la izquierda: FS sumaría porque permitiría llegar a otros sectores, y prácticamente no hay costos asociados a esa inclusión.
Por su lado, FS no puede decir lo mismo: participar solos puede implicar perder el registro logrado tan esforzadamente, pero de otro lado, ir con Humala implicaría desandar el camino emprendido desde antes de la elección de 2006, el de perfilar un camino propio y distinto; ir con alguien como Toledo también, porque éste es tan poco confiable como aquél, cada quien en su particular estilo. Se podría terminar asumiendo el pasivo de estos, con muy poco beneficio, desdibujando y quitándole credibilidad a una propuesta que reclama renovadora, al interior de alianzas con liderazgos y compañías cuestionables. ¿El camino propio, entonces? La jugada es ciertamente riesgosa, porque no hay un candidato presidencial fuerte y al mismo tiempo capaz de expresar los valores y las propuestas que supuestamente se quieren transmitir. ¿Presentar solamente una lista parlamentaria, y apostar por el voto cruzado, que tan elocuentemente se ha dado en las elecciones recientes? Acá el problema es que dejaría a FS sin un discurso nacional, lo limitaría a la suma de discursos departamentales. El abstencionismo no parece una buena estrategia, cuando se pretende cimentar una propuesta con supuestamente mucho que decir. La clave entonces parecería estar en seleccionar bien a un candidato presidencial propio.
Acá el dilema estaría en optar por una figura como la de Hernando Guerra, aparentemente con algún potencial electoral, pero que no haría creíble el mensaje de que FS encarna "una nueva forma de hacer política" (parecería una movida muy oportunista y puramente electoral, además Guerra tiene un largo y sinuoso pasado político) u otras como las de los expresidentes regionales de Cajamarca o Junín (Jesús Coronel o Vladimiro Huároc), que si bien pueden encarnar mejor un discurso descentralista y renovador, tendrían que demostrar que son viables electoralmente a nivel nacional más allá de sus bases regionales. Algo similar podría decirse de Marco Arana (Tierra y Libertad, que aparentemente tampoco se entusiasman con ponerse bajo el cobijo del humalismo), figura que surge de Cajamarca asociada a temas ambientales, que no parece haber salido de ese "nicho" político). En medio de estos riesgos y dilemas, ¿qué decisión tomará FS? ¿Hará una apuesta electoral no principista, poniendo en riesgo su credibilidad, u optará por una apuesta descentralista exponiéndose a perder su esforzada inscripción? Veremos...
VER TAMBIÉN:
Entre asedios, dudas y expectativas
Romeo Grompone
http://www.revistaideele.com/idl/node/749Debate entre los candidatos a la Alcaldía de Lima-1983
http://peru30.wordpress.com/2010/08/26/debate-entre-los-candidatos-a-la-alcaldia-de-lima-1983/Zurdas y restas
http://www.revistaideele.com/idl/node/748Sobre estos temas algo he escrito antes; ver:
“La crisis de representatividad en los países andinos y el ‘viraje a la izquierda’: ¿hacia una renovación de la representación política? En: Arturo Fontaine, Cristián Larroulet, Jorge Navarrete, Ignacio Walker, eds.:
Reforma de los partidos políticos en Chile. Santiago, PNUD, 2008 (p. 273-293).
“The Left in Peru: Plenty of Wagons and No Locomotion”. En: Jorge Castañeda y Marco Morales, eds.,
Leftovers. Tales of the Latin American Left. New York, Rouledge, 2008 (p. 193-212).
“El agotamiento del modelo neoliberal y el resurgimiento de la izquierda en los países andinos”. En: Pérez Herrero, Pedro, ed.:
La “izquierda” en América Latina. Madrid, ed. Pablo Iglesias, 2006 (p. 253-272).
“Révolutionaires, réformistes ou ´hommes politiques traditionneles´? Montée en puissance et effondrement de la gauche au Pérou”. En:
Problèmes D´Amerique Latine, 55, Hiver 2004-2005. Paris (p. 65-87).