lunes, 27 de febrero de 2012

La izquierda peruana en la región


Artículo publicado en La República, domingo 26 de febrero de 2012

La izquierda en el Perú muestra una gran vitalidad política e intelectual en la década de los años veinte del siglo pasado; entre las décadas de los treinta y sesenta fue relativamente marginal, articulada alrededor del Partido Comunista, y vivió a la sombra de un populismo de masas, el APRA. La derechización o las ambigüedades del partido populista y la revolución cubana abrieron un nuevo espacio, articulado alrededor de experiencias guerrilleras, que fueron derrotadas. En los setenta la percepción de la amenaza del comunismo llevó a la implantación de dictaduras militares (o al “endurecimiento” de otras formas de régimen), que persiguieron a las izquierdas, y a las cuales combatió. Hasta aquí, la trayectoria peruana es similar a la de otros países de la región. Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Venezuela, Colombia, Ecuador, México, podrían ajustarse a este esquema, con sus matices.

En este grupo de países, en medio de los procesos de democratización, algunas izquierdas lograron crecer de manera importante, aprovechando el debilitamiento de los populismos: en los años ochenta, la Izquierda Unida y el PT en Brasil, acaso porque ambas enfrentaron dictaduras que no impulsaron políticas neoliberales. En Bolivia tuvimos a la UDP, pero fracasó en medio de un caos hiperinflacionario. Se trataba de izquierdas ideologizadas que seguían un paradigma revolucionario, alentado por lo que ocurría en Centroamérica: los sandinistas tomaban el poder en Nicaragua, y las izquierdas, combinando lucha guerrillera y lucha legal, avanzaban en El Salvador y Guatemala. Un camino muy diferente se registraba en Uruguay, con el Frente Amplio; aquí la experiencia dictatorial favoreció más bien una desideologización y una valoración de las libertades democráticas. Vistas las cosas retrospectivamente desde el presente, vemos izquierdas importantes o en crecimiento en casi todos esos países, México, El Salvador, Colombia, Brasil, Chile, Uruguay; e izquierdas asociadas a liderazgos personalistas en Nicaragua, Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia.

Así, un camino al poder parece estar dado por la asociación a algún proyecto personalista, una apuesta muy riesgosa. Otro pasa por construir un proyecto propio, para lo cual parece crucial aceptar las reglas de juego democrático, apostar por ser gobierno y demostrar capacidad de gestión, generalmente partiendo de la alcaldía de la capital del país, o de importantes gobiernos subnacionales, para de allí hacer el salto al gobierno nacional. La ideologización excesiva dificulta la apuesta por ser gobierno y lleva a la implosión, como en Perú o Guatemala; también el fracaso en la gestión como con la UDP en Bolivia o el FREPASO en Argentina. La pregunta es cuál es el camino que seguirá la izquierda peruana, una parte cercana al humalismo, otra tratando de sacar adelante la Municipalidad de Lima, y otra en gobiernos y movimientos regionales, pero pensando más en la movilización que en la gestión, aparentemente.

martes, 21 de febrero de 2012

La historia y la identidad peruana

Artículo publicado en La República, domingo 19 de febrero de 2012

La semana pasada participé en un seminario con docentes en el que discutimos sobre las miradas del país que transmite nuestra escuela pública, y vimos que aún ahora se halla relativamente vigente lo que Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart llamaron en 1986 “la idea crítica del Perú”, en la que la historia del país aparece como una sucesión de “episodios traumáticos y de esperanzas frustradas”. El imperio incaico, nuestra “mejor época” fue destruido por un puñado de invasores. La colonia está marcada por el abuso, y el fracaso de Túpac Amaru impidió que esto cambiara, de allí que la independencia no tuviera mayor significación y fuera traída “desde afuera” por San Martín y Bolívar. En el siglo XIX vivimos “a la deriva”, y por eso fuimos derrotados en la Guerra del Pacífico. Finalmente, en el siglo XX, diversos intentos reformistas fueron derrotados por la oligarquía. El Perú sería un país inmensamente rico, y si el pueblo es pobre es porque la riqueza es apropiada por potencias extranjeras, gobernantes y élites corruptas y egoístas. La enseñanza de la historia debería mantener vivo este recuento de agravios para fundamentar una futura liberación, que requeriría necesariamente de cambios muy radicales. No debería sorprendernos la vigencia de estas ideas en la escuela y en nuestra cultura política; hace unas semanas comentaba un artículo de Sinesio López en el cual, a grandes rasgos, se basaba en este tipo de lectura (“La captura de Ollanta, LR, 29 de enero de 2012).

De cara a la conmemoración o celebración del bicentenario de nuestra independencia, urge un gran debate nacional en torno, primero, a la veracidad histórica de esta visión y, segundo, si es que esta es la visión de nuestra historia a partir de la cual queremos construir nuestro futuro como país. Respecto a lo primero, habría que decir que el mundo prehispánico fue admirable pero despótico, y se derrumbó por sus contradicciones internas, como han señalado María Rostworowski y otros. Nuestro orden colonial está marcado por el mestizaje y la asimilación local de los elementos provenientes de occidente, donde, si bien fue estamental, en él pudo desarrollarse una élite indígena. Habría que leer más a Juan Carlos Estenssoro y otros. Sobre la independencia habría que leer más a Scarlett O’Phelan, quien rescata una larga historia de sublevaciones mestizas y criollas en nuestro territorio. Sobre el siglo XIX y la formación del Estado nacional habría que leer a Cristóbal Aljovín, Gabriela Chiaramonti o Cecilia Méndez, por ejemplo, quienes muestran complejas articulaciones políticas entre elites y sectores populares. Más adelante perdimos la Guerra con Chile, pero como muestra Carmen McEvoy, sería un error asumir el discurso del triunfador, según el cual ellos ganaron por ser “superiores” y nosotros “inferiores”. Finalmente, ya en el siglo XX, el propio Sinesio López ha planteado la visión de un Estado que va democratizándose progresivamente a partir de “incursiones de los de abajo”.

Sobre estas bases podríamos abordar mejor el segundo desafío. No deberíamos entender la historia como el remoto e inescapable origen de los males que, inalterados, sufrimos en el presente, sino como un escenario complejo y cambiante siempre abierto a diversos desenlaces, donde no hay oposiciones binarias ni determinismos ni esencias inevitables, de modo que el cambio está disponible para todos en el futuro y no pasa por fórmulas simplistas.

VER TAMBIÉN:

La "idea crítica": una visión del Perú desde abajo
Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart
http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/Portocarrero%20y%20Oliart.pdf

El párrafo final de mi artículo está inspirado en un artículo que leí de Juan Carlos Estensoro, “Del paganismo a la santidad. Historia de un libro” (en: Libros & artes: revista de cultura de la Biblioteca Nacional del Perú, n° 8, octubre 2004, p. 10-12):
http://www.bnp.gob.pe/portalbnp/pdf/libros_y_artes/Librosyartes8_4.pdf

“… para mí la reflexión histórica debe convertirse en una suerte de mala conciencia que obligue a un ejercicio crítico permanente respecto del presente, poniendo en duda nuestras certidumbres y ello con el máximo rigor posible. La Historia debería también servir para ofrecer, sin imponer ninguna moraleja reductora, los elementos para comprender el momento que se vive devolviéndole su complejidad y tratando de mostrar que todo en el pasado no conduce a él y que, por lo tanto, no es en ningún caso una fatalidad. Que el pasado, si no es deformado por el anacronismo, sirve para cobrar conciencia del cambio, para hacernos experimentar cómo somos (y podemos ser) diferentes a nosotros mismos, que somos otros (distintos de lo que éramos, de nuestros orígenes), en definitiva para recordarnos la alteridad de la que somos portadores. A cada uno luego de reconocerse o no en una historia que, sin ignorar, silenciar, ni dejar de denunciar los intereses del poder, incluso y sobre todo los más crueles, deje de estar polarizada entre ganadores y perdedores o que pretenda imponer identidades atávicas” (p. 12).

domingo, 12 de febrero de 2012

Conga, Cajamarca y el país

Artículo publicado en La República, domingo 12 de febrero de 2012

La “Marcha por el Agua” no debe ser subestimada. Si el problema crucial en el proyecto Conga es uno de desconfianza, resulta muy desacertada la manera en que el gobierno está enfrentando su negociación. Antes que construir espacios de diálogo y entendimiento con los actores relevantes, que permitan un peritaje creíble que evite un camino de pura confrontación, las señales que se dan muestran intolerancia y poca transparencia. La falta de iniciativa del nuevo Ministro del Ambiente, Manuel Pulgar-Vidal, un experto en estos asuntos, llama la atención. Después de esta marcha, el gobierno debería reevaluar sus estrategias; el rumbo actual se parece demasiado al del gobierno anterior, y el desenlace es conocido: pese a la retórica favorable a la gran inversión, el mal manejo de los conflictos termina paralizando los proyectos.

Ahora bien, esta marcha ha sido también ocasión para que sectores de izquierda intenten recomponerse después de su alejamiento del gobierno. Sin embargo, cabe preguntarse si, independientemente de la justicia de esta causa, esta sea la mejor estrategia. Si bien para la cultura de izquierda “recuperar la calle” y representar a los movimientos de protesta constituye casi un acto reflejo, la pregunta es qué diferenciaría esta apuesta de otras detrás de líderes como Alberto Pizango o Nelson Palomino, o de diferentes Frentes de Defensa. Ese camino, si bien refuerza la identidad y presencia en el movimiento social, en el plano electoral y nacional llevaron a la marginalidad política. Supuestamente, los sectores de izquierda que apostaron por Humala lo hicieron en nombre del realismo, apostando a ser gobierno, no solo oposición, a construir mayorías, no solo representar a los núcleos tradicionales, estando dispuestos para ello a construir alianzas y plataformas amplias.

Lo que los organizadores de la Marcha por el Agua y los sectores de izquierda que la respaldan deben aclarar es cuál es su propuesta de desarrollo para Cajamarca y para el país; porque, como resulta obvio, paralizar el proyecto Conga por sí solo es simplemente mantener el statu quo. Al respecto resulta muy útil el texto de Waldo Mendoza y José Gallardo, Las barreras al crecimiento económico de Cajamarca (Lima, CIES, 2011), donde muestran que el crecimiento en la región está muy asociado a la minería, que también ha aumentado la desigualdad. La actividad agropecuaria emplea mayoritariamente a la población, pero con muy bajos niveles de productividad. Los problemas están principalmente en la conflictividad social, en la falta de infraestructura y en la debilidad institucional. Podría decirse que la solución pasaría por cambiar la relación entre Estado, minería y comunidades, y hacer viables proyectos que generen recursos que permitan elevar la productividad, invertir en infraestructura y en fortalecimiento de capacidades. Salomón Lerner, desde la presidencia del Consejo de Ministros, parecía apostar por este camino. ¿No debería intentarse darle continuidad a estos esfuerzos?

VER TAMBIÉN:

Las barreras al crecimiento económico en Cajamarca
Waldo Mendoza y José Gallardo
http://cies.org.pe/actividades/las-barreras-al-crecimiento

lunes, 6 de febrero de 2012

Las tesis de Sinesio López

Artículo publicado en La República, domingo 5 de febrero de 2012

En las últimas semanas, mi maestro y colega Sinesio López ha fundamentado su alejamiento del gobierno debido a que “la hoja de ruta ha sido políticamente prostituida” (“Las hojas de ruta”, LR, 15 de enero), lo que habría permitido pasar de “la captura del Estado a la captura de Ollanta” por parte de “la derecha económica, política y mediática” (“La captura de Ollanta”, LR, 29 de enero). La tarea ahora sería construir un proyecto de izquierda autónomo, “desde… las conciencias de la gente de a pie, en las demandas y propuestas ciudadanas, en la sociedad civil, en los movimientos sociales y en sus representaciones políticas” (“Carta desde la sociedad civil”, LR, 1 de enero). La materialización práctica de esta nueva apuesta serían las conversaciones iniciales con Gregorio Santos y otros. En tanto las ideas de López han constituido en el pasado y representan ahora el fundamento intelectual para la construcción de un proyecto de izquierda, analizar su discurso resulta importante.

En “La captura…” López presenta una mirada según la cual vivimos un orden marcado por la conquista y la colonia, en el que los intentos por revertirlo han fracasado: Túpac Amaru, Haya y Mariátegui, el velasquismo, la Izquierda Unida y el propio Humala antes de su “captura”. Este razonamiento guarda cierto parentesco con el que presentó en “De imperio a nacionalidades oprimidas” de 1979 (en Nueva historia general del Perú, de Carlos Araníbar et.al., Lima, Mosca Azul eds.). López sostenía entonces que las fuerzas del cambio estaban en el movimiento popular, en particular el movimiento campesino. Eran los años de las protestas contra la dictadura militar y de la influencia del maoísmo.

Años después, con una izquierda ubicada al interior del régimen democrático, López presenta una visión más equilibrada: no estamos ante reiterados fracasos, si no de “sucesivas incursiones democratizadoras” de los excluidos, que “impulsan la integración, ensanchan la participación y desarrollan mejores condiciones para el funcionamiento de la democracia”; así, en el siglo XX, Haya, Mariátegui y Velasco no son fracasos sino éxitos parciales, y además se reconoce el aporte de sectores no izquierdistas a la democratización del país (Acción Popular, la Democracia Cristiana y el Social Progresismo. El dios mortal. Lima, IDS, 1991). Esta democratización también es social, y se expresa en una ampliación y desarrollo de la ciudadanía, aunque con grandes desigualdades (Ciudadanos reales e imaginarios. Lima, IDS, 1997).

Con la derrota política de la izquierda en 2006, y sin un movimiento popular al cual apostar, ante el dilema de construir un proyecto propio o apoyar a Humala, López optó por lo segundo. Se impuso el “realismo político”. Ese mismo justificó después la “Hoja de ruta” y la incorporación de “los Velarde y Castilla” como parte de un “paso decisivo para darle gobernabilidad al país”, y de “establecer equilibrios complejos entre los diversos campos de las relaciones de poder” (“Ollanta entre el temor y la esperanza”).

Podría decirse que hasta aquí en López se estaba dando una evolución política práctica equiparable a la que pasaron las izquierdas de Chile, Brasil o Uruguay, que los llevó a aceptar la democracia como régimen, al mercado como motor principal de la economía, y a la búsqueda de pactos o acuerdos como práctica por encima de la pura confrontación. Sin embargo, volver de pronto a considerar que nuestros males son coloniales, que nuestra historia es una de fracasos, en la que se imponen “los descendientes de Pizarro”, donde está pendiente “superar las deficiencias de 1821” y “construir un Estado nacional republicano”, parece fundamentar un lógica binaria y una retórica de confrontación, un viraje que podría llevar a perder lo ganado en nombre del “realismo”.

VER TAMBIÉN:

Un par de citas completas que por razones de espacio fue imposible incluir. La primera es del texto “De imperio a nacionalidades oprimidas. Notas sobre el problema nacional indígena”. En: Nueva historia general del Perú. Un comprendio [1979]. Carlos Araníbar et.al., Mosca Azul eds., 2ª ed., 1980.

“El Perú es una nación en formación. La independencia no pudo resolver el problema nacional producido por la conquista y la colonia que contrapusieron dos sociedades distintas económica, cultural y racialmente.

La divergencia histórica del movimiento nacional indígena y del movimiento nacional criollo en el proceso de la independencia, la derrota del primero y el triunfo del segundo, dieron origen a un Estado formalmente burgués y soberano sobre una sociedad feudal-multinacional. Hoy existen nuevas fuerzas sociales capaces de corregir las aberraciones de la historia colonial y semicolonial, prontas a subsanar las deficiencias de la independencia y decididas a forjar la nación peruana y a resolver nuestra crisis de identidad nacional. A su formación concurren el contingente campesino-indígena y las fuerzas nacionales del contingente criollo-mestizo constituidas por la clase obrera, las clases medias y algunos sectores de la burguesía nacional. De estas fuerzas sociales, son el campesinado y la clase obrera, a pesar de su aparente juventud, los que tienen profundos ancestros nacionales. Pero es el campesinado principalmente el heredero directo de las viejas tradiciones históricas de la sociedad andina de cuya transformación proviene (p. 231).

(…) Aquellos sectores que no se han enfeudado a los intereses gran-burgueses e imperialistas combaten, junto al movimiento popular, al centralismo gran burgués. Ya no tiene sin embargo, como sucedió en la década del 60, la hegemonía de las luchas regionales. Esta ahora reposa sobre los hombros del movimiento popular. En en las luchas regionales donde la nación se construye desde sus cimientos. En ellas converge el contingente campesino-indígena con las fuerzas nacionales del contingente criollo-mestizo” (p. 263).

La segunda es del libro El dios mortal. Estado, sociedad y política en el Perú del siglo XX. Lima, IDS, 1991):

“Como esta confrontación no alcanza generalmente los niveles de una revolución exitosa, los partidos y las organizaciones de los grupos sociales excluidos conquistan la participación social y política y logran cambiar parcialmente las reglas de juego a través de sucesivas incursiones democratizadoras y de múltiples oleadas sociales y electorales que los catapultan a los diversos pisos de la escena oficial: el Ejecutivo, al Parlamento, a los municipios y los gobiernos regionales. De este modo, los sectores excluidos institucionalizan la confrontación y el conflicto social y político, impulsan la integración, ensanchan la participación y desarrollan mejores condiciones para el funcionamiento de la democracia. Como no pueden tomar el edificio estatal desde fuera, los excluidos lo infiltran y lo van tomando por dentro en etapas sucesivas: primero las clases medias y populares de los años ’30 organizadas en el Apra se integran en 1956, luego las nuevas clases medias de los ’60 organizadas en Acción Popular, la Democracia Cristiana y el Social Progresismo incursionan al Parlamento en 1956 y al Ejecutivo en 1963 y finalmente las clases populares organizadas en el clasismo y en la izquierda que entran a la Constituyente en 1978, al Parlamento en 1980 y 1985, a los municipios en 1983 y a los gobiernos regionales en 1989” (Introducción, p. 29-30).

Mi punto es: ¿no es la visión de López de los años noventa más históricamente acertada, políticamente más inclusiva, más acorde a los desafíos que enfrenta la izquierda peruana hoy que la lógica binaria y confrontacional de los años setenta, hacia la cual parece estar encaminándose la "nueva" propuesta política en formación? Seguiré con el tema la próxima semana...

ACTUALIZACIÓN, 21 de febrero:

La respuesta de Sinesio López:
Perú: Confrontación y concertación
Domingo, 19 de febrero de 2012
http://www.larepublica.pe/columnistas/el-zorro-de-abajo/peru-confrontacion-y-concertacion-19-02-2012