lunes, 25 de abril de 2016

El próximo Congreso (2)

Artículo publicado en La República, domingo 3 de abril de 2016

En los últimos años, nos hemos acostumbrado a pensar que el Congreso es un actor poco relevante. ¿Cómo ha ocurrido esto, a pesar de que el ejecutivo no ha tenido mayoría propia en los últimos años? Recordando a los gobiernos de Bustamante (1945-48), Belaunde (1963-68) y Fujimori (1990-92) se constataba que gobiernos sin mayoría fueron muy inestables, y que terminaron con la interrupción del proceso democrático. El académico estadounidense Scott Mainwaring había advertido también que la combinación latinoamericana de presidencialismo con representación proporcional llevaba a gobiernos sin mayoría sumamente precarios.

En otros países, la estabilidad se logró mediante la construcción de grandes acuerdos políticos, dando lugar a los “presidencialismos de coalición”. De manera equivalente a lo que sucede en regímenes parlamentarios, la construcción de acuerdos políticos dio estabilidad a países como Uruguay, Chile y Brasil en los últimos años. En Perú no fue así: salvo el acuerdo entre Perú Posible y el Frente Independiente Moralizador durante el gobierno de Toledo, los presidentes lograron mayoría sin necesidad de grandes pactos.

¿Cómo fue eso posible? Por la existencia de un gran consenso pro statu quo en los útimos tres congresos. Perú Posible armó mayoría con el FIM, con Unidad Nacional y otros grupos menores; el APRA con el fujimorismo y Unidad Nacional; y el Partido Nacionalista con Perú Posible y otros grupos menores. Estas mayorías “pro-sistema”, hicieron que las leyes más importantes surgieran por iniciativa del poder ejecutivo (una de las pocas excepciones importantes a este patrón sería la ley universitaria, empujada desde la Comisión de Educación presidida por Daniel Mora). Esto no cambió aún cuando la indisciplina de los grupos mayoritarios complicó la construcción de mayorías: Perú Posible empezó con 45 parlamentarios pero terminó con 31, y ahora el Partido Nacionalista, que llegó con 47, cuenta solo con 27. Este consenso solo se ve mellado hacia finales de cada gobierno, cuando proliferan iniciativas de tipo populista en el contexto de las nuevas elecciones.

Todo será muy diferente a partir del 28 de julio. Si Kuczynski es presidente, se verá obligado a coordinar estrechamente con la bancada de Fuerza Popular cada paso que dé, al contar ésta con mayoría propia. En este escenario, sería muy importante saber de los congresistas de Fuerza Popular cuáles son los ejes y prioridades de su agenda parlamentaria. Lo mismo para el Frente Amplio; si bien sus votos por sí solos no podrán lograr muchos efectos, sería muy importante que pudiera coordinar acciones con Acción Popular, y sobre todo, con organizaciones sociales, nacionales y regionales; su ventaja está en su mayor contacto con la calle. La posibilidad de esa articulación sería otra gran novedad para el futuro. Finalmente, si K. Fujimori fuera presidenta, tendrá que enfrentar la desconfianza ante un potencial uso autoritario de su mayoría, como ocurrió entre 1995 y 2000. Ella no debe perder de vista que la mayoría de curules no equivalen a mayoría política en un sentido sustantivo. Ya anunció ceder a la oposición algunas comisiones clave. ¿No debería pensarse en mesas directivas multipartidarias? ¿Reflotar el Acuerdo Nacional? En realidad, gane quien gane, está en agenda constuir un gobierno de coalición muy amplio, más que en los gobiernos anteriores, paradójicamente, a pesar de que ahora hay una mayoría parlamentaria clara. Esto evitaría que Kuczynski sea visto como un rehén del fujimorismo, y que K. Fujimori no sea vista como la repetición del segundo gobierno de su padre.

El próximo Congreso

Artículo publicado en La República, domingo 3 de abril de 2016

Mucho se ha dicho ya sobre los resultados de las elecciones del domingo pasado en el ámbito presidencial; prefiero por ello concentrarme en el Congreso. El próximo Congreso será un actor fundamental, independiente-mente de los resultados del 5 de junio. Fuerza Popular, con 72 congresistas, contará con el 55% de la representación, prácticamente lo mismo que obtuvo Cambio 90 – Nueva Mayoría en 1995, cuando Alberto Fujimori ganó en primera vuelta con el 64% de los votos. Esto significa que, si gana Kuczynski, necesariamente debe contar con el aval de FP para aprobar cualquier iniciativa; y si gana K. Fujimori, no tendrá excusa para decir que algo no puede ser aprobado por la falta de apoyo del Congreso. Incluso podría conseguir con facilidad los 87 necesarios para hacer reformas constitucionales. En otras palabras, su gobierno cargará con los pasivos tanto del ejecutivo como del legislativo.

Se ha dicho, con razón, que para Kuczynski gobernar no sería fácil, con apenas 18 congresistas, menos del 14%, con representación en apenas 8 regiones del país. Además, ellos son parte de un “sancochado” armado para esta elección, cuya continuidad hacia el futuro es incierta: una típica “coalición de independientes”. Tienen por delante un gran reto de coordinación, la ventaja es que cuenta con liderazgos importantes. La bancada del Frente Amplio, con 20 miembros, podrá ser un actor muy relevante, con liderazgos importantes como los de Marisa Glave en Lima, Wilbert Rozas en Cusco y Alberto Quintanilla en Puno, por ejemplo. Y si bien solo tienen un 15% de la representación, tienen presencia en 14 circunscripciones (sobre todo en la sierra) y un activo fundamental: una mejor posibilidad de relacionarse con lo que la colega Carmen Ilizarbe ha llamado “el factor calle”, que no tiene representación partidaria, pero que resultará fundamental como factor de oposición a cualquiera de los dos posibles gobiernos, ya sea para confrontar la imposición de algunas reformas económicas o proyectos de inversión cuestionados como para levantar temas asociados a la lucha contra la corrupción y la impunidad, la defensa de los derechos humanos, derechos reproductivos, derechos de minorías, luchas contra prácticas de discriminación, etc.

Tampoco será fácil un gobierno de K. Fujimori. ¿Será su bancada tan cohesionada como lo fue en los gobiernos anteriores? Si en efecto existe una división entre “keikistas” y “albertistas”, ¿logrará Keiko imponerse? ¿Cuáles son sus operadores políticos? Si de un lado se ponen Luz Salgado y Kenji Fujimori, ¿quién se pone al frente? ¿Ursula Letona junto a los recién llegados Luis Galarreta y Lourdes Alcorta? Esas disputas y alineamientos serán cruciales.

Un ensayo de optimismo

Artículo publicado en La República, domingo 10 de abril de 2016

El proceso electoral cuya primera etapa concluye hoy ha estado marcado por eventos inesperados y sorprendentes, que generaron incertidumbre, nerviosismo, indignación, suspicacias. En el tramo final los miedos, los rechazos, la intolerancia, salieron a relucir con fuerza. Sin embargo, el clima de crispación, a mi juicio, no se corresponde con la situación que vivimos, y espero que cuando pase la humareda seamos capaces de verlo.

Parece haber terminado un ciclo, iniciado con la reinstitucionalización democrática del país en 2001. Un ciclo que deja un legado en parte positivo, de crecimiento económico y reducción de la pobreza, con uno de los mejores desempeños en la región. Tanto así que para algunos parecía que esto podía seguir sin fortalecer el Estado y sus instituciones, sin una política más ordenada y decente. Un ciclo en donde parecía que poner a debate temas como la mejor redistribución de los beneficios del crecimiento, los derechos de las comunidades campesinas y pueblos indígenas, entre muchos otros, resultaban una blasfemia.

Hoy terminó el ciclo de crecimiento basado en los precios altos de las exportaciones de materias primas, y surge legítimamente la pregunta por buscar otras opciones, complementarias. Es cada vez mayor la conciencia de que requerimos un mejor Estado y mejores instituciones, y mejores líderes políticos. Esta campaña electoral ha dejado constancia además de que los años de crecimiento y modernización han generado una nueva ciudadanía, más consciente y demandante, con nuevas reivindicaciones, no solo las convencionales que aspiran a “obras”. Aparecen también demandas “postmaterialistas”: hoy discutimos también sobre el matrimonio igualitario, los derechos reproductivos, y los derechos de la población LGTB. También temas de memoria, justicia y reparación a las víctimas de la violencia política y de violaciones a los derechos humanos. La lucha contra la corrupción, la demanda por integridad en los políticos y servidores públicos resultan también fundamentales, y se muestran capaces de movilizar a segmentos importantes de la población, en especial a los jóvenes, como en otros países de la región. Por fin parece que, al igual que en el conjunto de América Latina y Europa, la presencia de la izquierda volverá a ser parte del paisaje político.

Creo que hay plena conciencia de que estas novedades no pueden ser desatendidas. Y que quienes critican el manejo del país en los últimos años no pretenden una vuelta al pasado, sino correcciones importantes que resultan imprescindibles. Confío en que el Perú que emergerá de este domingo pueda ser mejor que el que hemos tenido en los últimos quince años. Al menos, la oportunidad existe.

¿Qué hemos aprendido…?


Artículo publicado en La República, domingo 3 de abril de 2016

¿Qué hemos aprendido del país en lo que va de la campaña? Ensayo un balance muy preliminar. (aunque sería más preciso decir qué es lo que creo haber aprendido yo).

Recordemos cómo veíamos esta elección hacia noviembre. Keiko F. puntera, seguida por Kuczynski; ya Acuña empataba el tercer lugar con García; y en quito lugar, rezagado y dando muestras de debilidad, Toledo. Hasta ese momento, decíamos, en esta elección primaba la continuidad; a diferencia del 2011 y 2006, el voto contestatario parecía adormecido, fruto del crecimiento económico. Con todo, había un espacio vacío aprovechado por alguien “distinto” (pero no antisistema) que había trabajado con mucho tiempo su postulación, y que contaba con muchos recursos, cuestión clave en un país fragmentado como el nuestro. Pensábamos también que podría haber espacio para una candidatura más de izquierda, pero que para ello debería resolver sus problemas internos y aparecer como viable, lo que no era nada evidente en el caso de Mendoza, que mostraba un perfil de votación más bien limeño y clasemediero.

En enero, Acuña estaba segundo y Guzmán apareció por primera vez fuera del grupo de “otros”, surgiendo desde una estrategia basada en redes sociales. Pensábamos que en nuestro país ese camino era poco viable, y no fue así. En febrero Guzmán estaba cercano al 20%, con presencia pareja en el norte, centro y sur del país. Parecía imposible un crecimiento así, con la imagen de un país fragmentado, desconectado y desatento de lo que pasa en lo político. Luego, una vez caídos Acuña y Guzmán, Mendoza y Barnechea salen del rubro “otros”. El ansia de renovación terminó marcando la campaña. Nuevamente, siendo muy poco conocidos, parecía difícil que crecieran mucho en poco tiempo, sin embargo en apenas dos semanas fueron capaces de duplicar y más su intención de voto. No solo eso, también de alcanzar una distribución territorial y social relativamente pareja. Tenía Richard Webb mucha razón al llamar la atención sobre la mucha mayor conectividad de todo el país.

De otro lado, ya en la elección pasada Kuczynski mostró que un candidato con ese apellido y pinta podía resultar viable; sin embargo, nos habíamos quedado con la idea de que su perfil limeño – costa norte no le permitiría ir muy lejos. Hoy vemos que su perfil de votación es muy parejo en lo nacional, lo mismo un candidato de perfil “patricio” como Barnechea. Y si bien ambos muestran un perfil “clasemediero”, resulta que estas clases resultan mucho más influyentes que antes.

Otras lecciones: Nano Guerra quiso desarrollar una campaña basada en un discurso “emprendedurista” y en estrategias efectistas, lo que parecía una buena idea, pero nunca funcionó; el votante es más sofisticado de lo que a veces se piensa. En el mismo sentido, tampocó resultó cierto de que al votante no le importarían los plagios e inconductas de Acuña; resulta que los valores sí cuentan. Tanto así, que la percepción de injusticia en contra de Guzmán despertó al antifujimorismo, que parecía en retirada.

¿Qué hacer?

Artículo publicado en La República, domingo 27 de marzo de 2016

La exclusión de los candidatos Acuña y Guzmán, de manera desproporcionada e injusta, ha desatado un frenesí reglamentarista: se pretende excluir también a K. Fujimori, a Kuczynski, a García, invocando razones equivalentes. Un callejón sin salida: con más exclusiones la elección pierde sentido, y sin ellas, se consagraría la injusticia y la parcialidad. Somos un caso único, hasta donde sé, en donde la legitimidad electoral no es puesta en cuestión por un poder que pretende perpetuarse, ni por la acción de mafias que tuercen la voluntad de los electores, sino por cambios contraproducentes y de última hora a las reglas electorales aprobadas por el Congreso, prácticamente por unanimidad, y por un Jurado Nacional de Elecciones que siguió un criterio “maximalista” de aplicación de la ley. Y recordemos que los miembros del pleno del JNE están allí elegidos por los magistrados de la Corte Suprema, por los Fiscales Supremos, el Colegio de Abogados, y los decanos de las facultades de derecho de las universidades públicas y privadas. Hasta allí llegan las responsabilidades.

¿Cuál es la salida? Guzmán ha hablado de fraude y ha solicitado la suspensión del proceso electoral. Me parece imposible: las elecciones fueron convocadas por el presidente, y este puede ser acusado constitucionalmente por impedir su realización. De otro lado las decisiones del JNE son “instancia final, definitiva, y no son revisables”, según la Constitución. Y solo se pueden anular las elecciones cuando los votos nulos o blancos superan los dos tercios de los votos válidos, o si se anulan las elecciones en circunscripciones que alcancen un tercio de la votación nacional válida. El Congreso podría eventualmente, en un acto de “creatividad constitucional” a la ecuatoriana (cuando se destituyó a los presidentes Bucaram, Mahuad o Gutiérrez), intentar hacer algo, pero para eso se requeriría que este tuviera una gran legitimidad ante la ciudadanía o la capacidad de construir consensos amplios, y ninguna de las dos existe.

Minimizar los daños me parece que no pasa por más exclusiones: dos errores no se resuelven con tres, cuatro o cinco. Y atención que estamos discutiendo sobre pequeños regalos de bienes y de sumas relativamente modestas de dinero en actos puntuales de campaña (mientras perdemos de vista el tema de los millones de dólares en financiamiento no transparente). Juega un poco (solo un poco) a favor del jurado que los problemas formales involucrados en la inscripción de la candidatura de Guzmán no parecen darse en la misma magnitud en otros casos, y que la entrega de dinero de Acuña haya sido “directísima” a diferencia de las otras en debate. Pero juega en contra las maromas argumentativas del Jurado Especial de Lima para justificar su cambio de opinión en el caso de la exclusión de Guzmán, o para rechazar la exclusión de K. Fujimori (¿de dónde salió aquello de que el dinero tiene que ser patrimonio del candidato?). El JNE deberá fundamentar mejor su respuesta a las apelaciones.