Artículo publicado en La República, domingo 27 de mayo de 2012
Gonzalo Portocarrero ha publicado un libro muy importante para la comprensión de Sendero Luminoso: Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso (Lima, Fondo editorial PUCP, 2012). El libro es una compilación de trabajos que pueden verse como piezas de un mosaico, en el que se recurre al análisis de discursos, libros, testimonios, entrevistas, videos, canciones, himnos, pinturas, cuentos, obras de teatro, ilustraciones. Si bien Portocarrero no hace del todo explícito un argumento general, es posible reconstruirlo. El punto de partida es debatir con las tesis de Carlos Iván Degregori: “las explicaciones que definen a la insurrección senderista como un fenómeno político, laico y moderno son radicalmente insuficientes”. Portocarrero llama la atención sobre su “trasfondo religioso”, el “sustrato mítico”, sobre “la importancia de la cultura y de la larga duración”.
Así, “Sendero Luminoso aparece como un movimiento político moderno y, también, como una potente reformulación de la tradición andina, católico-colonial y prehispánica” (p. 11). Esto sería posible en tanto los ideales modernos de progreso deberían verse como la secularización de la idea de redención judeo-cristiana. Para el autor, Sendero deber verse como una peculiar combinación de elementos racionales y emocionales, de elementos modernos y otros de larga duración, globales y locales. El “encuentro entre un mito racionalista de alcance global, como fue el marxismo, y una sociedad donde la vigencia de la pobreza, la servidumbre y el catolicismo tradicional son los hechos más fundamentales” (p. 230). El autoritarismo senderista, fruto de un maoísmo ideologizado, echó raíces en una sociedad en la cual “la disposición a la humildad y al respeto temeroso del otro tiene un origen prehispánico” (p. 63), y donde “las huellas de la sujeción colonial están presentes en el Perú contemporáneo” (p. 217).
Quiero resaltar aquí dos temas de debate que me parecen centrales, que remiten a ciertas ambigüedades que no me parecen resueltas. Uno es de qué manera se conjuga la importancia asignada a los factores de “larga duración” con el simultáneo reconocimiento de la importancia del tipo de liderazgo de Guzmán, que nos lleva a privilegiar lo contingente. Sin su peculiar lectura del marxismo, el senderismo podría haber seguido una lógica insurreccional marxista-leninista-maoísta más cercana a lo que la mayoría de grupos de izquierda pregonaba en esos años, sin llegar a los niveles de violencia a los que se llegó. De otro lado, enfatizar el sustrato “andino, católico-colonial y prehispánico” sobre el que se habría asentado Sendero lo llevaría a uno a pensar de que este fue un movimiento de masas, de amplio respaldo campesino. Por momentos, ese parece ser el argumento del autor; sin embargo, también reconoce que “la tendencia central de cambio” en el país consistió en “sacudirse del servilismo mediante la apuesta por la ciudadanía y al progreso” (p. 186). ¿Cómo pueden ser compatibles ambas cosas? Son algunas de las preguntas que abre este interesante libro.
domingo, 27 de mayo de 2012
lunes, 21 de mayo de 2012
Carlos Fuentes (1928-2012)
Artículo publicado en La República, domingo 20 de mayo de 2012
Nos dejó el notable escritor mexicano Carlos Fuentes, y sobre su legado se han escrito muchas cosas en todo el mundo; obviamente, se ha resaltado el enorme valor de su producción literaria. Aquí yo quisiera comentar algo sobre el Fuentes ensayista político, e intelectual comprometido.
El padre de Fuentes era diplomático, y el futuro escritor creció
en Buenos Aires, Santiago, Washington D.C., y por supuesto, en ciudad de
México. Creció en un mundo en el que las políticas del New Deal de Franklin D. Roosevelt salvaron a los Estados Unidos y
en gran medida al capitalismo mundial, sentaron las bases de los Estados de
bienestar y construyeron la legitimidad con la que se enfrentó al fascismo en la
segunda guerra mundial. En esos años, el populismo de Lázaro Cárdenas en México
intentaba combinar la modernización, el desarrollo económico y la integración
social, y abría las puertas del país a los españoles perseguidos por el
franquismo, que nutrieron el cosmopolitismo de sus élites y sentaron las bases
para las políticas internacionales solidarias con causas progresistas que lo
han caracterizado históricamente.
Estas experiencias resultan decisivas para enteder al
Fuentes ensayista político: identificado con un progresismo liberal y
democrático, que entendió América Latina como parte de Iberoamérica, que
definió nuestra identidad como la mezcla de nuestra historia y tradiciones más
antiguas y míticas, y nuestro componente moderno y occidental (cuestión que se
muestra elocuentemente en su novelística), heredado de España, que a su vez es
una mezcla de herencias cristianas, árabes y judías, de donde vienen también
tradiciones de pensamiento que alimentaron la doctrina de los derechos humanos
y el liberalismo. La nuestra sería “una cultura más moderna mientras más
arraigada en la tradición” (de lectura especialmente relevante resultan El espejo enterrado, de 1992 y En esto creo, de 2002). Pero no se trata
solamente de sus textos. El prestigio literario de Fuentes le permitió
convertirse en un actor político en sí mismo, puente entre los políticos
latinoamericanos y españoles y europeos dentro del mundo socialdemócrata, y entre
Cuba, México, y los Estados Unidos.
Muchos
comentaristas han señalado, con acierto, que Fuentes era prácticamente el
último representante de una especie en extinción, un producto del siglo XX. El
escritor comprometido con ideas claras sobre el rumbo que el mundo debía tomar,
y que aconsejaba a Fidel Castro, Felipe González, François Miterrand, Julio M.
Sanguinetti, Ricardo Lagos, Bill Clinton, Massimo D’Alema, o Juan Manuel
Santos. Hoy, los escritores no son intelectuales, los políticos ni leen ni
admiran a los escritores, la ciudadanía no encumbra a los intelectuales como
“conciencia moral” del país. Sus dudas respecto al mundo actual y al futuro
quedaron recogidas en el libro El siglo
que despierta (2012) donde señala que vivimos “un momento de cambio
llamativo, de muchas cosas que yo no entiendo. No entiendo hacia dónde va todo”.
Tareas para las nuevas generaciones.
El siglo que despierta (2012)
Juan Cruz
lunes, 14 de mayo de 2012
La civilización del espectáculo
Artículo publicado en La República, domingo 14 de mayo de 2012
Mario Vargas Llosa como ensayista es siempre polémico, y su último libro, La civilización del espectáculo (Lima, Alfaguara, 2012) propone temas de debate de carácter contemporáneo, universal, que justifican su dimensión de premio nobel. El libro sostiene que, después de la segunda guerra mundial, el mundo occidental gozó de una prosperidad y libertad que democratizó la cultura, pero también abrió un inédito espacio para el ocio y el desarrollo de una industria masiva de la diversión. Así llegamos a la “civilización del espectáculo”, marcada por el escape al aburrimiento como principio supremo; esto afecta el arte y la cultura, los libros y los medios de comunicación, que se banalizan y pervierten, erosiona los valores y la disciplina sociales, con lo que la acción política deviene en la mera conservación de la imagen, la metafísica en religiosidad superflua, el erotismo en pornografía, y desaparece la preocupación por lo trascendente, por cualquier ideal de compromiso social.
Mario Vargas Llosa como ensayista es siempre polémico, y su último libro, La civilización del espectáculo (Lima, Alfaguara, 2012) propone temas de debate de carácter contemporáneo, universal, que justifican su dimensión de premio nobel. El libro sostiene que, después de la segunda guerra mundial, el mundo occidental gozó de una prosperidad y libertad que democratizó la cultura, pero también abrió un inédito espacio para el ocio y el desarrollo de una industria masiva de la diversión. Así llegamos a la “civilización del espectáculo”, marcada por el escape al aburrimiento como principio supremo; esto afecta el arte y la cultura, los libros y los medios de comunicación, que se banalizan y pervierten, erosiona los valores y la disciplina sociales, con lo que la acción política deviene en la mera conservación de la imagen, la metafísica en religiosidad superflua, el erotismo en pornografía, y desaparece la preocupación por lo trascendente, por cualquier ideal de compromiso social.
Por el contrario, hasta hace algunas décadas habría existido
una “alta cultura”, cultivada por una élite de intelectuales y artistas, que
permitía reconocerla claramente como algo diferente y superior al mero
entretenimiento, un humanismo que imponía un cuestionamiento al status quo que se expresaban en el
compromiso político, en la exploración artística, en la transgresión del
erotismo, en la búsqueda de alguna forma de trascendencia. Esto sería consecuencia,
de un lado, de una expansión sin límites del mercado capitalista, de la lógica
de la mercantilización, que confunde valor con precio y consumo; al mismo tiempo,
de la desaparición de la “elite cultural”, consecuencia no intencional de la
democratización y masificación de la cultura.
Seguramente el lector estará en desacuerdo con más de una de
las opiniones planteadas en el libro, o con su nostalgia conservadora por la
pérdida de reconocimiento de la elite de la “alta cultura”. Lo que a mí me
parece rescatable es la figura del intelectual crítico con las realidades de su
tiempo, y del liberal que cuestiona la lógica de mercado desprovista de
sentido. Para que el capitalismo no sea destructivo, debe tener algún límite:
Max Weber hablaba del espíritu religioso protestante; Adam Smith de la empatía;
Octavio Paz del espíritu crítico de la modernidad; Vargas Llosa de la “alta
cultura”.
Una buena lección de liberalismo para nuestros libertarios
locales. Alfredo Bullard sostenía hace poco que criticar el comercialismo en el
cine era expresión del anticapitalismo de izquierdistas frustrados, y defendía
una “soberanía del consumidor” extrema. Vargas Llosa, por el contrario,
sostiene que “todos los grandes pensadores liberales (…) señalaron que la
libertad económica y política sólo cumpliría a cabalidad su función
civilizadora (…) cuando la vida espiritual de la sociedad era intensa y
mantenía viva e inspiraba una jerarquía de valores” (p. 182), caracterizada
precisamente por un cuestionamiento a la frivolidad consumista y una apelación
a valores más trascendentes.
VER TAMBIÉN:
ALFREDO BULLARD
El Comercio, SÁBADO 31 DE MARZO DEL 2012
Intelectualidad anticapitalista
miércoles, 9 de mayo de 2012
¿Colegio de politólogos?
Proyecto de ley de creación del colegio de politólogos del Perú
Desde hace tiempo circula en el Congreso un proyecto de ley de creación del Colegio de Politólogos del Perú. En octubre el congresista Rennán Espinoza le envió el proyecto a Henry Pease, Director de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP, y en diciembre el congresista José Elías me escribió a mí, como Coordinador de la espacialidad de Ciencia Política y Gobierno de la PUCP, pidiéndonos nuestra opinión al respecto. Los dos dimos nuestra opinión en contra.
Supe luego que el proyecto había sido aprobado el 9 de noviembre por la Comisión de Educación, Juventud y Deporte, con lo que ya está en algún lugar de la cola de proyectos aprobados que esperan discutirse en el pleno. Aquí la transcripción del debate en la Comisión, que como se ve, fue bastante pobre:
http://es.scribd.com/doc/87758309/Creacion-de-Colegio-de-Politologos-Comision-de-Educacion-Juventud-y-Deporte
Considero que la creación de un Colegio de Politólogos sería un error (al igual que la creación de un Colegio de historiadores, cuyo proyecto también está esperando debate en el pleno del Congreso). Si bien los congresistas pueden tener la buena intención de apoyar el desarrollo de la disciplina, no es ésta la manera de hacerlo. La principal razón está en que se establece, como se hace usualmente al crear colegios profesionales en el Perú, que "la colegiación es requisito para el ejercicio de la profesión". Supuestamente, la colegiación obligatoria pretende asegurar la competencia profesional y el cumplimiento de algunos estándares éticos. Sin embargo, la colegiación no asegura nada; en realidad, es la formación universitaria la que que certifica tu competencia profesional al licenciarte y graduarte mediante criterios exigentes, no una entidad burocrática. Y la calidad de tu ejercicio profesional la demuestras cada día, y se expresa sobre todo en tu prestigio dado por el reconocimiento de tus colegas en el país y en el extranjero, no en un certificado que una entidad te otorga.
Esto no quita que sea muy importante la creación de una o más asociaciones profesionales de ciencia política en el Perú, pero la idea es que sean libres, que compitan, que sean abiertas, y no fruto de la obligación. Esa es la tónica en el todo el mundo. Existen muchas asociaciones profesionales de ciencia política con mucho prestigio y reconocimiento, y es precisamente por ello que los colegas somos parte de asociaciones, no por la existencia de algún mecanismo compulsivo. El monopolio y la coerción van en contra de la búsqueda de calidad. Conozco de cerca a casi todas ellas y a los colegas que las promueven, y la clave de su éxito es precisamente su apertura. Además, el carácter obligatorio de la colegiación puede poner en riesgo el necesario pluralismo, amplitud, que debe caracterizar el ejercicio de la profesión y el desarrollo de la disciplina.
Existen en la actualidad, entre otras, una:
Asociación Internacional de Ciencia Política
http://www.ipsa.org/
Asociación Americana de Ciencia Política (Estados Unidos)
http://www.apsanet.org/index.cfm
Asociación Latinoamericana de Ciencia Política
http://www.alacip.org/
Sociedad Argentina de Análisis Político
http://www.saap.org.ar/
Asociación Brasileña de Ciencia Política
http://www.cienciapolitica.org.br/
Asociación Chilena de Ciencia Política
http://www.accp.cl/
Asociación Colombiana de Ciencia Política
http://www.uninorte.edu.co/resumen_evento.asp?ID=254#ACCOPOCOL
Asociación Uruguaya de Ciencia Política
http://www.aucip.org.uy/viewMenu.php?id=200
He comentado antes sobre ellas aquí:
http://martintanaka.blogspot.com/2010/08/congresos-de-ciencia-politica.html
Espero que en el Congreso no prospere esta iniciativa de ley, y que busquemos juntos los politólogos cómo fortalecer y desarrollar la disciplina en el Perú, por ejemplo, armando el III Congreso Nacional de Ciencia Política, que está pendiente hace muchos años. Se requiere mucho más debate sobre estos temas dentro de la comunidad de politólogos, nuestros congresistas no lo han promovido, y sería muy contraproducente legislar sin tomarnos en cuenta.
Desde hace tiempo circula en el Congreso un proyecto de ley de creación del Colegio de Politólogos del Perú. En octubre el congresista Rennán Espinoza le envió el proyecto a Henry Pease, Director de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP, y en diciembre el congresista José Elías me escribió a mí, como Coordinador de la espacialidad de Ciencia Política y Gobierno de la PUCP, pidiéndonos nuestra opinión al respecto. Los dos dimos nuestra opinión en contra.
Supe luego que el proyecto había sido aprobado el 9 de noviembre por la Comisión de Educación, Juventud y Deporte, con lo que ya está en algún lugar de la cola de proyectos aprobados que esperan discutirse en el pleno. Aquí la transcripción del debate en la Comisión, que como se ve, fue bastante pobre:
http://es.scribd.com/doc/87758309/Creacion-de-Colegio-de-Politologos-Comision-de-Educacion-Juventud-y-Deporte
Considero que la creación de un Colegio de Politólogos sería un error (al igual que la creación de un Colegio de historiadores, cuyo proyecto también está esperando debate en el pleno del Congreso). Si bien los congresistas pueden tener la buena intención de apoyar el desarrollo de la disciplina, no es ésta la manera de hacerlo. La principal razón está en que se establece, como se hace usualmente al crear colegios profesionales en el Perú, que "la colegiación es requisito para el ejercicio de la profesión". Supuestamente, la colegiación obligatoria pretende asegurar la competencia profesional y el cumplimiento de algunos estándares éticos. Sin embargo, la colegiación no asegura nada; en realidad, es la formación universitaria la que que certifica tu competencia profesional al licenciarte y graduarte mediante criterios exigentes, no una entidad burocrática. Y la calidad de tu ejercicio profesional la demuestras cada día, y se expresa sobre todo en tu prestigio dado por el reconocimiento de tus colegas en el país y en el extranjero, no en un certificado que una entidad te otorga.
Esto no quita que sea muy importante la creación de una o más asociaciones profesionales de ciencia política en el Perú, pero la idea es que sean libres, que compitan, que sean abiertas, y no fruto de la obligación. Esa es la tónica en el todo el mundo. Existen muchas asociaciones profesionales de ciencia política con mucho prestigio y reconocimiento, y es precisamente por ello que los colegas somos parte de asociaciones, no por la existencia de algún mecanismo compulsivo. El monopolio y la coerción van en contra de la búsqueda de calidad. Conozco de cerca a casi todas ellas y a los colegas que las promueven, y la clave de su éxito es precisamente su apertura. Además, el carácter obligatorio de la colegiación puede poner en riesgo el necesario pluralismo, amplitud, que debe caracterizar el ejercicio de la profesión y el desarrollo de la disciplina.
Existen en la actualidad, entre otras, una:
Asociación Internacional de Ciencia Política
http://www.ipsa.org/
Asociación Americana de Ciencia Política (Estados Unidos)
http://www.apsanet.org/index.cfm
Asociación Latinoamericana de Ciencia Política
http://www.alacip.org/
Sociedad Argentina de Análisis Político
http://www.saap.org.ar/
Asociación Brasileña de Ciencia Política
http://www.cienciapolitica.org.br/
Asociación Chilena de Ciencia Política
http://www.accp.cl/
Asociación Colombiana de Ciencia Política
http://www.uninorte.edu.co/resumen_evento.asp?ID=254#ACCOPOCOL
Asociación Uruguaya de Ciencia Política
http://www.aucip.org.uy/viewMenu.php?id=200
He comentado antes sobre ellas aquí:
http://martintanaka.blogspot.com/2010/08/congresos-de-ciencia-politica.html
Espero que en el Congreso no prospere esta iniciativa de ley, y que busquemos juntos los politólogos cómo fortalecer y desarrollar la disciplina en el Perú, por ejemplo, armando el III Congreso Nacional de Ciencia Política, que está pendiente hace muchos años. Se requiere mucho más debate sobre estos temas dentro de la comunidad de politólogos, nuestros congresistas no lo han promovido, y sería muy contraproducente legislar sin tomarnos en cuenta.
domingo, 6 de mayo de 2012
Cambio de ministros
Se habla insistentemente de la necesidad de cambiar a los ministros de interior y defensa, después de los recientes sucesos en el VRAE; algunos cuestionan también a Oscar Valdés como Presidente del Consejo de Ministros, y suman a los cuestionamientos la manera en que se ha tratado el proyecto Conga. A diversos comentaristas les llama la atención lo que consideran una falta de decisión del presidente Humala, al mantener a los ministros en sus puestos.
El problema es que para este hacer cambios ministeriales no nada
sencillo. Llevamos apenas apenas ocho meses de gobierno, y ya se tuvo que
sacrificar al primer gabinete, presidido por Salomón Lerner, que no llegó a los
cinco meses. Recordemos que el gabinete Del Castillo con García duró dos años y
dos meses; Dañino, con Toledo, duró cerca de un año. Más atrás tenemos al gabinete
de Hurtado Miller con Fujimori, que casi llegó a los siete meses, a pesar de
que le tocó implementar la traumática política de shock para enfrentar la
crisis hiperinflacionaria. Los primeros gabinetes son muy importantes, porque
son el puente entre las promesas de campaña y las realidades del gobierno, y
porque marcan el rumbo que se seguirá durante todo el periodo. Si no se
establecen grandes metas o iniciativas al inicio, será muy difícil hacerlo
después. Algunos dicen que solo se gobierna en los primeros dos años, en los
otros dos se defiende lo que se intentó hacer, y al final solo se sobrevive.
El problema para Humala es que, con el alejamiento de
Lerner, se alejó también el grupo político, intelectual y técnico de confianza que
le daba orientación estratégica, discurso y cuadros y funcionarios. Al no tener
con quién reemplazar a los que se fueron, en el gabinete Valdés primó la
continuidad; pero se trata de una suerte de cuerpo sin cabeza. Si bien la
orientación general del gobierno se mantiene, no se tiene mayor iniciativa,
salvo en algunas áreas. Resulta clamorosa la falta de ideas en seguridad y
defensa. El presidente puede verse ante la necesidad de hacer cambios en esos
ministerios, pero la pregunta es es por quién reemplazarlos, y para qué. ¿Qué
tipo de ministro se necesita? ¿Alguien que aquiete las aguas, o alguien que
llegue con una agenda de reformas? ¿Cuáles? ¿Cómo afecta eso las relaciones con
las FF.AA., con la policía, con las fuerzas en el Congreso? Mi impresión es que
ni el presidente ni el presidente del consejo de ministros tienen por ahora
respuestas para estas preguntas, de allí la percepción de parálisis.
Al gobierno parece irle bien en general, pero se está
quedando sin oxígeno rápidamente. De la crisis de hoy seguramente podrá salir,
pero más adelante se requiere recuperar la iniciativa política. ¿Cómo? Si vemos
los antecedentes en los gobiernos de García y Toledo, encontramos que el desgaste
se enfrentó nombrando como presidentes del consejo de ministros a
personalidades independientes con juegos propios, como Beatriz Merino o Yehude
Simon. ¿Intentará Humala jugar una carta como esa? ¿Con quién?
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